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miércoles, diciembre 28, 2005

Poesía e historia: muchísimo que hacer


En su reseña al poemario Tratado de arqueología peruana de Roberto Zariquiey, publicada el pasado 15 de octubre en su columna semanal del diario La República, Javier Ágreda empezaba señalando lo siguiente: “Con el libro Comentarios reales (1964) Antonio Cisneros no sólo consiguió el entonces consagratorio Premio Nacional de Poesía, también inició toda una tradición de poemarios que desarrollan diálogos polémicos con el discurso histórico oficial. Una tradición que ha dado obras tan importantes como Cementerio General [1989] de Tulio Mora y cuyo más reciente exponente es el libro Tratado de arqueología peruana (PUC, 2005) en el que el joven escritor y profesor universitario Roberto Zariquiey (Lima, 1979) recorre el país reflexionando acerca de las huellas de nuestro pasado y también sobre aquellas que vamos dejando en la actualidad”. A continuación, el crítico indicaba que el libro se dividía “en tres secciones correspondientes a la determinante división geográfica y cultural de nuestro país”. Ágreda finalizaba sosteniendo que el poemario, “en una lectura comparativa con los ya citados Comentarios reales y Cementerio General, puede ilustrarnos acerca de las continuidades y rupturas de las poéticas de las generaciones del 60, 70 y la llamada post-2000; de sus diversos modos de plantear y trabajar los poemas, y de asumir el diálogo intertextual e interdisciplinario".
Un libro que también aborda lo histórico y las divisiones (geográficas, políticas, culturales) nacionales es Castillo de popa (Lima, 1988) de José Antonio Mazzotti, poeta de la generación del 80. En este poemario aparecen reflexiones sobre (las partes entrecomilladas son títulos de poemas del libro) las “Pampas de Nazca”, “Narihualac” (ruinas moche de Piura), el “Valle del Santa” (Ancash) y la Amazonía (“Bucólica IV”), entre otros. Además de un acercamiento al presente mismo del libro en el poema “19 de junio”, tal y como hacen a su vez en los poemarios citados Antonio Cisneros (los poemas “Héroe de nuestros días” y “Javier Heraud”, poeta acribillado en Madre de Dios un año antes de la aparición de Comentarios reales), Tulio Mora (su poema “Antonio Díaz Martínez”, muerto en la matanza de los penales del 19 de junio de 1986, y el poema “Barbara D’Achille”, dedicado a esta periodista y ecologista asesinada por SL en 1988) y Roberto Zariquiey (su poema “Los patrones funerarios…” sobre fosas comunes en los andes centrales).
Pero si de tradición poética e historia se habla, habría incluso que remontarse a muchos poemas de la colonia, que hablan de la conquista, para glorificarla o ironizarla. Tampoco está de más mencionar algunos poemas históricos de la tradición republicana, como la ya canónica “A la victoria de Junín” de José Joaquín Olmedo (aunque guayaquileño, habla de un acontecimiento peruano de la independencia). También José Santos Chocano y su famoso “Los caballos de los conquistadores” (desde una perspectiva celebratoria) y las Baladas peruanas (1935) de Manuel González Prada, en que introduce personajes indígenas como parte de una crítica de la división latifundista de la tierra y la marginación de los sectores andinos. También está La mano desasida (1964) de Martín Adán, que se refiere a la grandiosidad de Machu Picchu. Es, en cierto modo, un poema de reflexión histórica también.
En ese sentido, la preocupación de los poetas por reflexionar sobre la historia lejana o reciente y cuestionarla no es tan nueva, ni mucho menos inauguración de Antonio Cisneros, pero es saludable que la joven poesía del 2000, como la de Zariquiey, continúe por una veta en la que nuestra rica tradición ha dado algunos de sus mejores frutos. Vale.

En la foto: Roberto Zariquiey.