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jueves, febrero 02, 2006

Rafael Espinosa y sus Verbos regulares

El martes la página cultural del diario La Primera publicó una reseña muy positiva de Enrique Sánchez Hernani al poemario Verbos regulares de Rafael Espinosa. El texto no apareció en la edición web del diario, pero hoy he podido añadirlo a mi blog de notas. En su reseña, Sánchez Hernani escribe por ejemplo lo siguiente: "La búsqueda semántica de Espinosa es casi extrema. Su interés, por lo menos el aparente, es forzar a las palabras a entregar nuevos significados, revelaciones no vistas, desconocidas. De alguna manera, entonces, los textos son un homenaje al arte de poetizar, tal como lo sugiere también el título, sobre todo como conciencia del trabajo lingüístico y de su propia búsqueda de contenidos". Dice también dice que "el libro exige un lector atento y entrenado, pero la recompensa es grata". Y concluye con la siguiente reflexión: "Los textos de Espinosa abarcan neologismos, palabras creadas por la reciente tecnología y aun términos en otros idiomas, pero no como una muestra incongruente de despilfarro u ostentación, sino por exigencia de su indagación poética. Bien vale la pena adentrarse en este libro y ordenar sus maravillas".
Ese mismo día, en en la página cultural de La República Abelardo Oquendo publicó una carta del joven poeta Rubén Quiroz en la que comenta (de forma discrepante) una muestra de poesía peruana actual (la denominada post-2000, pero que en la muestra abarca a su vez a autores considerados como del noventa) aparecida en el reciente número 47 de la revista de literatura Hueso húmero, de la que Oquendo es codirector. En su carta Quiroz denomina a Espinosa como "el mejor poeta de los 90". Espinosa se trata de un autor, digamos, oculto, al que hay que seguir con interés, y cuya poesía ha merecido ya algunos premios. Se ubica en esa línea reciente que tiene que ver con la poesía de Mirko Lauer y Mario Montalbetti, línea a la que ha ofrecido textos de gran calidad. Como ejemplo, el siguiente poema de Verbos regulares:

El río es lo continuo, una yema y otra al frotarse como élitros
producen otro río que cubre el murmullo de los mosquitos.


El río de grandes piedras se divide y subdivide en ellas,
luego el envío de luz agrisada restaura el raso de su sonido.


Al acecho de pequeños incidentes, la salpicadura de un ansia,
y perder la imagen en el líquido, formando enaguas en lo homogéneo.


La fronda abre dos alas, coloración monótona, verde heterogéneo.
La persistencia de sus variaciones que se suavizan en la sombra


Para dejar en la boca una voz neutra, la incapacidad del río
para designarse como flujo o detenimiento bajo nubes sucesivas.


El río se escribe a lápiz, únicamente gris y resbalar suave.
Escribir y borrar, las partículas de cuerpos disueltos en el agua.


El desenvolvimiento de un plano donde las yemas sueltan arena,
el evento de un fruto desprendido, su expandirse retenido en el meandro.


Y la insistencia, el revertir de lo que obsede hasta el murmullo
en que la cascada, con el ritmo de la roca, se empecina en disiparse.


Crea figuras ilusorias, el iris de los mosquitos de piedra en piedra.
El río es una, sonido y musgo jabonoso en que las manos se desprenden.


La caña sobre el líquido, la golondrina al ras, sin tocar el agua
como la obsesión tiznando una superficie, LA LARVA SU ESTAR.