Prólogo a La vida son los ríos de Isaac Goldemberg
Ciberayllu ha publicado el prólogo del poeta y crítico Rodrigo Quijano al libro La vida son los ríos, antología personal del escritor Isaac Goldemberg, que el Fondo Editorial del Congreso de la República del Perú publicó a fines del año pasado. En el primer acápite de su texto, Quijano cuenta la siguiente historia que reproduzco en su integridad: "Antes que nada, una confesión por hacer. La primera vez que encontré a Isaac Goldemberg en la puerta de su casa, lo primero que hizo al verme fue preguntarme por mi apellido. Él preguntó y yo contesté. Luego de decírselo y luego de una breve pausa que no había activado ninguna señal o alarma en él —ninguna, de ningún tipo—, me dijo a modo de explicación que habían muchos muchachos como yo en Israel, parecidos a mí, con la misma cara, con el mismo pelo. Así lo dijo, y por raro que parezca no tuve ninguna razón para no creerle y me alcé de hombros ante la observación que en ese instante no entendí.
Era mi primer empleo periodístico, tenía que entrevistarlo y no había hecho muchas entrevistas más. De hecho, no hubiera hecho ninguna entrevista más si no hubiera sido por su actitud generosa y comprensiva. Charlamos esa tarde en la sala de su casa durante un par de horas. Yo había leído dos de sus novelas previamente, pero si mal no recuerdo hablamos poco sobre ellas y más bien mucho sobre su experiencia personal en el origen de su escritura.
Como es la norma en tantos escritores peruanos, Goldemberg ya no vivía en el Perú. Él había mencionado Israel en la puerta y luego mencionaría otros países y otras ciudades en la sala, pero, igual que en sus novelas, todos esos eran atajos para terminar hablando del Perú, de su condición de judío en el Perú, de peruano finalmente, fuera y dentro de ese territorio.
Así hablamos esa tarde mientras daban vueltas las cintas de los cassettes. Habló de su historia familiar, de su origen en Chepén, de su madre norteña, de su llegada a Lima; de la pesadilla escolar que significó ir a una escuela judía sin ser totalmente judío; de la pesadilla escolar que significó ir a una escuela militar peruana sin ser totalmente peruano; del alivio que significó huir del Perú a Israel donde, según recuerdo que dijo, eran judíos todos, desde el portero hasta el señor burgués y donde, creo que puede haber dicho, por fin se sintió en armonía consigo mismo y con la idea de lo judío y quizás incluso, aunque esto es menos probable, con la idea misma de lo peruano.
Si menciono esta historia ordinaria y más que ordinaria, en primera persona, es porque creo que de entrada resume en cierto modo algunos de los temas de su escritura, tanto de su narrativa como de su poesía. También porque la entrevista de esa tarde no existe más, la grabadora no grabó lo que tenía que grabar, ni siquiera aquello que no tenía, y él accedió generosamente a volver a hacer esa entrevista al día siguiente: a re-escenificarla, a contestar con mucho mayor cuidado y acaso con mucho mayor pudor casi las mismas cosas que me había contado con naturalidad, pero que en la repetición ya no provocaron ninguna evocación espontánea ni declaración extrema, y donde ya no me preguntó por mi apellido".
En estos tiempos en que tanto se discute sobre nuestra identidad y los peligros de la globalización, el caso de Isaac Goldemberg puede servir de ejemplo para una certeza que ya muchos albergamos: que hay distintas formas de ser peruano, y que cualquiera de ellas es fecundo caldo de cultivo para la buena literatura.
Era mi primer empleo periodístico, tenía que entrevistarlo y no había hecho muchas entrevistas más. De hecho, no hubiera hecho ninguna entrevista más si no hubiera sido por su actitud generosa y comprensiva. Charlamos esa tarde en la sala de su casa durante un par de horas. Yo había leído dos de sus novelas previamente, pero si mal no recuerdo hablamos poco sobre ellas y más bien mucho sobre su experiencia personal en el origen de su escritura.
Como es la norma en tantos escritores peruanos, Goldemberg ya no vivía en el Perú. Él había mencionado Israel en la puerta y luego mencionaría otros países y otras ciudades en la sala, pero, igual que en sus novelas, todos esos eran atajos para terminar hablando del Perú, de su condición de judío en el Perú, de peruano finalmente, fuera y dentro de ese territorio.
Así hablamos esa tarde mientras daban vueltas las cintas de los cassettes. Habló de su historia familiar, de su origen en Chepén, de su madre norteña, de su llegada a Lima; de la pesadilla escolar que significó ir a una escuela judía sin ser totalmente judío; de la pesadilla escolar que significó ir a una escuela militar peruana sin ser totalmente peruano; del alivio que significó huir del Perú a Israel donde, según recuerdo que dijo, eran judíos todos, desde el portero hasta el señor burgués y donde, creo que puede haber dicho, por fin se sintió en armonía consigo mismo y con la idea de lo judío y quizás incluso, aunque esto es menos probable, con la idea misma de lo peruano.
Si menciono esta historia ordinaria y más que ordinaria, en primera persona, es porque creo que de entrada resume en cierto modo algunos de los temas de su escritura, tanto de su narrativa como de su poesía. También porque la entrevista de esa tarde no existe más, la grabadora no grabó lo que tenía que grabar, ni siquiera aquello que no tenía, y él accedió generosamente a volver a hacer esa entrevista al día siguiente: a re-escenificarla, a contestar con mucho mayor cuidado y acaso con mucho mayor pudor casi las mismas cosas que me había contado con naturalidad, pero que en la repetición ya no provocaron ninguna evocación espontánea ni declaración extrema, y donde ya no me preguntó por mi apellido".
En estos tiempos en que tanto se discute sobre nuestra identidad y los peligros de la globalización, el caso de Isaac Goldemberg puede servir de ejemplo para una certeza que ya muchos albergamos: que hay distintas formas de ser peruano, y que cualquiera de ellas es fecundo caldo de cultivo para la buena literatura.