Sobre Los buenos tiempos
Por Carlos Rengifo*
Las historias de jóvenes siempre están plagadas de anécdotas, curiosidades, exabruptos, comportamientos acelerados que buscan abarcarlo todo, despuntar por encima de la gente adulta para, de alguna manera, sacarles la lengua ante tanta seriedad, tanta responsabilidad y el surtido de normas y reglas que imponen, a fin de seguir un lineamiento que mantenga al mundo en pie, sin tambaleos, y evitar que las cosas estén patas arriba. Nada es más suelto y libre que la juventud y la adolescencia que muestran, desde las propias entrañas y en la salutación de los poros, unas ganas enormes por vivir, por vociferar, por salir a la luz y dejar constancia de su presencia, aquella que es casi imposible de pasar inadvertida. Se dice, no sé si con razón, que esta es la etapa más feliz de la vida, que estos primeros años son los que mejor se disfrutan, pues no hay deberes estrictos que cumplir, ni trabajos que soportar, ni cuentas que pagar, por lo que la máxima preocupación se centra solamente en uno mismo, en la apariencia y en la actitud, en los conflictos de la personalidad, en los iniciales descubrimientos amatorios, y, sobre todo, en la camaradería. Es aquí donde empiezan a formarse con mayor firmeza los lazos de amistad, los círculos de amigos, las manchas, los uña y mugre, y es aquí también cuando se toma muy en serio, se tiene bastante en cuenta la importancia de pertenecer a un grupo.
Es en esta etapa justamente cuando se inicia Los buenos tiempos (Grupo Editorial Norma, 2007), la entretenida novela de Javier Bayly. El telón se abre para dar cabida a personajes variopintos como Naco, el Tetas, Carlitos Dalguán, el Chato, Benjamín Montes de Oca, el Cutras, sin contar con las chicas como Laura o Greta la argentina, que van apareciendo conforme el narrador (que no se dice su nombre, pero que, supongo, debe ser un alter ego del autor) va narrando los episodios que se aglutinan en pequeños quids para pintar un panorama juvenil con todos los ingredientes que este amerita. El juego está presente desde el principio, desde que Carlitos y el narrador van a pasar un fin de semana a Ancón y de pronto aparecen las abejas asesinas, es decir, unas adolescentes patinadoras que no hacen más que acalorar los ímpetus de los observadores para terminar acercándose a ellos imantadas por el fulgor de unas cervezas. Un porrito de por medio hacen de la abeja madre una chica superada y un inadecuado paleteo de un parrillero ebrio le otorga alas para salir volando, ofendida, y no volver a aparecer nunca más.
Las relaciones en la novela se dan así, de manera ligera y fugaz; a excepción de la mancha, del grupito de amigos, las relaciones que el protagonista y sus compinches establecen son efímeras, aunque no exentas de intensidad y de ganas de prolongarlas para siempre. El amor, o mejor sería decir, el amorío, surge de una simple mirada, de un estudio detallado de las cualidades físicas de las chicas. Y es que allí todo es atracción, libido, hormonas intranquilas que es preciso aplacar. Laura viene a nosotros en la bahía de Paracas, tras los ladridos de Muchacho, un perro pendenciero que suele arrinconar a las "victimas" para llevarlas hacia la casa donde están los verdaderos muchachos, ansiosos de chicas, y esta con sus amigas caen como blancas palomas derechito a la piscina, donde se inicia el juego del caballito en el que las chicas terminan por despojarse de los bikinis, y se aproximan a un trago desconocido y recién inventado llamado Fray Angélico.
Los plagios en el salón de clases, como en todo colegio, también ocurren en la novela, pero lo más curioso es que la obtención del examen días previos por parte de Naco queda en el misterio. Al final, lo único que importa es aprobar, y las artimañas que se hagan para conseguir una nota sobresaliente no interesan. Cuando los personajes están a punto de acabar el colegio, esa parece ser su máxima preocupación, y hacen trampa de lo lindo gracias a una misteriosa mano samaritana. Una vez salidos del colegio y estando ya en la universidad, otros son sus intereses, aunque sin perder de vista la juerga y la diversión que se corona con un accidentado viaje a Máncora, en el que conocen a unas argentinas despampanantes (como todas las chicas de la novela) y así tan fácil como las conocen y se enredan con ellas, así también se van, dejándolos colgados para recibir el año nuevo.
La novela termina con el adiós de esos "buenos tiempos", puesto que la incipiente madurez entra a tallar, se va asomando en los jóvenes protagonistas, cuyos encuentros son más distanciados, ya no existe la mancha del colegio, aunque hay todavía esporádicas salidas en una de las cuales el Chato, que es el fumón del grupo, alucina en su vuelo humístico ver a Superman, y el libro acaba con un episodio elocuente en el que se deja ver la entrada ya en la adultez de estos personajes: el hecho de que uno de ellos se convierte en papá, lo que cierra con llave, deja en el pasado, la distracción de los "años maravillosos", sin preocupaciones serias, para dar la bienvenida a los años de la responsabilidad.
Los buenos tiempos es un ejercicio de entretenimiento y soltura, un capítulo de un estado de vida en el que pareciera tenerse el mundo a los pies. El autor es hábil en las descripciones, preciso en los perfiles, lúdico en los acontecimientos, y hace alarde de un juego narrativo en donde lindas patinadoras pueden ser abejas asesinas, o el rito de la seducción puede convertirse en una cacería hasta la muerte. Javier Bayly nos muestra en su novela a una juventud que, a pesar de todas sus mataperradas, es sin embargo un tanto ingenua y sin malicia, pero destaca asimismo lo mejor de ellos por encima de sus locuras. Por momentos, como lectores, somos parte de ellos, nos apropiamos de su visión irónica y jovial, de su lenguaje característico, de las ansias por conseguir algo. Dentro del texto narrativo los acompañamos en sus líos y picardías con cierta nostalgia, ya que el tono del libro vislumbra un acabamiento inevitable, el fin de las experiencias contadas, la recta hacia adelante que solo deja el consuelo de la evocación. Los buenos tiempos es una novela que retrata a una juventud con todas sus alegrías y contradicciones, pero que a la vez incide en lo efímero del instante, en lo pasajero que es el tiempo, pues las aventuras del Tetas, del Cutras, del Chato y de los demás no habrán de repetirse ni durar para siempre.