Boletín Chasqui y artículo de Alonso Cueto sobre La hora azul
Acaba de salir un nuevo número de Chasqui. El correo del Perú (año 4, número 9, febrero 2006), boletín cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores editado por la Subsecretaría de Política Cultural Exterior. El presente número incluye variado material de interés, como el poema "Los huesos de mi padre" de Rodolfo Hinostroza (el cual forma parte de Memorial de Casa Grande), un testimonio de Carlos Araníbar sobre su experiencia en el proyecto editorial de las Obras completas del Inca Garcilaso realizado por El Comercio, "Los inicios de la fotografía en el Perú" por Andrés Garay Albújar y Jorge Villacorta, y también el artículo "Una épica de los secretos" de Alonso Cueto, sobre La hora azul.
En el mismo, Cueto relata cómo fue el proceso de escritura de esta afamada y polémica novela suya. Yo la terminé de leer hará un mes, y puedo afirmar que la mía ha sido una lectura sin baches -prosa llana, rápida y eficaz-, y puedo entender perfectamente que su doble recepción antitética se debe a la visión y posición que se extrae de la trama en tanto metáfora y propuesta social en un periodo de Verdad y Reconciliación. Para quienes no han leído La hora azul, pueden acceder a un concreto resumen de la misma en la reseña que en diciembre le dedicara Fernando Castanedo en el suplemento cultural Babelia del diario El País.
Quiero apuntar un detalle sintomático que me ha llamado la atención en esta obra. Se trata de un contraste de miradas apuntadas en la novela. La primera de ellas tiene que ver con las miradas de los militantes senderistas. Esas miradas son descritas del siguiente modo por el protagonista principal de La hora azul, el abogado Adrián Ormache Miller, mientras se encuentra una mañana en la sala de su casa en San Isidro revisando periódicos: "A diferencia de los otros, la rabia le permitía [a Abimael Guzmán] mirar el mundo de frente. Y esa mirada de frente al mundo había sido el don que había ofrecido a sus seguidores, la gente que siempre había mantenido la cabeza gacha y que se había quedado callada y que sólo con él la había alzado..." (229). La segunda mirada es clave, se da en la página final de la novela. Esta mirada viene de Miguel, hijo del comandante Alberto Ormache, padre de Adrián, y de la bella Miriam Anco, natural de Huanta. Miguel es un niño callado, solitario, introvertido, con traumas, a quien Adrián, al quedar el muchacho huérfano, ayuda y protege. Ambos están en el malecón de Miraflores, mirando el mar; hacia ahí lo ha llevado a pasear Adrián (Miguel vive en San Juan de Lurigancho). Luego del ofrecimiento de Adrián por llevarlo a matricularse a una academia pre-universitaria en San Juan, Miguel, dice Ormache, "me miraba de frente por primera vez, como creo que nunca lo había hecho" (303).
En "Una épica de los secretos", Cueto comienza dando cuenta de cómo nació la idea de la novela ("decidí escribirla el año 2002, luego de una conversación informal con mi amigo Ricardo Uceda, quien por entonces estaba preparando la edición de su libro Muerte en el Pentagonito", el cual sirve de epígrafe al libro). También comenta algunos procesos de escritura, los que tienen puntos en común con diversos pasajes de la novela: su viaje a a Ayacucho, a Huanta y Huamanga, su visita, en un mototaxi, al cuartel militar de Huanta, la anécdota con el guardia de la torre de control; su visita a la zona de Huanta 2, en San Juan de Lurigancho.
Con relación a su novela, el autor señala: "La novela puede ser definida como una exploración en la maldad oculta de las familias. Todos los individuos y también los grupos -familias, sociedades, comunidades-, requieren almacenar en su inconsciente un paquete de secretos para poder continuar su marcha. En el curso de cualquier vida individual, familiar o social, se revelan periódicamente, a veces por azar, muchos de esos secretos. Estas revelaciones son mensajes del lado oscuro, una zona clandestina y vedada de nuestro ser. Creo que una de las tareas de la novela es precisamente recoger estos instantes privilegiados, los momentos en los que las zonas oscuras, olvidadas, postergadas, reaparecen ante nosotros y se revelan para siempre".
En la foto: Alonso Cueto, en el bulevar de Tarata.
En el mismo, Cueto relata cómo fue el proceso de escritura de esta afamada y polémica novela suya. Yo la terminé de leer hará un mes, y puedo afirmar que la mía ha sido una lectura sin baches -prosa llana, rápida y eficaz-, y puedo entender perfectamente que su doble recepción antitética se debe a la visión y posición que se extrae de la trama en tanto metáfora y propuesta social en un periodo de Verdad y Reconciliación. Para quienes no han leído La hora azul, pueden acceder a un concreto resumen de la misma en la reseña que en diciembre le dedicara Fernando Castanedo en el suplemento cultural Babelia del diario El País.
Quiero apuntar un detalle sintomático que me ha llamado la atención en esta obra. Se trata de un contraste de miradas apuntadas en la novela. La primera de ellas tiene que ver con las miradas de los militantes senderistas. Esas miradas son descritas del siguiente modo por el protagonista principal de La hora azul, el abogado Adrián Ormache Miller, mientras se encuentra una mañana en la sala de su casa en San Isidro revisando periódicos: "A diferencia de los otros, la rabia le permitía [a Abimael Guzmán] mirar el mundo de frente. Y esa mirada de frente al mundo había sido el don que había ofrecido a sus seguidores, la gente que siempre había mantenido la cabeza gacha y que se había quedado callada y que sólo con él la había alzado..." (229). La segunda mirada es clave, se da en la página final de la novela. Esta mirada viene de Miguel, hijo del comandante Alberto Ormache, padre de Adrián, y de la bella Miriam Anco, natural de Huanta. Miguel es un niño callado, solitario, introvertido, con traumas, a quien Adrián, al quedar el muchacho huérfano, ayuda y protege. Ambos están en el malecón de Miraflores, mirando el mar; hacia ahí lo ha llevado a pasear Adrián (Miguel vive en San Juan de Lurigancho). Luego del ofrecimiento de Adrián por llevarlo a matricularse a una academia pre-universitaria en San Juan, Miguel, dice Ormache, "me miraba de frente por primera vez, como creo que nunca lo había hecho" (303).
En "Una épica de los secretos", Cueto comienza dando cuenta de cómo nació la idea de la novela ("decidí escribirla el año 2002, luego de una conversación informal con mi amigo Ricardo Uceda, quien por entonces estaba preparando la edición de su libro Muerte en el Pentagonito", el cual sirve de epígrafe al libro). También comenta algunos procesos de escritura, los que tienen puntos en común con diversos pasajes de la novela: su viaje a a Ayacucho, a Huanta y Huamanga, su visita, en un mototaxi, al cuartel militar de Huanta, la anécdota con el guardia de la torre de control; su visita a la zona de Huanta 2, en San Juan de Lurigancho.
Con relación a su novela, el autor señala: "La novela puede ser definida como una exploración en la maldad oculta de las familias. Todos los individuos y también los grupos -familias, sociedades, comunidades-, requieren almacenar en su inconsciente un paquete de secretos para poder continuar su marcha. En el curso de cualquier vida individual, familiar o social, se revelan periódicamente, a veces por azar, muchos de esos secretos. Estas revelaciones son mensajes del lado oscuro, una zona clandestina y vedada de nuestro ser. Creo que una de las tareas de la novela es precisamente recoger estos instantes privilegiados, los momentos en los que las zonas oscuras, olvidadas, postergadas, reaparecen ante nosotros y se revelan para siempre".
En la foto: Alonso Cueto, en el bulevar de Tarata.