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jueves, mayo 25, 2006

Los 50 años de Róger Santiváñez

El poeta Róger Santiváñez cumple cincuenta años el día de hoy. Por este motivo he querido dedicarle este post. Y es que Santiváñez es un autor que, tal y como él mismo lo expresara en una ponencia que leyó aquí en Ottawa en marzo del 2001: "Ahora me doy cuenta que se trata de una vida entregada a escribir. Desde aquella vez de los primeros escarceos en que opté por la creación no he cesado ni un momento en este extraño compromiso". La ponencia lleva por título "Ser poeta en el Perú: un testimonio", y pueden leerla en su totalidad aquí. Incluyo en este post el primer poema que publicara el autor, "Mi casa", con sabor heraudiano, el cual salió en el segundo número de la revista Amigos de la Universidad de Piura (Piura, diciembre 1973). El poema se publicó junto a una entrevista al poeta realizada por Nelly Trelles, con ocasión de su obtención del primer premio de poesía en los IV Juegos Florales de la UDEP en 1973 (debo decir que paralelamente, en Lima, el autor publicó en esa misma fecha el poema "Elegía" en el número 5 de La tortuga ecuestre, dirigida hasta el día de hoy por Gustavo Armijos). Incluyo en este post también unas inéditas "Prosas paganas" del nuevo poemario de Róger Santiváñez titulado Amastris:


MI CASA

Hoy
en mi corazón
suena la voz nostálgica del hogar.
Mi casa siempre es
el más claro lugar.

Está próxima mi partida
dejaré todas sus mesas sus camas
dejaré mi cuarto donde estuve muerto y jubiloso mucho tiempo
dejaré mi ventana arranque infinito de la poesía.

Mi casa
será un pedazo de mi vida
o un instante de amor rayano en el paroxismo
Seré siempre el último / siempre el engreído.
Buscaré por los caminos
un lugar que tenga la conversación de papá
y la ternura de mamá
probable es que no lo encuentre:
y entonces sea un eterno explorador de corazones.


que al final de este año
o al comienzo del verano
saldré a viajar
con mi entusiasmo impulsivo,
pero con la tristeza empapándome el alma / con mi dulce soledad
con las últimas palabras de mis amigos redoblando en mis ojos.


que jamás volveré a Piura
como hoy vivo en ella / con todo su hastío
regresaré a sentarme al lado de mi viejo
junto con mamá
los tres solos en la mesita roja de la cocina.

Infinitamente
necesitaré la palabra de él / una caricia de ella
y mi casa con mi cuarto

Miraré por la ventana
encontrando mi rostro y mis anteojos / los tormentos /
pero mi casa me dará la paz
como hoy me la entrega a diario.




PROSAS PAGANAS

1


Vengo por las tardes a escribir a esta orilla del río Cooper. Me agrada el viento susurrando entre los árboles y contemplar el silbido de distintos pajarines en la copa como ésta frente a mí, que me da su dulce y fresca sombra cuando el sol todavía se resiste a morir en la distancia, sobre los edificios de Filadelfia que puedo ver desde aquí, al fondo del paisaje verde y el cielo profundamente dorado mientras otra vez el viento sagrado me habla con sus frases claras y difíciles acerca de las cambiantes nubes de estaño y el solitario césped me regala su quietud.

2

Hay un arbusto solito en este edén. El viento apenas remueve sus delicadas hojas pero más cerca al borde del río los insectos de la noche se aproximan con sus raros ruidos vibrantes y en este instante de belleza no hay nadie sobre el pasto, sólo voces lejanas me anuncian un par de niñas montando bicicleta en la calzada. Las aguas del río avanzan sin prisa pero sin pausa y el travieso rey solar otra vez nos hiere con sus rayos súbitamente se esconde entre los cúmulos pero mi visión permanece deslumbrada. Hay alegría al otro lado del río, pero no es la mía. No me pertenece como esta canción inmóvil.

3

Al sol le place volver. De rato en rato lo hace y con inusitado brillo. Su resplandor casi ciega estas palabras en mi cuaderno del atardecer pero nada es más bello que su melodía natural interpretada por la música divina de pronto oscurecida por mi nada interna, mas allí me salva el viento con su baile sensitivo de ramajes despiertos e innombrados árboles artistas. Ya los autos a lo lejos han prendido sus luces y un avión es capaz de surcar el cielo cuando las nubes modifican su diseño. Es de tarde en mi poema y las cigarras se apresuran.

4

Ahora que el viento se hace fuerte en las manzanas, debo regresar a los brazos de mi amor. Parece que el sol definitivamente ya no saldrá del fondo de esas nubes doradas y perla. Siento que este día se termina como una canción que los pajarines ya no pudieran interpretar con sus frágiles instrumentos. Pero yo sé que mañana volveré a componer la cuculí que ahora me arrulla. De pronto el sol es un disco naranja y baja cada vez más en el horizonte de esta soledad, es un ojo rojo a través del pino escuchad: respira la idolatría del aire. Y el intocado vergel a mi costado.

5

Veo la luz oscura, toda la Realidad está en penumbra a esta hora en que escribo una página para no olvidar mi oficio. Para saber soñar todavía con esta luz que se difumina y se va deshaciendo en la floresta, mientras me baña un viento feliz como el tiempo que recorre a las parejas de amantes abrazándose en sus lechos. Entro en pánico en estas soledades donde nadie agita una sonrisa, sino el murmullo del suave fluir del río y sus ondas destinadas a sabe Dios qué mar, qué playa que no manyo ahora que el disco naranja ya está al nivel de la tierra y me consume irremediable.


En la foto: Róger Santiváñez en su estación actual en Collingswood, Estados Unidos.