¿Qué está leyendo... Victoria Guerrero?
Inauguro la sección "¿Qué está leyendo...?" en la que cada martes un personaje distinto de la cultura en general contará lo que se encuentra leyendo en esos días. En esta oportunidad, la poeta y crítica literaria Victoria Guerrero comenta la novela Incendiar la ciudad (Edición del autor: 2002 y 2006) de Julio Durán (1977), la cual fuera presentada por ella misma y por Virginia Benavides el pasado jueves en el Yacana Bar ubicado en la esquina del Jr. de la Unión con Plaza San Martín en el Centro de Lima:
Acabo de presentar una novela que cuenta la historia de aprendizaje de un adolescente, El Chibolo, en su recorrido alucinado por las calles del centro de Lima junto a la mancha 'subte', aquella gran familia adoptiva a quien se mira con ternura, pero de la cual el narrador ha sabido observar también sus costuras y sus grandes contradicciones. En aquella Lima de principios de los 90, El Chibolo, álter ego del autor, presencia la decadencia del movimiento subterráneo y la movida contracultural que había tenido su apogeo en la década anterior (los 80). De aquella época gloriosa sólo quedaban rezagos y un dinosaurio persistente: El Chusco, personaje central de esta novela, y su hábitat: El Hueco, especie de casa okupa en la que se juntan los más diversos personajes para soñar, para debatir o simplemente, y en sus últimos días, para beber hasta morir.
Incendiar la ciudad es a su vez una historia personal de la violencia en todas sus manifestaciones. Desde el enfrentamiento familiar en la casa del Chibolo hasta los últimos años de la violencia política que vivió el país el siglo pasado y las terribles consecuencias de ese enfrentamiento para la población.
El Chibolo se convierte en testigo presencial de aquellos eventos en su búsqueda incesante por comprenderse a sí mismo y lo que lo rodea. Quiere encontrar su lugar en su casa, en su ciudad, sentirse identificado con algo, con alguien. En esa búsqueda introspectiva, llena de confusión y ternura, encuentra al Chusko, a aquél huérfano producto de nuestra nación confusa y desgarrada, extrañamente reconciliado con sus orígenes. A partir de allí, el Chibolo podrá entender que la violencia es una más de las manifestaciones de esta Lima, mala madre, pero que también es capaz de mostrarle otros rostros: Irene, los subtes, su familia.
Julio Duran ha logrado algo maravilloso con esta novela (dicho sea de paso hecha a mano: con fotocopia y pegamento): ha logrado crear un personaje entrañable (El Chusko, especie ya en extinción) para entregárnoslo en este texto. Ese desprendimiento que sólo puede surgir como la forma más pura del amor.
Acabo de presentar una novela que cuenta la historia de aprendizaje de un adolescente, El Chibolo, en su recorrido alucinado por las calles del centro de Lima junto a la mancha 'subte', aquella gran familia adoptiva a quien se mira con ternura, pero de la cual el narrador ha sabido observar también sus costuras y sus grandes contradicciones. En aquella Lima de principios de los 90, El Chibolo, álter ego del autor, presencia la decadencia del movimiento subterráneo y la movida contracultural que había tenido su apogeo en la década anterior (los 80). De aquella época gloriosa sólo quedaban rezagos y un dinosaurio persistente: El Chusco, personaje central de esta novela, y su hábitat: El Hueco, especie de casa okupa en la que se juntan los más diversos personajes para soñar, para debatir o simplemente, y en sus últimos días, para beber hasta morir.
Incendiar la ciudad es a su vez una historia personal de la violencia en todas sus manifestaciones. Desde el enfrentamiento familiar en la casa del Chibolo hasta los últimos años de la violencia política que vivió el país el siglo pasado y las terribles consecuencias de ese enfrentamiento para la población.
El Chibolo se convierte en testigo presencial de aquellos eventos en su búsqueda incesante por comprenderse a sí mismo y lo que lo rodea. Quiere encontrar su lugar en su casa, en su ciudad, sentirse identificado con algo, con alguien. En esa búsqueda introspectiva, llena de confusión y ternura, encuentra al Chusko, a aquél huérfano producto de nuestra nación confusa y desgarrada, extrañamente reconciliado con sus orígenes. A partir de allí, el Chibolo podrá entender que la violencia es una más de las manifestaciones de esta Lima, mala madre, pero que también es capaz de mostrarle otros rostros: Irene, los subtes, su familia.
Julio Duran ha logrado algo maravilloso con esta novela (dicho sea de paso hecha a mano: con fotocopia y pegamento): ha logrado crear un personaje entrañable (El Chusko, especie ya en extinción) para entregárnoslo en este texto. Ese desprendimiento que sólo puede surgir como la forma más pura del amor.