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miércoles, marzo 28, 2007

Sobre Manicomio de Maurizio Medo

Por Luis Fernando Chueca*

En una de sus posibilidades de comprensión, la locura no es sino la evidencia de los márgenes y parámetros que una sociedad establece como normalidad. Una sociedad, por supuesto, caracterizada por el control y la vigilancia, como explicó Michel Foucault. Una sociedad que procura dejar fuera (o dejar dentro, encerrados) aquellos impulsos, fuerzas, chispazos que la subvierten o amenazan sus marcos de funcionamiento habitual. Para eso existen los manicomios que, muchas veces –como escribió Antonin Artaud en su "Carta a los directores de asilos de locos"– "lejos de ser 'asilos', son cárceles horrendas [...] donde la brutalidad es la norma". "El hospicio de alienados –continúa– bajo el amparo de la ciencia y de la justicia, es comparable a los cuarteles, a las cárceles, a los penales".
Que la brutalidad es la norma del encierro en este hospitalario recinto (hospitalario de hospital, por supuesto, pero valga el violento contraste con el otro significado) lo vemos también en esta tercera entrega (que modifica parcialmente y amplía las ediciones chilena y peruana del poemario) de Manicomio de Maurizio Medo, donde personajes como Gilda, Alicia, Carrol, el falso Ginsberg, Rimbaud, Vallejo, Dante, el mandril, Virgilio, Méndez, Francesca, Pound, Medo, entre muchos otros, van y vuelven, hablan y callan, gritan y son golpeados, vigilados y castigados, o gritan, golpean, vigilan y castigan. Manicomio, así, nos entrega un sin fin de personajes quebrados; retazos de individuos, más bien, envueltos entre los efectos del maltrato y de los múltiples antipsicóticos, hipnóticos y antidepresivos que se vuelven sucedáneos del paraíso perdido y perseguido. ("desfallezco sin verte danzante / en la luz sagrada de los cirios, / no sé cómo atisbar el paradiso", dicen unos versos de "Lamento de Dante", por ejemplo). La mayoría de los personajes –en este tramado desesperadamente intertextual– son héroes literarios que oscilan entre la lucidez y la alucinada nostalgia del absoluto. Anormales, quizás, otra vez según Foucault, que se pasean –buscando y fracasando, tanteando y recayendo– por las habitaciones y pasadizos de este rizomático manicomio. Tentando el infinito borde del paraíso y sumergiéndose en las siempre desgarradoras temporadas en infierno.
Medo ha puesto en el escenario, de este modo, un sinnúmero de voces habitualmente desoídas o silenciadas y nos enfrenta con los desmoronamientos de nuestra averiada posmodernidad –la general y la de nuestros países periféricos–, que nos ha escomoteado, casi hasta lo irreversible, toda posibilidad de creer, toda esperanza utópica, toda plenitud. Un espejo (una de las figuras emblemáticas en este libro) trizado, reflejo de la insalvable caída. Y, a lado, el deseo inacabable de "desencerrar".
Pero este Manicomio de Medo no es solo un reflejo de nuestra rota existencia colectiva replicada por el recinto en que cohabitan estos extraordinarios monstruos. Es, o puede ser, también, el laberinto interno de cada hombre o mujer –en "Teseo's ampay" el héroe logra por fin encontrar al minotauro "frente al espejo"–: la propia individualidad quebrada y repartida entre los cientos de fragmentos diversos que la componen. La imposibilidad de usar cabalmente el pronombre de primera persona, que resulta violentamente jaloneado por los innúmeros pobladores de ese antro interior. En este sentido, Manicomio representa una profundización in extremis de la hipótesis de El hábito elemental, libro anterior del poeta, en que el yo (porque había un yo que ejercía la palabra a pesar de todo) reconocía su diversidad diciendo "Soy mi diáspora, mi yo plural y límpido". Ahora ya no hay un sujeto que sujete al texto, sino un cúmulo de flujos de energía verbal, babélicamente amenazados por la disolución y la discontinuidad. No hay un yo, sino múltiples fragmentos de identidad; no hay una lengua única y uniforme, sino una invadida y dislocada por multiplicados fragmentos de varias otras, neologismos y averías. Y cuando aparecen las referencias al "autor", posiblemente identificable con el personaje "Medo" o "M.M." de algunos poemas, en realidad a lo que asistimos es a la conciencia o la sospecha de su propia muerte, como reconoce posiblemente Medo, el personaje, al observar una secuencia de imágenes sobre las que, a la pregunta "¿Qué ves?", a modo de test de Roschard, responde invariablemente "veo el cuerpo muerto del autor".
La muerte del autor, pues, se actualiza, en este Manicomio. La imposibilidad de que un Yo monolítico y seguro de sí exista, que tiene que ver, evidentemente, con la hondura intertextual de este libro y con el hecho de que modifique parcialmente sus formas en cada edición, nos presenta una tercera trama a qué atender: ¿cómo hacerle frente al oficio de la escritura en tiempos como estos?, ¿cómo la dispersión del hombre, su naturaleza escindida, puede ser representada o al menos aludida?, ¿son posibles todavía la armonía y la, para muchos, habitual belleza en la palabra, o quizá la única posibilidad es esta hirviente mezcolanza? De hecho no son preguntas nuevas, pero siguen siendo igualmente imprescindibles. A propósito, un poema, "El síndrome de Rimbaud", comienza diciendo "quise sentar a la belleza en mis rodillas" y luego ofrece la respuesta burlona de esta: "y con ese gramaje tan liviano / es que pretendes, de pronto, así, domesticarme?". Al final leemos la vallejiana respuesta, también intervenida: "ahora quiero escribir pero… / me sale espuma me sale espuma / por todos los orificios / deste cuerpo". Se trata la lucha desesperada por la palabra en un tiempo es que no es posible negar que todo texto es juego de intertextos y toda voz encierra otras mil voces. El Manicomio de Medo es su versión o su respuesta a este tiempo en que se repite que no es posible nada nuevo. Pero sí lo es un riesgo como el que permite decir, en "Di end", el poema final del libro, "todo seguía igual, / pero algo había cambiado".

Lima-Santiago, marzo del 2007


*Texto leído el 22 de marzo en el Centro Cultural de España de Santiago de Chile en el marco del ChilePoesía.
En la foto: carátula de Manicomio (Lima, editorial Zignos, diciembre 2006).