Tres respuestas de Montserrat Álvarez
El viernes pasado dediqué un post al blog Kurupí de Montserrat Álvarez y Cristino Bogado. Días previos, le había escrito a la poeta para pedirle un par de puntualizaciones (con relación a Bogado y sobre el nombre en sí del blog) y le alcancé también la siguiente pregunta: "En 1991 publicaste Zona dark. ¿Qué me puedes decir de este poemario hoy, quince años después?". Publiqué el post sin obtener las respuestas pues no eran centrales con relación a la noticia en sí. El lunes, sin embargo, llegaron las mismas a través de una deliciosa comunicación emiliar de Montserrat Álvarez que transcribo en su integridad (y con su venia) a continuación:
Paolo, pata del alma ("che dúki", en yopará paraguayense de post-adolescentes -"postpéndex", según el argot local; aquí "pendejo" o "péndex" o "pendejito" no tiene las connotaciones de avivado sinvergüenza y traidorzuelo potencial que poseía en Lima, sino que, entre la perrada (equivalente paraquario de nuestro propio y viejo "la muchachada"), equivale a "mozalbete", "jovenzuelo"- con resabios ochentosos (¡ah, qué tiempos aquéllos! Los ochenta: gran música, muchos libros, inolvidables parrandas): te debía, si mal no recuerdo, tres respuestas a las correspondientes preguntas. Allá van, con las debidas excusas por el retraso.
La primera era medio chismosona: me preguntabas si Cristino y yo éramos cuates nomás o si había algo más entre nosotros. Bueno, digamos que somos una pareja relativamente estable, pues llevamos ya cinco años viviendo juntos y seguimos divirtiéndonos y pasándolo bastante bien y disfrutando de tal situación, digamos, conyugal (sí, ése es el término), con la deseable intensidad que el caso requiere. No estamos, sin embargo, casados ante el Estado ni ante la Iglesia, ni nos apetece en lo más mínimo rendir cuentas de lo que libremente hagamos o dejemos de hacer ante dichas instituciones (a las cuales, por lo que a mí respecta, deseo cordialmente que las fulmine un rayo lo más pronto posible).
La segunda era un tanto malvadona, como si: A) dada la precocidad, en el sentido cronológico, de aquella publicación, tuviese por lógica que pecar de algún tipo de inmadurez literaria, o (disyunción inclusiva) B) yo ya fuera medio "tía" para andar por ahí con poses de groupie punkie y tuviera que dejar, en consecuencia, atrás mi "rebeldía adolescente": me preguntabas qué pensaba de mi primer e intempestivo libro, Zona dark, ahora, quince años después. En fin, shera'ato: A) Sospecho que esta respuesta parecerá un tanto irreflexiva, puesto que imagino que lo esperable sería que yo hiciese una autocrítica que indicase mi reconocimiento de la existencia de un "progreso", fundamentalmente estilístico o formal, en el sentido de una superación, en cada momento, de lo precedente hacia estadios evolutivos sucesivamente superiores o cada vez más logrados, dentro del proceso de desarrollo de mi propia escritura a través del tiempo. Pero me temo que no es el caso. Por puro respeto elemental a la honestidad, no me queda más remedio que darte una respuesta sobre la que, lo sé de sobra, lloverán despectivas o furiosas acusaciones de soberbia (bueno, he de admitir que éste siempre fue mi pecado capital favorito), delirio megalomaníaco, falta de realismo u objetividad, escasa inteligencia para la autocrítica o incluso "pose" o "divismo", cuando no "narcisismo" o exceso de amor propio, etcétera. Pero, en fin, algún alimento hay que arrojar de vez en cuando a las fauces de los pobres buitres. Así que allá va (y no es precisamente carroña): no hay progreso posible en lo que nace ya perfecto. Uno sólo puede perfeccionar lo perfectible; es el caso de una profesión u oficio, de un trabajo, en el que se adquiere cada vez más destreza con paciencia, dedicación y esfuerzo. Pero para mí el arte no es un trabajo. Es, en cierto sentido, una condena. Yo no elegí ser poeta, y mi voluntad interviene muy poco en mi poesía; así pues, no puedo aplicarme a perfeccionarla, porque me es ajena. Y también porque, al no serme, sensu stricto, propia, no participa de mis imperfecciones: procede de alguna otra zona de lo real, que no conoce limitación ni finitud; siendo, pues, yo, a fuer de humana, limitada y finita, ¿cómo osaría corregir una línea de lo que ya se me comunica como perfecto desde su concepción? Transcribí el primer poema que me fue dictado desde dicha zona siendo casi una niña, a eso de los quince años, y el resultado plasmado en el papel fue tan perfecto e insuperable como podría serlo cualquiera de los pocos poemas perfectos que cualquiera de los pocos poetas perfectos de cualquier siglo y de cualquier lugar haya grabado indeleblemente en la historia, y supe, una vez vuelta al estado normal de consciencia, cuando finalmente lo leí, que no tenía derecho a intervenirlo con "corrección" alguna, porque era en sí mismo superior a todo lo que yo o cualquier ser humano pudiera decir o pensar al respecto. Mis poemas, cuando logro aguzar lo bastante el oído y cuando los ruidos del mundo o de la consciencia no interfieren demasiado, de manera que la transcripción del dictado es plausiblemente fiel, son absolutamente perfectos, y esto siempre fue así. De entre los poemas de Zona dark, aquellos fielmente transcriptos (que son bastantes) eran, son y seguirán siendo absolutamente perfectos, y, por ende, imperfectibles, de manera que, si hoy los volviera escribir, no serían mejores, porque su naturaleza era ya imposible de superación desde el primer momento; y lo mismo, y por las mismas razones, se aplica a todos aquellos poemas fielmente transcriptos de todos mis libros posteriores, y de los que vendrán. B) Como la respuesta anterior ha sido demasiado larga, ahora compensaré su excesiva extensión con una breve: no podría dejar atrás mi "rebeldía adolescente" porque mi rebeldía nunca fue "adolescente"; es decir, no se trata de un síntoma episódico, sino de algo definitivamente crónico, o, si se quiere, constitucional. Esto guarda relación con el hecho de que poseo una agresividad exagerada en relación al tipo humano habitual, y una capacidad para el odio y la violencia también superiores a la norma.
Por último, la tercera pregunta expresaba una curiosidad mitológica: me preguntabas quién o qué era el Kurupí. El Kurupí es nuestro sátiro sub-tropical, a quien, si bien pocos han visto, muchos deben significativos cambios en su destino, pues frecuentemente es el padre de los hijos de más de una joven soltera misteriosa e inexplicablemente embarazada. De poderosa y tosca alzada, despeinada melena y rudo y desaliñado aspecto, es, sin embargo, de apariencia completamente humana, salvo por un atributo que decide también su vocación y su metodología: lleva enrollado en torno al abdomen y al pecho, terminando finalmente por dar varias vueltas al cuello, con la punta graciosamente suelta sobre uno de sus hombros cual si de una bufanda se tratara, su propio y prodigiosamente largo miembro viril, que, en sus pocos momentos de descanso, transporta de esa manera para que no estorbe su errancia de estrafalario violador transhumante, cuyos delitos suelen quedar impunes por hallarse siempre Él lejos del lugar de acción en el momento de consumarse el acto, pues este miembro suyo, en estado de erección, le permite poseer a la mujer deseada aun cuando Ésta se encuentre muy alejada de su desconocido y ocasional amante. Atraviesa firmemente con su enorme miembro erecto los espacios que lo separan de aquella que ha despertado su apetito, y no hay distancia que pueda impedirle consumar la posesión de su elegida y saciarse a voluntad, mágicamente fuera del alcance de quien pudiera osar detenerlo. Siempre triunfal y nunca satisfecho, deambula eternamente en los alrededores boscosos de los poblados y las solitarias chacritas de la campiña, en los mal iluminados extramuros y suburbios de las ciudades desde la caída del atardecer, y en las noches cerradas se aventura más incluso en su infatigable persecución de la próxima mujer que seré suya conforme a su deseo, que gobierna sus días y noches de inmortal.
Bueno, shera'a, ya se me cansó la mano de tanto tecleo, así que por aquí te dejo de momento. Tu blog está re-bueno (no es franela); ya lo linkeamos en Kurupí. Buena tos. Estamos en contacto; ya nos vidrios,
Montserrat.
Paolo, pata del alma ("che dúki", en yopará paraguayense de post-adolescentes -"postpéndex", según el argot local; aquí "pendejo" o "péndex" o "pendejito" no tiene las connotaciones de avivado sinvergüenza y traidorzuelo potencial que poseía en Lima, sino que, entre la perrada (equivalente paraquario de nuestro propio y viejo "la muchachada"), equivale a "mozalbete", "jovenzuelo"- con resabios ochentosos (¡ah, qué tiempos aquéllos! Los ochenta: gran música, muchos libros, inolvidables parrandas): te debía, si mal no recuerdo, tres respuestas a las correspondientes preguntas. Allá van, con las debidas excusas por el retraso.
La primera era medio chismosona: me preguntabas si Cristino y yo éramos cuates nomás o si había algo más entre nosotros. Bueno, digamos que somos una pareja relativamente estable, pues llevamos ya cinco años viviendo juntos y seguimos divirtiéndonos y pasándolo bastante bien y disfrutando de tal situación, digamos, conyugal (sí, ése es el término), con la deseable intensidad que el caso requiere. No estamos, sin embargo, casados ante el Estado ni ante la Iglesia, ni nos apetece en lo más mínimo rendir cuentas de lo que libremente hagamos o dejemos de hacer ante dichas instituciones (a las cuales, por lo que a mí respecta, deseo cordialmente que las fulmine un rayo lo más pronto posible).
La segunda era un tanto malvadona, como si: A) dada la precocidad, en el sentido cronológico, de aquella publicación, tuviese por lógica que pecar de algún tipo de inmadurez literaria, o (disyunción inclusiva) B) yo ya fuera medio "tía" para andar por ahí con poses de groupie punkie y tuviera que dejar, en consecuencia, atrás mi "rebeldía adolescente": me preguntabas qué pensaba de mi primer e intempestivo libro, Zona dark, ahora, quince años después. En fin, shera'ato: A) Sospecho que esta respuesta parecerá un tanto irreflexiva, puesto que imagino que lo esperable sería que yo hiciese una autocrítica que indicase mi reconocimiento de la existencia de un "progreso", fundamentalmente estilístico o formal, en el sentido de una superación, en cada momento, de lo precedente hacia estadios evolutivos sucesivamente superiores o cada vez más logrados, dentro del proceso de desarrollo de mi propia escritura a través del tiempo. Pero me temo que no es el caso. Por puro respeto elemental a la honestidad, no me queda más remedio que darte una respuesta sobre la que, lo sé de sobra, lloverán despectivas o furiosas acusaciones de soberbia (bueno, he de admitir que éste siempre fue mi pecado capital favorito), delirio megalomaníaco, falta de realismo u objetividad, escasa inteligencia para la autocrítica o incluso "pose" o "divismo", cuando no "narcisismo" o exceso de amor propio, etcétera. Pero, en fin, algún alimento hay que arrojar de vez en cuando a las fauces de los pobres buitres. Así que allá va (y no es precisamente carroña): no hay progreso posible en lo que nace ya perfecto. Uno sólo puede perfeccionar lo perfectible; es el caso de una profesión u oficio, de un trabajo, en el que se adquiere cada vez más destreza con paciencia, dedicación y esfuerzo. Pero para mí el arte no es un trabajo. Es, en cierto sentido, una condena. Yo no elegí ser poeta, y mi voluntad interviene muy poco en mi poesía; así pues, no puedo aplicarme a perfeccionarla, porque me es ajena. Y también porque, al no serme, sensu stricto, propia, no participa de mis imperfecciones: procede de alguna otra zona de lo real, que no conoce limitación ni finitud; siendo, pues, yo, a fuer de humana, limitada y finita, ¿cómo osaría corregir una línea de lo que ya se me comunica como perfecto desde su concepción? Transcribí el primer poema que me fue dictado desde dicha zona siendo casi una niña, a eso de los quince años, y el resultado plasmado en el papel fue tan perfecto e insuperable como podría serlo cualquiera de los pocos poemas perfectos que cualquiera de los pocos poetas perfectos de cualquier siglo y de cualquier lugar haya grabado indeleblemente en la historia, y supe, una vez vuelta al estado normal de consciencia, cuando finalmente lo leí, que no tenía derecho a intervenirlo con "corrección" alguna, porque era en sí mismo superior a todo lo que yo o cualquier ser humano pudiera decir o pensar al respecto. Mis poemas, cuando logro aguzar lo bastante el oído y cuando los ruidos del mundo o de la consciencia no interfieren demasiado, de manera que la transcripción del dictado es plausiblemente fiel, son absolutamente perfectos, y esto siempre fue así. De entre los poemas de Zona dark, aquellos fielmente transcriptos (que son bastantes) eran, son y seguirán siendo absolutamente perfectos, y, por ende, imperfectibles, de manera que, si hoy los volviera escribir, no serían mejores, porque su naturaleza era ya imposible de superación desde el primer momento; y lo mismo, y por las mismas razones, se aplica a todos aquellos poemas fielmente transcriptos de todos mis libros posteriores, y de los que vendrán. B) Como la respuesta anterior ha sido demasiado larga, ahora compensaré su excesiva extensión con una breve: no podría dejar atrás mi "rebeldía adolescente" porque mi rebeldía nunca fue "adolescente"; es decir, no se trata de un síntoma episódico, sino de algo definitivamente crónico, o, si se quiere, constitucional. Esto guarda relación con el hecho de que poseo una agresividad exagerada en relación al tipo humano habitual, y una capacidad para el odio y la violencia también superiores a la norma.
Por último, la tercera pregunta expresaba una curiosidad mitológica: me preguntabas quién o qué era el Kurupí. El Kurupí es nuestro sátiro sub-tropical, a quien, si bien pocos han visto, muchos deben significativos cambios en su destino, pues frecuentemente es el padre de los hijos de más de una joven soltera misteriosa e inexplicablemente embarazada. De poderosa y tosca alzada, despeinada melena y rudo y desaliñado aspecto, es, sin embargo, de apariencia completamente humana, salvo por un atributo que decide también su vocación y su metodología: lleva enrollado en torno al abdomen y al pecho, terminando finalmente por dar varias vueltas al cuello, con la punta graciosamente suelta sobre uno de sus hombros cual si de una bufanda se tratara, su propio y prodigiosamente largo miembro viril, que, en sus pocos momentos de descanso, transporta de esa manera para que no estorbe su errancia de estrafalario violador transhumante, cuyos delitos suelen quedar impunes por hallarse siempre Él lejos del lugar de acción en el momento de consumarse el acto, pues este miembro suyo, en estado de erección, le permite poseer a la mujer deseada aun cuando Ésta se encuentre muy alejada de su desconocido y ocasional amante. Atraviesa firmemente con su enorme miembro erecto los espacios que lo separan de aquella que ha despertado su apetito, y no hay distancia que pueda impedirle consumar la posesión de su elegida y saciarse a voluntad, mágicamente fuera del alcance de quien pudiera osar detenerlo. Siempre triunfal y nunca satisfecho, deambula eternamente en los alrededores boscosos de los poblados y las solitarias chacritas de la campiña, en los mal iluminados extramuros y suburbios de las ciudades desde la caída del atardecer, y en las noches cerradas se aventura más incluso en su infatigable persecución de la próxima mujer que seré suya conforme a su deseo, que gobierna sus días y noches de inmortal.
Bueno, shera'a, ya se me cansó la mano de tanto tecleo, así que por aquí te dejo de momento. Tu blog está re-bueno (no es franela); ya lo linkeamos en Kurupí. Buena tos. Estamos en contacto; ya nos vidrios,
Montserrat.