El narrador de historias de Enrique Congrains Martin
Este domingo fue un día fabuloso. Fuimos a ver la final del Mundial en la Sala San Marco de Little Italy, que con sus tres pantallas gigantes se abarrotó con más de mil personas. La calle Preston en la que se encuentra ubicado el local explotó de júbilo después del triunfo. Un verdadero carnaval de alegría.
Esta introducción viene a cuento porque esa misma noche, al llegar a casa, encontré en el buzón un sobre proveniente de Cochabamba, Bolivia. Sabía lo que contenía. Se trataba de El narrador de historias, la nueva novela de Enrique Congrains Martin, cuya primera página, precisamente, tiene que ver con el fútbol:
El partido estaba empatado uno a uno y ya corrían los diez minutos finales del segundo tiempo. Ambos directores técnicos se comían las uñas, que sus dientes no alcanzaban los talones de Aquiles.
De pronto hubo un pase preciso, una gambeta perfecta, y un cañonazo chileno muy potente y peligroso enfiló hacia la valla argentina. Pero el de Ríver se estiró como un felino y pudo desviar la pelota hacia arriba y hacia atrás.
Estaban jugando las selecciones nacionales de Argentina y de Chile en ese terreno neutral que es el Estadio Nacional de Lima, Perú, y lo que había de por medio era un abrume, un deber, un reto, un acceso o un retroceso hacia la cumbre; cuál de los dos países pasaba a la gran final por la Copa del Mundo, y cuál se consolaba con disputar la tercera o la cuarta posición.
El planeta entero estaba despierto: en los cinco continentes, miles de millones de pantallas transmitían el juego, aparte de que se habían cruzado apuestas por cuantías pecaminosas. (Preámbulo, pág. IX)
El libro, impreso en Cochambamba en abril de este año, es parte de "una edición príncipe, de 120 ejemplares, numerados, que no están destinados a la comercialización" (de hecho, Congrains había puesto en el sobre, con letras impresas, a modo de aviso, que el mismo "contiene libro con dedicatoria y sin valor comercial", me gustó esa manera sutil de otorgar su valor real a un objeto). Con sus 505 páginas numeradas, El narrador de historias es uno de esos libros de literatura de los que antiguamente se decían que perfectamente podían servir para matar a una persona. Al tacto, podría decir que pesa igual o hasta más que La hora azul, Abril rojo y Travesuras de la niña mala juntas (y es de formato más grande también). Pero lógicamente se trata de un detalle irrelevante, aunque llamativo en tanto primer acercamiento al objeto. Por otro lado, y como ya adelanté en su momento, la novela está dedicada al autor de La ciudad y los perros:
Para Mario Vargas Llosa, a partir de una amistad tan antigua como una botella de vino con cincuenta años de añejamiento, y con profunda admiración y respeto por tu obra
y con ambos adjetivos válidos para esa elección que tu propia vida le da a los escritores de todo el orbe: el oficio de la literatura requiere de una total consagración. La pluma o el azadón, el azadón o la pluma, pero no alternando ambas herramientas.
Tres epígrafes anteceden a la obra. Uno de Herman Melville, otro de Antonio Di Benedetto y otro de... tata tatan... Roberto Bolaño. Así es, otro detalle que me llama la atención es la mención a diversos escritores actuales: Antonio Skármeta, Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Pedro Lemebel, Edmundo Paz Soldán, Gregorio Martínez ("considerado uno de los 'grandes' de la literatura peruana", pág. 470) y/o/hasta Santiago Roncagliolo. Incluyo, a modo de adelanto de la obra, del segundo capítulo titulado "El día empieza temprano", un acápite en el que precisamente se da cuenta de algunos de estos autores. Finalmente, para terminar este rápido acuse de recibo, incluyo el texto de la contracarátula (hay que señalar que la novela "sucede durante cuatro días, exactamente entre el lunes 27 y el jueves 30 de mayo del 2075", pág. 491):
Desde Cochabamba, Bolivia, un novelista peruano auto silenciado durante medio siglo resucita para la literatura porque entre el 2000 y el 2006 ha escrito una novela argentina, mejor dicho argentinísima, situada en la ciudad de Mendoza del año 2075.
Sólo que en este futuro a setenta años de hoy la provincia de Mendoza se ha convertido en un Protectorado Internacional, y entonces, y durante cuatro alucinantes días, junto a Cayetano Cómpanis, el protagonista, vamos a enterarnos que… pero no la vamos a resumir, hay que leer sus cuatrocientas y pico de páginas donde hay de todo, desde historia hasta erotismo, pasando por filosofía, un cuento de horror, un escape de la policía, un San Augusto hacedor de milagros de verdad, y la hipótesis de que estas tierras gauchas se estén vitalizando gracias a una enorme corriente migratoria hindú, y cuando la novela termina no termina, sino que vienen unas sorprendentes "galletas" retrospectivas y reflexivas que se escriben desde el barrio de San Telmo, Buenos Aires, y que desde allí se nos devuelve a Mendoza y a la propia novela.
Y cuando ya no sobra una sola "galleta" nos quedamos sin saber si hemos leído una novela filosófica, o una de política ficción, o un thriller policial, o una historia de amor entre Cayetano (Argentina) y Nanda (Chile), o si hemos leído la más insólita obra de humor negro, y para no hacernos un nudo en la mente llegamos a la conclusión que hemos leído una novela magistral, tan seria y pronfunda como festiva e irreverente, una novela mendocina, argentina, chilena, en fin, una novela muy cómplice del lector, y admirablemente bien documentada.
En cuanto al autor, peruano de nacimiento, latinoamericano de correrías, más bien parece haber nacido con un pie en una Argentina que conoce y ama demasiado, y con el otro pie en un Chile que igualmente conoce y ama demasiado, y que para poder convivir con ambas pasiones se queda con un tercer amor, pues Congrains Martin afirma que su obra es "un canto universal a esa ciudad maravillosa que es Mendoza", sorpresas que da la literatura.
En la foto: carátula de El narrador de historias.
Esta introducción viene a cuento porque esa misma noche, al llegar a casa, encontré en el buzón un sobre proveniente de Cochabamba, Bolivia. Sabía lo que contenía. Se trataba de El narrador de historias, la nueva novela de Enrique Congrains Martin, cuya primera página, precisamente, tiene que ver con el fútbol:
El partido estaba empatado uno a uno y ya corrían los diez minutos finales del segundo tiempo. Ambos directores técnicos se comían las uñas, que sus dientes no alcanzaban los talones de Aquiles.
De pronto hubo un pase preciso, una gambeta perfecta, y un cañonazo chileno muy potente y peligroso enfiló hacia la valla argentina. Pero el de Ríver se estiró como un felino y pudo desviar la pelota hacia arriba y hacia atrás.
Estaban jugando las selecciones nacionales de Argentina y de Chile en ese terreno neutral que es el Estadio Nacional de Lima, Perú, y lo que había de por medio era un abrume, un deber, un reto, un acceso o un retroceso hacia la cumbre; cuál de los dos países pasaba a la gran final por la Copa del Mundo, y cuál se consolaba con disputar la tercera o la cuarta posición.
El planeta entero estaba despierto: en los cinco continentes, miles de millones de pantallas transmitían el juego, aparte de que se habían cruzado apuestas por cuantías pecaminosas. (Preámbulo, pág. IX)
El libro, impreso en Cochambamba en abril de este año, es parte de "una edición príncipe, de 120 ejemplares, numerados, que no están destinados a la comercialización" (de hecho, Congrains había puesto en el sobre, con letras impresas, a modo de aviso, que el mismo "contiene libro con dedicatoria y sin valor comercial", me gustó esa manera sutil de otorgar su valor real a un objeto). Con sus 505 páginas numeradas, El narrador de historias es uno de esos libros de literatura de los que antiguamente se decían que perfectamente podían servir para matar a una persona. Al tacto, podría decir que pesa igual o hasta más que La hora azul, Abril rojo y Travesuras de la niña mala juntas (y es de formato más grande también). Pero lógicamente se trata de un detalle irrelevante, aunque llamativo en tanto primer acercamiento al objeto. Por otro lado, y como ya adelanté en su momento, la novela está dedicada al autor de La ciudad y los perros:
Para Mario Vargas Llosa, a partir de una amistad tan antigua como una botella de vino con cincuenta años de añejamiento, y con profunda admiración y respeto por tu obra
y con ambos adjetivos válidos para esa elección que tu propia vida le da a los escritores de todo el orbe: el oficio de la literatura requiere de una total consagración. La pluma o el azadón, el azadón o la pluma, pero no alternando ambas herramientas.
Tres epígrafes anteceden a la obra. Uno de Herman Melville, otro de Antonio Di Benedetto y otro de... tata tatan... Roberto Bolaño. Así es, otro detalle que me llama la atención es la mención a diversos escritores actuales: Antonio Skármeta, Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Pedro Lemebel, Edmundo Paz Soldán, Gregorio Martínez ("considerado uno de los 'grandes' de la literatura peruana", pág. 470) y/o/hasta Santiago Roncagliolo. Incluyo, a modo de adelanto de la obra, del segundo capítulo titulado "El día empieza temprano", un acápite en el que precisamente se da cuenta de algunos de estos autores. Finalmente, para terminar este rápido acuse de recibo, incluyo el texto de la contracarátula (hay que señalar que la novela "sucede durante cuatro días, exactamente entre el lunes 27 y el jueves 30 de mayo del 2075", pág. 491):
Desde Cochabamba, Bolivia, un novelista peruano auto silenciado durante medio siglo resucita para la literatura porque entre el 2000 y el 2006 ha escrito una novela argentina, mejor dicho argentinísima, situada en la ciudad de Mendoza del año 2075.
Sólo que en este futuro a setenta años de hoy la provincia de Mendoza se ha convertido en un Protectorado Internacional, y entonces, y durante cuatro alucinantes días, junto a Cayetano Cómpanis, el protagonista, vamos a enterarnos que… pero no la vamos a resumir, hay que leer sus cuatrocientas y pico de páginas donde hay de todo, desde historia hasta erotismo, pasando por filosofía, un cuento de horror, un escape de la policía, un San Augusto hacedor de milagros de verdad, y la hipótesis de que estas tierras gauchas se estén vitalizando gracias a una enorme corriente migratoria hindú, y cuando la novela termina no termina, sino que vienen unas sorprendentes "galletas" retrospectivas y reflexivas que se escriben desde el barrio de San Telmo, Buenos Aires, y que desde allí se nos devuelve a Mendoza y a la propia novela.
Y cuando ya no sobra una sola "galleta" nos quedamos sin saber si hemos leído una novela filosófica, o una de política ficción, o un thriller policial, o una historia de amor entre Cayetano (Argentina) y Nanda (Chile), o si hemos leído la más insólita obra de humor negro, y para no hacernos un nudo en la mente llegamos a la conclusión que hemos leído una novela magistral, tan seria y pronfunda como festiva e irreverente, una novela mendocina, argentina, chilena, en fin, una novela muy cómplice del lector, y admirablemente bien documentada.
En cuanto al autor, peruano de nacimiento, latinoamericano de correrías, más bien parece haber nacido con un pie en una Argentina que conoce y ama demasiado, y con el otro pie en un Chile que igualmente conoce y ama demasiado, y que para poder convivir con ambas pasiones se queda con un tercer amor, pues Congrains Martin afirma que su obra es "un canto universal a esa ciudad maravillosa que es Mendoza", sorpresas que da la literatura.
En la foto: carátula de El narrador de historias.