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jueves, diciembre 27, 2007

Un adelanto de la nueva novela de Carlos Calderón Fajardo

Les ofrezco a continuación, y en exclusiva, un capítulo de la novela (inédita) de Carlos Calderón Fajardo La vida íntima de Gregorio Samsa, finalista del premio Juan Rulfo de novela corta, y sobre la cual el autor adelantó unas opiniones hace unos quince días aquí.

13.

La antigua niñera de Gregorio Samsa era de color amarillo negruzco, nariz cuadrada y un lunar en alguna parte de la mejilla y solía visitar al insecto de vez en cuando. Pero Gregorio no quería verla, porque a diferencia de su familia, que a pesar de haberse transformado en un insecto lo trataban con la mayor naturalidad del mundo, la antigua niñera lo seguía viendo como un insecto. La primera vez que vino de visita, Gregorio se hizo negar. Mandó a decir que no estaba. ¿Por qué me habrá educado tan mal? se preguntaba. Sin embargo, la niñera le decía en ese mismo momento en el vestíbulo a la cocinera y a la gobernanta que Gregorio de niño había sido de carácter tranquilo y bueno. Y al oirla, Gregorio tras la puerta se preguntaba: ¿Por qué no supo utilizar esas ventajas y prepararme para un porvenir mejor? Estaba viuda, no tenía hijo y hablaba con vivacidad. Ella decía que Gregorio debió llegar a ser alto y fuerte y no un insecto feo. Y mientras la niñera era contenida en la puerta. Gregorio echado en un sofá anhelaba un sueño que no quería llegar. Le dolían las articulaciones, los elitros. Es que nunca dormía bien. Porque cuando dormía, Gregorio era poseído por absurdos sueños que hacían que al día siguiente se sintiese incoherente, pero resignado a su suerte. Por fin cuando la niñera dejó de gritar, -no había dejado de gritar diciendo que tenía derecho de ver al insecto, era su niñera, mejor dicho cuando la niñera se rindió-, recién en ese momento Gregorio pudo conciliar el sueño. Mejor dicho, ingresó a la que era su verdadera vida: la confrontación con otros animales. Esa noche soñó con la Cruza, un animal mitad gato y mitad cordero. Una aberración que huía de los gatos y que le gustaba atacar a los corderos y que sólo cuando era soñado cometía un hecho de sangre.

Este capitulillo corresponde al aforismo nº 13 de las "Reflexiones sobre el pecado..."
y que a la letra dice: "La primera señal de un incipiente coocimiento es el deseo de morir. Esta vida parece insoportable; otra inalcanzable. Ya no se siente vergüenza de querer morir; se suplica desde la vieja celda que se odia ser trasladado a otra nueva, donde se aprenderá a odiar de nuevo. Un resto de fe actua aquí: durante el trascurso aparecera de casualidad el Señor, observará al detenido y dirá: 'A este no debeis encerrarle, que venga a mí'".