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miércoles, noviembre 12, 2008

Domingo, en Chicago


Por Jorge Frisancho

Mis memorias de Domingo de Ramos tienden un poco a lo surreal. En los veinticinco años que llevamos de conocernos, nos hemos encontrado con frecuencia en lugares inesperados, en circunstancias extrañas —a veces agradables, a veces inhóspitas— y en condiciones que se salen empecinadamente de lo usual. Pero ésta se lleva el premio mayor. El 31 de octubre que pasó, por la nochecita, nos juntamos en el restaurante Machu Picchu de la avenida Ashland, en el lado norte de la ciudad de Chicago, a celebrar como es debido el día de la canción criolla. (O el día de las brujas, que cayó en la misma fecha: difícil en realidad saber cuál de los dos).
Cosas que le suceden a un peruano establecido en el exterior: algo que quizá uno no haría estando en el país, o que haría solamente sintiéndose irónico y detourné, se convierte en ocasión de jolgorio y melancolía, de emociones huachafosas en su sinceridad, con gran contentamiento, teñido de nostalgia, en lo que nos va quedando de corazón. Y en esta oportunidad mucho más todavía, pues la inesperada visita de Domingo de Ramos a esta ciudad al borde de otro más de sus inviernos nos daba —a mí y a varios otros, según se comprobó en el Macchu Picchu— motivos verdaderos para festejar.
Domingo había llegado hasta Chicago como parte de su reciente gira internacional, invitado por la Peruvian Arts Society y la universidad de DePaul para participar en un evento conmemorativo de los 70 años de la muerte de César Vallejo. Así que no todo fue comer, beber y cantar: al día siguiente, bien cenados pero no satisfechos, nos tocó apersonarnos en uno de los anfiteatros de la universidad para un recital-conferencia-concierto-concurso de declamación auspiciado por la mencionada Society y organizado por Rocío Ferreira, profesora en DePaul e incansable animadora de la vida cultural latina en la ciudad.
Venido desde tan lejos, Domingo era el plato de fondo en un programa que incluyó a los locales Juana Goergen (Puerto Rico), Jackie Lazú (EE.UU.), León Leiva (Honduras), Bernardo Navia (Chile) y Febronio Zatarain (México), además de un servidor. Rocío rompió los fuegos con una conferencia de tema vallejiano, centrada en la aparición en tiempos recientes de la figura del poeta en varias obras de ficción. La seguimos los invitados a leer, con poemas de Vallejo y nuestros (que, como dije cuando fue mi turno, no resisten la comparación). Luego hubo declamadores, y finalmente música a cargo del conjunto típico criollo Son Perú.
Con sus poemas intensos como ríos que crecen hasta desbordar, anegados de imágenes punzantes y certeras, hermosos en su fuego y su ferocidad, Domingo se llevó los aplausos más largos y las mayores muestras de aprecio desde la platea. Como tiene que ser, porque el suyo es uno de los trabajos más interesantes, y más importantes, en la poesía latinoamericana contemporánea. El público diverso que acudió a DePaul dio muestra clarísima de saberlo apreciar.


En la foto: Domingo de Ramos, Rocío Ferreira y Jorge Frisancho.