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lunes, noviembre 13, 2006

Las pequeñas memorias de José Saramago

"Se titulan Las pequeñas memorias, y cumplen la promesa por partida triple: son cortas (150 páginas), acaban cuando el autor es aún pequeño (tiene 14 o 15 años) y son muy poco literarias; como si Saramago hubiera arrinconado al escritor para narrar su infancia", escribe Miguel Mora en la introducción a la entrevista que realiza al premio Nobel portugués desde Lisboa y que aparece en la sección cultural de hoy del diario El País. Incluyo las primeras preguntas:
Sorprende la ausencia casi absoluta de literatura en el libro...
Imaginemos que no fuera premio Nobel, incluso que no fuera escritor, y que por un capricho a estas alturas de mi vida decido ponerme a recordar lo que fui de niño. Eso es el libro. En el fondo, he hecho lo que cualquiera puede hacer. Recordar, con más o menos precisión. En fin, soy escritor y me dieron el Nobel, pero aquel niño no sabía nada de eso y lo que he intentado es no mezclar una cosa con la otra.
Lo que sorprende es que haya podido volver a meterse en su piel de entonces.
He intentado ser lo más fiel posible a mi propia memoria, y aunque la memoria no es de fiar, esos recuerdos han estado conmigo toda mi vida. Claro que la interpretación de esos recuerdos es otra cosa. Quizá esté mediatizada. Por el Nobel y por todo lo demás.
Pero se nota ese esfuerzo de contención.
El propósito era ése. Aunque el editor (Caminho) dice que podía haberlo alargado hasta las 300 o 400 páginas, si hubiera hecho eso estaría haciendo literatura. Y sólo me interesaban los hechos. No son hechos secos, porque todo tiene una resonancia. Pero lo importante es que no hay ejercicio de estilo.
Queda la vida de ese niño, tan sencilla y dura a la vez, conforme con lo que hay.
Los hechos son esos. Hay que tener en cuenta que en los años veinte y treinta los pobres eran pobres y los ricos eran ricos y cada uno estaba en su sitio. No había interpenetración y la gente pobre aceptaba su situación. Las cosas habían sido así desde siempre. No diré que la gente se resignaba; simplemente, aceptaba ese hecho.


En la foto: José Saramago en su casa de Lisboa.