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lunes, octubre 08, 2007

Cinco sueños para Kurosawa de Raúl Zurita

Extraigo del cuadernillo Andean poetry summit, correspondiente al recital del mismo nombre del que di cuenta el pasado jueves (en el que participaron Raúl Zurita, Eduardo Mitre, Antonio Cisneros, Róger Santiváñez, Dalmacia Ruiz-Rosas, Raúl Mendizábal y Rafael Dávila-Franco), la serie de poemas "Cinco sueños para Kurosawa" de Zurita. Los poemas aparecieron previamente en su libro Cinco fragmentos, publicado hace muy poco en Santiago de Chile por Animita Cartonera. Pueden leer a su vez la traducción al inglés de estos poemas (a cargo de Anna Deeny) haciendo clic aquí.


Sueño 143 de Kurosawa

Como una vergüenza que tenía entonces comencé

a soñar. La laguna es amarillenta y detrás de los
promontorios de sal que la rodean está el océano.
La entrada de playa se llama Punta de Lobos y las
salinas están al lado. Recorremos la laguna en un
bote guiados por un remero descalzo y siento el
estrépito de las gigantescas rompientes estallando
a menos de 50 metros. Durante la dictadura el
lugar llegó a hacerse conocido porque Pinochet lo
transformó en uno de sus sitios de veraneo y hoy
es un paraíso de los surfistas. Ni las salinas ni la
laguna han sobrevivido y las había olvidado
completamente. Unos días después de que mi abuela
murió volví a recordarlas: el botero remaba frente
a mí y al fondo se veían las paredes de sal. Tengo
cinco años, mi hermana tres y estamos con mi abuela.
Había nacido en Italia, en Rapallo, y llegó a Chile
con mi madre todavía niña. Ambas quedaron viudas
con una diferencia de dos días. Mi madre, luego
mi abuela. Fue un veraneo corto. Mi madre, mi abuela,
mi hermana. Mi abuela murió en 1986. Yo sobreviví
a una dictadura, pero no a la vergüenza. Años después,
cuando me llegó a mí el turno, su cara se me vino encima
como una montaña blanca de sal. Quise escribirlo, pero
las palabras, como vísceras humeantes, llegaron
muertas a mis dedos. Mi nombre: Akira Kurosawa.



Sueño 144 de Kurosawa


Hoy ha desaparecido Buenos Aires. En unas horas

más caerán todas las ciudades cordilleranas y antes
que termine el día el alud de cuerpos blancos
desbordará los Andes y desaparecerá Santiago.
Es inevitable y mi padre ha vuelto para esperar
junto a nosotros. Su cara tiene las marcas del
cansancio y representa mucho más años de los 31
que debería tener. Nos dijo que había vuelto y nada
más. Unos días antes habían regresado mis abuelos,
los padres de mi madre. Los he estado observando,
no hablan entre ellos y simplemente han vuelto.
A diferencia de mi padre, se ven más jóvenes, pero
tienen la misma expresión cansada. Es bueno que
se reúna la familia, nos dijo mi madre que ahora se
ha apartado con mi padre. Siento que llora. Mamá
o mi padre que ha vuelto, no lo sé. Mis abuelos
también se han apartado y de tanto en tanto me miran.
Veli no es la misma que yo recordaba y de mi abuelo
no tenía recuerdos. Viste un gastado uniforme azul de
aviador y sé que es el que Veli guardaba en casa. Ha
comenzado a nevar. Desde hace varios días la televisión
sólo muestra imágenes de multitudes cada vez más
grandes acoplándose sobre las nieves de los Andes. El
final es inminente y enciendo la luz del velador. Hace
mucho frío. Alguien me estaba diciendo que Kurosawa es
una palabra escrita con letras de nieve y de fin.



Sueño 145 de Kurosawa

Ha llegado el fin. Los huecos blancos se abren

alargándose en el horizonte y al despertar supe
que yo había estado en la cordillera. Me preparé
un café y me decidí a esperar. Tiempo atrás vendí
máquinas de escribir de la Olivetti y no me sorprendió
encontrarme con la cuadrilla de ventas nuevamente.
Éramos un grupo de doce y Dezerega repartía
los territorios. Era nuestro jefe. El que muchos ya se
hubieran muerto, incluido Dezerega tampoco me
llamó la atención. Terminé mi café y recordé que
trató de defenderme cuando me echaron. La sala
en que nos reuníamos por la mañana era como una
sala de clases, con escritorios en fila y el de Dezerega
al frente. Creo que llegue a estimar a Dezerega, también
a Luis Cerda, el tipo me tapaba los atrasos y me esperaba
para meternos a un boliche a tomar café. Vi a Luis Cerda
hace poco. Había decenas de máquinas de escribir
arrumbadas en su cuarto, unas Lettera 32 de color gris.
Me dijo que habían sobrado y que no importaba porque
ya nadie usa máquinas de escribir. Hoy ya es tarde.
La represión ha sido feroz y han arrojado los cuerpos
sobre el mar y las montañas. Al levantarme observé
que no podía mover mis brazos encostrados bajo
la nieve. Kurosawa, le dije, yo era un simple vendedor
de máquinas de escribir y ahora estoy muerto y nieva.



Sueño 146 de Kurosawa

Las estrellas habían tomado ese leve color rosa de la

primera madrugada y pronto aclarará. Desde hace días
que no logro dormir sino a trechos en medio de un
torbellino de imágenes de las que despertaba con
sobresalto. Estaba de pie, a centímetros de un
promontorio de hielo que alcanzaba a transparentar
infinidades de rostros que movían los labios como si
intentasen decir algo. Uno de los rostros era el del
cantautor Víctor Jara y me sorprendió que estuviese
allí porque sabía que lo habían matado en un estadio
chileno. Al despertar, en la radio estaban tocando
La plegaria del labrador y el instinto de sobrevivencia
me hizo levantar de golpe para apagarla. La canción no
venía de allí porque la radio se había arruinado hace
tiempo, pero la música seguía. Me vestí y salí a la calle.
Aclaraba y la canción parecía emerger de todas partes.
Al girar los ojos vi un poco más abajo la cadena de las
otras cumbres y me di cuenta que estaba tendido en la
que debía ser una saliente. La voz de Víctor Jara cubría
ahora por completo las cumbres de Los Andes y quise
llorar pero no pude. La capa de hielo me cubría
impidiéndome cualquier movimiento y sólo podía mover
los labios. Levántate y mírate las manos, entoné en
susurros. Al otro lado, alguien que tenía mi cara me miraba.



Papá ha vuelto

La cumbre de la montaña se alejaba perdiéndose

cielo adentro y definitivamente supe que mi padre
iba a morir. Recordé que hacía mucho tiempo que
no nevaba sobre Santiago y me dije que yo ya había
vivido lo suficiente, que ya era mucho mayor que él
y que estaba bien. Le agradecí que hubiese vuelto a
esperar 55 años porque yo a los 57 podía soportarlo.
Le escogí la ropa y comencé a vestirlo. Mis camisas
le quedaban algo grandes y al levantarle la cabeza
para ponerle la que me pareció mejor sentí el primer
golpe de las lágrimas detrás de mis ojos pugnando
por salir. Me volví a decir que papá murió hace 55 años,
a los 31, exactamente un 16 de febrero, y que tal vez
me hizo falta, pero no es algo en lo que hubiese pensado
mucho. No supe en qué instante regresó. Se instaló en
mi pieza y durante los últimos años pudimos hablar
algo. Ahora se había muerto y yo lo vestía mientras
mi madre y mi hermana esperaban en el living.
Cuando abrí la puerta para avisarles que ya podían
entrar la furia del viento y del granizo me azotó
aturdiéndome y ciego corrí a campo traviesa. Kurosawa, le grité,
él volvió para morirse de nuevo conmigo.
Al abrir los ojos vi encima de mí la blancura delirante
de la cumbre y muy abajo las primeras luces de la
ciudad encendiéndose. Sólo entonces pude llorar.


En la foto: Raúl Zurita, el pasado jueves en Boston.