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jueves, julio 24, 2008

Este cuento se autodestruirá en X minutos

La edición de hoy de Caretas 2037 publica en su sección cultural un fragmento de "Este cuento se autodestruirá en X minutos" de Montserrat Álvarez, incluido en la antología Matadoras. Nuevas narradoras peruanas (Estruendomudo). "Hace unos meses reencontré a un par de amigos, intercambiamos nuestras respectivas novedades desde la última vez que nos viéramos y ambos reclamaron que escribiese las aventuras que les conté y que les divirtieron mucho, si bien éstas cedieron su protagonismo, en el cuento, ante el propio cuento como tema de sí mismo, lo cual terminó por divertirme a mí también", comenta la autora. Incluyo a continuación dicho fragmento:

Robar es algo que sé hacer muy bien. Pero necesito un estado de "gracia" o de "inspiración" contrario al profesionalismo. Es para mí no oficio, sino arte o placer. Placer, por el exquisito tóxico del peligro, y arte por su carácter de caprichoso lujo, ya que –ignoro el motivo– no soy capaz de robar nada útil: ni dinero, ni medicinas ni alimentos. Sé que la utilidad, de aparecer, rompería la "gracia" que me asegura aplomo, destreza y, por ende, el triunfo. Produciría inevitablemente algún nervioso y fatal desliz. Me limito, pues, a lo superfluo (libros y cedés, como cualquiera, pero también ropas caras y fuera de mi alcance, perfumes ídem, etcétera). Descarté este rubro como medio de subsistencia.
La segunda alternativa la pensé atando cabos. Uno: tengo (siempre he tenido), aunque decirlo es odioso, pero juega aquí un papel, un "arrastre" o "levante" (en Perú se dice "jale") considerablemente fuera de lo común, que en general me incomoda. Sé que dirán que en este país machista a todas les sucede, pero les aseguro que esto no se parece a nada de lo que imaginan. Para que no suene todo tan idiota puedo suavizarlo diciendo que juzgo que no me consta superioridad alguna, ni aun estética, de modo rigurosamente fehaciente. De hecho, esto me intriga, y, por cierto, no es bueno en absoluto para alguien tan propenso a manías persecutorias e ideas paranoicas como lo soy, al fin y al cabo, yo. Alguien que en un mal día puede creer, por ejemplo, que la causa es algo vicioso, obsceno o depravado en su aspecto o perversas pasiones que se traslucen en su forma de moverse, su mirada, etcétera. No resulta precisamente halagüeño ni tranquilizador. Pero considerar la segunda alternativa se hizo inevitable ante la evidencia de que, siendo notorio que nadie deseaba de mí que desempeñase funciones previsibles en una "intelectual", no lo era menos que muchos parecían desear con alguna vehemencia que desempeñara otras. Una elemental atención a la Ley de la Oferta y la Demanda habrá hecho ya evidente a estas alturas que la segunda alternativa contemplada fue la prostitución.
[…]
Otra cosa que hago bien e incluso atléticamente es desinfectar, limpiar, etcétera, por manía. He aquí la tercera alternativa. Acordé lacónicamente con una señora ir al día siguiente con algo de equipaje a su casa y quedarme a trabajar. Casa grande, confortable, lujosa, como lo fuera la de mis padres o la de cualesquiera otros señores burgueses. Pero despertó mi interés pensar que la vería por vez primera desde la cocina y no desde la sala. Vista desde allí, me dije, sería otra. Comiendo con los empleados y no en el comedor, y durmiendo en el área de servicio, esta casa me mostraría al fin su rostro secreto, oculto a mí mientras entré a ella por la puerta principal. Me gustó anticipar esta faz misteriosa.
[…]
En la longitud sádica de un minuto más lento que mayonesa Hellman's, hay que inclinarse a limpiar algo. Y "Yo" envío a la espalda la orden: "Inclínate y limpia el piso", y ella no me obedece. No he decidido rebelarme: el cuerpo lo ha decidido sin mí. Empiezo a entender en ese minuto detenido contratiempos y catástrofes privadas antes oscuras, la malvada lógica sarcástica que pierde a los que se pierden, y confirmo algo sólo presentido al ver que es el maldito cuerpo, y no "Yo", el que no se inclina.
"Yo", mi Mente, había previsto todo y preparado la distancia interior que me situaría lejos y por encima de ésta y de cualquier circunstancia.
Pero ahora estoy en dicha circunstancia y no en mí como Mente autónoma, que a sí misma se da sus propias leyes. Esto está sucediendo en las regiones del caos, en el frenético mundo del devenir que desvanece toda teoría. Algo se ha derramado en los reinos de la pasión, la muerte y la materia, en los territorios del loco Rey Ubú que, borracho e idiota, dirige entre risotadas las Saturnales del Tiempo, donde nada persiste en su ser y todo se está borrando ya desde que aparece, donde nada es bastante consistente como para fundar certeza alguna, donde sólo hay vértigo, embriaguez, Azar y carcajadas, donde todo carece de sentido. Es aquí donde mi espalda me desobedece y no se inclina, aquí, donde el ruido y la furia celebran el jubiloso carnaval de la demencia y donde no gobernará jamás un rey-filósofo, porque el único rey aquí puede ser el Cuerpo, la Gran Trampa de Satán.