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martes, noviembre 28, 2006

Rock y poesía peruana: una historia secreta

Por Carlos Torres Rotondo*

Aunque escriba y, sobre todo, lea, lo que más me gusta es escuchar canciones de rock, repetirlas una y otra vez, memorizarlas y reflejarme en ellas… Como a tantas personas en el mundo de hoy, lo poético llega a mi espíritu sobre todo a través de las canciones… Este es un breve vuelo sobre la poesía peruana con actitud rockera… La poesía que rockea no es -no debería ser- un tema original, dado que música y lírica comenzaron juntas en todas las civilizaciones y, en el mejor de los casos, han constituido un elemento desestabilizador para las sensibilidades, recordemos sino las opiniones de Platón sobre música y poesía en su libro La República… Y es que los patrones rítmicos son el secreto lazo de unión entre dos disciplinas que expresan lo poético desde diversos soportes, formatos y códigos.
Esta cartografía principia en Lima alrededor de 1957. Solistas y orquestas de música tropical e internacional que tocan en hoteles, clubes y fiestas de Lima incorporan por primera vez el rock en su repertorio. Las orquestas de Carlos Pickling, Freddy Roland, Lucho Macedo, Ñiko Estrada, Lorenzo D'Acosta y Richard "Turco" Baris graban rock & roll ese mismo año. Mike Oliver es el primer solista y edita varios 45s junto a Eulogio Molina y sus Rockanrollers, aquel glorioso 1957, cuando a Lima llega la rebelión cultural que ese mismo año comienza a eclipsarse en Estados Unidos con la posterior muerte de Richie Valens, Big Bopper y Buddy Holly en un accidente, con escándalos para Jerry Lee Lewis, cárcel para Chuck Berry, religión para Little Richard y servicio militar para Elvis; en fin, las técnicas usuales de control utilizadas por el poder.
Poco a poco en Lima van creándose las primeras redes: surgen bandas y pandillas de rocanroleros en los principales barrios limeños. En 1963, Los Incas Modernos, del Callao, graban el primer LP del rock peruano, incluyendo también el primer tema de fusión. Paralelamente, se crea el primer ombligo del rock nacional, conformado por diversos barrios de los distritos de Lince, Jesús María, Pueblo Libre y Magdalena. Lince fue el distrito más prolífico de todos, un Liverpool cholo: de sus esquinas, unidades escolares y quintas surgieron Los Saicos, los Steivos, Los Zany´s, Los Yorks, Los Belkings y muchas otras bandas. Los Saicos marcan el fin de la prehistoria, ya que en realidad son la primera banda de rock peruano: fueron los primeros en tener actitud, en crear una escena, en tener un repertorio constituido exclusivamente por temas propios y en castellano, y en crear una ruptura con las orquestas. Son la primera muestra de una generación que empieza a desarrollar su propio discurso. Incluso tenían una canción terriblemente poética: "Camisa de fuerza", que Tristan Tzara y los dadaístas hubieran aplaudido con fervor. En 1965 todos se sentaban a almorzar con la familia, encendían la televisión y bandas como Los Saicos tocaban en vivo… Y luego vinieron Los Shains y Los Yorks… Y sus canciones empezaron a formar parte del inconsciente colectivo… El rock flotaba en el ambiente y afectó incluso la psicología de quienes no lo escuchaban… Se creó una escena que aún hoy se encuentra sumergida, una generación se enchufó a la música y las cosas no volvieron a ser igual… Muchos estudios y ficciones, muchas leyendas pueden escribirse sobre aquellos tiempos vírgenes para esas redes de sensibilidades que son las escenas contraculturales, el underground, el pop o como quieran llamarlo, saben a lo que me refiero…
El primer lazo directo entre Los Saicos y la escena poética peruana fue Juan Gonzalo Rose. Se conocieron una noche de bohemia en el Negro-Negro… Y aunque el rock no está presente explícitamente en la poesía de Juan Gonzalo, la música recorre completamente sus textos… Quizá por eso fue el único poeta de la época en tener contactos con la primera escena del rock en el Perú… Pero es que en realidad los referentes no importan tanto como la actitud... Martín Adán ya rockeaba a fines de los años 20 con los "Poemas Underwood"… ¿O es que hay algo más rockero que esa "prosa dura y magnífica de la ciudad sin inquietudes estéticas", donde "la polis griega era un lupanar al que había que ir con revolver"… O el gran hit: "no quiero ser feliz con permiso de la policía"… En Perú la poesía moderna rockea incluso con su fundador: el anarquista Manuel González Prada, un pitupunk que en Baladas peruanas asume un tono narrativo y descriptivo, como será gran parte de la poesía peruana con actitud rockera, así no hable directamente de rock.
Y esto no tiene nada que ver con lo que hacían los gringos: Ginsberg y Burroughs ya habían viajado al Perú buscando fusión con la naturaleza. Fracasaron, más allá de las anécdotas de Ginsberg con Martín Adán, simple cónclave de sabios… Ginsberg se llevó un barril de agua sucia en vez del Ayahuasca prometido por los shamanes de la selva… Por su parte, Burroughs se limitó a alquilar efebos por el módico precio de un sanguchón de pollo mientras caminaba por el centro gris y contaminado de la urbe monstruo, Lima…
Y aunque la escena literaria oficial se escandalizó por detalles tan banales como la marihuana de Ginsberg en un recital, a principios de los 60 se inició realmente la fiesta en esa cueva de freakies que es la poesía peruana… Al contrario de lo que buscaban los gringos, la obra fundacional de Luís Hernández no está relacionada tanto con la búsqueda de un saber natural y original. Sus poemas son más bien un viaje a Lima, al fin de la noche, son un regreso a la cueva... Luisito Hernández, poeta de Jesús María, el Robert Johnson de la escena poética peruana. ¿Recuerdan a Robert Johnson, aquel blusero que en la década de los 30 inventó el rock de treinta años después vendiéndole el alma al diablo, componiendo las que quizás son las mejores letras del género, prefigurando la invasión británica? Me refiero a eso: a escribir iniciáticos poemas con plumones de colores en cuadernos no para publicarlos sino para regalarlos a los amigos, jugar fútbol en los terrales del barrio con uniforme blanco de médico, conspirar para liberar Lima echando ácido en La Atarjea… La conciencia, la demencia… Están todos los elementos que hacen a Luisito hermano espiritual de gente como Andrés Caicedo, Ian Curtis, Peter Laughner... Vox Horrísona, ese libro que jamás será editado definitivamente podría ser visto como una caja de CDs con tomas alternativas, covers, y versiones imposibles de catalogar… Vox Horrísona es una línea de fuga más allá de todo intento de catálogo y control… Luisito es el padre, el caso psiquiátrico, el raro –como todos los demás bardos eléctricos de esta historia secreta- cuya obra está más profundamente enraizada con la música y no solo con el rock... Y poco después se publicaron libros de poetas de una tradición más clásica como Santa Rosita y el péndulo proliferante, de Lauer, o Contranatura, de Hinostroza, con imágenes que respiran el ambiente beat de la época… Había comenzado el baile…
Fines de los 60 y comienzos de los 70 son el momento álgido en la última revolución cultural en Occidente, revolución en la que el rock tomó un papel esencial: los Rolling Stones propiciaron cambios más profundos en la sociedad que los que propició el Che: hay una diferencia esencial entre los que vivieron la adolescencia a partir de los 50 y los que no la vivieron nunca... Fue revolución cultural que acabó con siglos de patriarcado, estrechez de mente, y, ante todo, poca diversión… El cliente pudo empezar a elegir: adolescencia que dure 3 o 50 años…
El disparo de salida en la escena poética peruana lo da Poemas de entrecasa, de Manuel Morales, editado en 1969. Libro de lenguaje callejero, desafiante, y en ocasiones, sabio, está constituido en su mayoría por poemas cortos y perfectos como una canción pop de menos de dos minutos. Constituye un primer antecedente de la estructura textual que luego adoptará en los 90 otro gran compositor de canciones disfrazadas de poemas: Bruno Mendizábal. En cuanto a Manuel Morales, no volvió a publicar libro y solo se le conocen otros dos poemas. Lo último que se sabe de él es que desapareció en el Brasil...
Digo que Morales dio el pistoletazo de salida, porque luego empezarían a publicarse en revistas y antologías poemas de gente como Oscar Málaga, por ejemplo. Málaga canta en sus brillantes primeros poemas, desesperadamente ginsberianos, por otra parte, un blues electrificado contra la ciudad, construyendo una Lima donde aún la revolución es posible, se escucha a Los Saicos, se fuma moño rojo y la actitud es la mejor defensa. Este universo desaparece en su primer libro: Arquitectura para un puente, hecho que me hizo pensar que Málaga había quemado y se había convertido en el Syd Barrett o en el Roky Erickson de la poesía peruana… Como siempre, me equivoqué: Málaga se había refugiado en China y regresó más de 25 años después al Perú para presentar una novela que tiene el epígrafe del mejor de sus poemas.
Lo cierto es que Málaga no es Syd Barrett. El Syd Barrett, o mejor aún, el Lovecraft de la poesía peruana es el gran Guillermo Chirinos Cúneo. Era un atormentado y sensible esquizofrénico que vivió hasta el final en la casa de su madre en El Callao. En el psicodélico 1967 publicó su opus única, la plaqueta, o mejor aún, el EP de 8 canciones Idiota del Apocalipsis, que si bien se editó en Lima, fue escrito en Marte. Tanto así que el single del libro, el "Satisfaction", es "Cenicienta", un poema sobre la violación a una empleada doméstica: "Derrumbada caíste, Cenicienta, derrumbada".... El lenguaje de Chirinos Cúneo es de un lirismo a veces exasperante y podría ser comparable al de Eielson en un mal viaje de ácido: "Frente a la ciudad, frente al mundo, la madre bella ha parido un payaso azul pero irrisorio: maldito coito amarillo"… La edición de su obra completa es la gran tarea pendiente que todavía tenemos sus fans.
Sin embargo, los 70 serán recordados como la que sacó a la luz a la primera gran escena hardcore de la poesía peruana: el grupo Hora Zero, los Detectives Salvajes del Perú. Los frontman eran Enrique Verástegui, Juan Ramírez Ruiz y Jorge Pimentel. Hablaré de cada cantante en orden, y digo cantante porque, al igual que los beats, Hora Zero le dio una importancia trascendental a los recitales, hasta convertirlos de alguna manera, en una experiencia. Verástegui era Jimi Hendrix, obviamente… Con un primer libro tan rockero e influyente como En los extramuros del mundo, de 1971, que seguramente Ginsberg y Dylan hubieran aprobado. En varios momentos, los poemas de Extramuros me recuerdan la esencia del verso libre de "Poemas Underwood", de Martín Adán, poemas para quedarse sin aliento y con las venas hinchadas. .. Y pensar que ese mismo año, mientras los Stones editaban el Sticky Fingers, Juan Ramírez Ruiz publicaba Un par de vueltas por la realidad, libro de un adolescente que ama en Lima, ciudad que odia... Y por esa época era cancelado el concierto de Santana, se habían prohibido las matinales, las bandas de rock ya no salían en televisión, grupos inmensos como Traffic Sound, El Polen, Pax, Kabul, Black Sugar o El Humo estaban a punto de ser olvidados, la cumbia reemplazaba al rock como música adolescente urbana… Y los últimos rockeros se encerraban, se drogaban, soñaban escuchando sus discos en privado… Y todos estábamos molestos y repletos de pasión… Sentí esa cólera vivificante la primera vez que escuché leer, recitar, cantar a Jorge Pimentel, el poeta con mayor cantidad de libros buenos de Hora Zero. Cómo hace falta una revisión crítica desde el rock para poder valorar Kenacort y valium 10, Ave Soul, Palomino –ese Tonights the night, de Neil Young, por lo oscuro, por lo desgarrado-, Tromba de agosto - su disco No wave-, y Primera muchacha, ese gran flujo, esa eyaculación inmensa digna de la voz un Marvin Gaye.
Eso fue Hora Zero… Esos fueron los 70… De las redes de cambio mental que desarrolló lo que Timothy Leary llamó contracultura clásica, quizás la que mayores cambios sociales provocó fue la revolución sexual, con su crítica al patriarcado, búsqueda de una auténtica identidad femenina, y reivindicación de las sexualidades diferentes a las aceptadas por la mentalidad impuesta por lo supuestamente normal y por la ignorancia… En ese sentido, la obra de Maria Emilia Cornejo es esencial y transgresora en una sociedad tan hipócrita y destructiva como la limeña… Maria Emilia quizás fue la primera poeta peruana que realmente escribió como hembra –¡esos fluidos que nadie antes mencionó!- y creó una receta… Sus canciones, escritas para ser dichas directamente al oído del receptor me recuerdan mucho el intimismo y la delicadeza de un Nick Drake. A partir de Maria Emilia varias poetas tocaron piezas similares. Fue un movimiento generacional, cuya importancia todavía debe sopesarse. Los nombres de Carmen Ollé -también de Hora Zero- y Patricia Alba me parecen, desde esta perspectiva, pertinentes para iniciar una discusión sobre la posterior explosión de poesía femenina en los 80.
Porque en los 70 se estaban cocinando los 80. Y los 70 fueron una generación poética con verdaderas joyas rockeras. Debo mencionar entre otros a Enrique Sánchez Hernani y su testimonio barrial "Heavy Rock", José Rosas Ribeyro, José Cerna, Luis Alberto Castillo y ese injustamente olvidado "Melibea", César Valcárcel, Raúl Mendizábal y su extraordinario "Prima Julianne", y Róger Santiváñez, que, aparte de una importante y temprana obra poética enraizada en el rock, estableció, luego de las visitas de los Saicos a la oficina de Juan Gonzalo Rose, el primer lazo importante de la escena poética y la escena rockera peruana. Y es que es cierto, hasta los años 80 no hubo conexión directa entre ambas escenas.
Eran ante todo compañeros de cantina aquel 1984… El finado Killowatt organizó un mítico concierto-recital donde todos se tiraron los trastos a la cabeza… Oscar Malca, entre otros escritores, tras la edición de Ómnibus, editaban el fanzine Macho Cabrío… El arequipeño Oswaldo Chanove ya había escrito sobre los Texao… Pero también fue el tiempo de los grupos fundacionales del rock subterráneo: Leucemia y Narcosis... Róger y su Datsun fueron el vaso comunicante entre el recién formado grupo Kloaka y la emergente movida subte. Había publicado poemas tremendamente rockeros desde 1974 en revistas. Sin embargo es su segundo libro, Homenaje para iniciados, de 1984 y, sobre todo, El chico que se declaraba con la mirada, ese libro–filme tremendamente arrecho y con magnífico soundtrack, editado en 1988, con su mirada abismal hacia la juventud que se definió como sujeto en los 60s, los que lo convierten en uno de los ejes más importantes de esta historia secreta. Fueron tiempos de caos, y no podría decirse que había un movimiento colectivo poético rockero. Pero quedan huellas para reconstruir la historia: el grupo Benito Lacosta musicalizaba poemas de Eielson. Y poco más… En todo caso hay que destacar que la movida subte cumplió la gran misión de reconstruir las redes del underground destruidas una década antes, y hacerlo desde un nuevo paradigma: el hazlo tú mismo.
Entonces llegan los 90… Esta parte de mi relato es obligatoriamente un testimonio de parte... Si bien me es difícil tomar una distancia racional con canciones que me han hecho ver el mundo de determinada manera, mucho más difícil me es separarme de acontecimientos en los que participé directamente… Para muchos de los que entramos a la adolescencia a fines de los 80 la militancia en las escenas rockeras reemplazó la militancia política… La música fue nuestra escuela moral, la escuchábamos todos los días construyéndonos como sujetos… Y a veces autodestruyéndonos como tales… Quisiera que el a veces no tan bel morir de Josemari Recalde, Miguel Kudaka, Adriana Dávila, Carlos Oliva y otros amigos poetas, no simbolizaran tantos las intenciones poéticas de mi generación, que fueron de por sí muy variadas, como la incandescencia y la frustración que nos poseyó… Ya saben, es mejor arder que desvanecerse, como dijo Neil Young, cosa que podría decirse sobre tantos poetas de primer libro único de esta historia.… Pero no todo fue tan trágico… Hubo momentos anecdóticos, claro: el grupo Vanaguardia, las borracheras, las fervientes lecturas de poemas en la cafetería de Letras de La Católica, el premio Javier Heraud a Raúl Burneo y su posterior coronación con pasto, siendo paseado por el tontódromo como un rey momo por todos los poetas celosos de su triunfo… Algunos poetas como Montserrat Álvarez en Zona Dark, Lorenzo Helguero en Boletos, y Martín Rodríguez-Gaona en Pista de baile, recogieron en sus libros una sensibilidad cercana a la música…De tanta anécdota y valiososo casos individuales surgieron dos poetas que creo que merecen estar muy bien situados en este canon personal poético rockero, dado que la música y los universos pop son la columna vertebral de su obra: Bruno Mendizábal y José Carlos Yrigoyen.
Aunque por edad Bruno Mendizábal pertenece a una promoción anterior, fue un colega cercano a los que empezamos a fundirnos conscientemente con la poesía a partir de los 90. Su primer libro, San Felipe Blues, muestra de manera contundente, en este extraño diálogo entre música y palabra que estoy desarrollando, que una canción pop de menos de dos minutos puede llegar a captar lo más profundo del alma humana. Poemas cortos con títulos en inglés, poemas enemigos de la retórica donde un solitario de San Felipe fija sus iluminaciones, sus vértigos y su visión de la ciudad. Con claras influencias de Kavafis, Pessoa, Pavese y Ginsberg, la obra poética de Mendizábal, cuya calidad se vio confirmada por Otras Canciones –¡Qué título para explícito!- es quizás la obra de esta historia secreta que más radicalmente incorpora formas y contenidos propios del universo del pop sin sacrificar absolutamente nada la profundidad y la sabiduría que revela la poesía puramente textual. Esto no es nada casual: mientras el rock flotaba en el ambiente y nos formaba he visto a Bruno trabajar durante meses textos de menos de 10 versos y darle la cadencia de una gran canción pop…
La obra de Bruno Mendizábal influye directamente en lo que estaba empezando a hacer gente como Francisco Melgar (cuyo Lima 11 comparte escenarios comunes con la obra de Mendizábal) o José Carlos Yrigoyen, que tiene al menos un libro escrito deliberadamente con los recursos literarios tan bien trabajados por Bruno. Me refiero a La balada del anormal, escrito en el año 2001 con el polisémico título original de Chicos, que tuve el honor de ayudar a corregir. Poemas cortísimos, urgentes y atormentados donde se relata la culpa y la pasión de un diferente, constituyen pequeñas joyas que reivindican el margen y la recuperación del cuerpo, atacando el status quo mental, fin de toda expresión contracultural… Yrigoyen continuó su búsqueda por universos pop con su siguiente libro: Lesley Gore en el Infierno. El título hace alusión a una cantante que a principios de los 60 tuvo algunos éxitos y años después salió a escena a reivindicar su lesbianismo... Las imágenes que desarrolla Yrigoyen en este libro nos aproximan a un infierno que episódicamente hemos vivido muchos de los que poblamos nuestro espíritu con el mundo del rock y el universo cultural que se encuentra alrededor: las películas de serie B, las esperanzas de una revolución moral donde ser diferente sea normal, donde no exista lo normal y en todo caso, la vida sea divertida, profundamente divertida e intensa como una buena canción de Los Beatles o de Los Rolling Stones.
Llego al final de mi relato. He intentado trazar una cartografía, no tanto de la poesía peruana que tiene referentes rockeros, sino de la poesía peruana que rockea. ¿Y qué es rockear? Rockear es ante todo estar poseído por un ritmo, es decir es por algo intrínsecamente poético…Pero rockear es también una actitud frente al mundo tal cual es, buscando otra forma de vivir, de vivir real e intensamente… El poder se aproxima a sus objetos de estudio trazando líneas verticales y horizontales, encajonando, clasificando… He querido más bien trazar diagonales entre dos disciplinas artísticas que en algún momento dado estaban confundidas en una sola…
Lo único que falta por hacer es un top ten. Cada quien puede hacer el suyo, y los invito a hacerlo, pero el mío personal, sin orden de preferencia estaría constituido por la siguiente lista de poemas o libros de poemas, si se da el caso de una unidad irrompible en el conjunto de textos: Vox Horrísona (libro entero, todas las ediciones), de Luis Hernández, "Poemas Underwood", de Martín Adán, "Idiota del Apocalipsis", de Guillermo Chirinos Cúneo, "Poema para Jack Kerouac", de Oscar Málaga, En los extramuros del mundo (libro entero), de Enrique Verástegui, "La muchacha mala de la historia", de Maria Emilia Cornejo, "Prima Julianne", de Raúl Mendizábal, El chico que se declaraba con la mirada (libro entero), de Róger Santiváñez, "Caro Zegarrín", de Bruno Mendizábal, y "Lesley Gore y la psicodelia", de José Carlos Yrigoyen.
Seguro que en esta cartografía personal se echarán de menos algunos nombres: estas omisiones se deben a la ignorancia o a que simplemente no pasaron la prueba de mi lectura, que siempre reconoceré como subjetiva. Las argollas, el malditismo, los versos olvidables, los amiguismos, lo que celebran los gacetilleros no son algo que me importe… Porque, como he estado repitiendo a lo largo de esta ponencia, lo que importan son las canciones que nos gustan, las canciones que podamos recordar… Porque como dice Greil Marcus, en un libro cuyo título he plagiado para esta ponencia: "La música busca cambiar la vida, pero la vida sigue y la música queda atrás; eso es lo que queda para que podamos hablar de ello".


* Ponencia leída el pasado jueves 23 de noviembre en la Universidad Complutense de Madrid en el Primer Congreso Internacional de Poesía Peruana (1980-2006).