zonadenoticias

lunes, abril 23, 2007

También nos alentaba aquel interés sin fórmulas

Por Fernando Ampuero*

Este libro es una obra de juventud. Contiene juegos, experimentación técnica, variedad de estilos y uno que otro planteamiento audaz. Pero es, también, un libro impulsivo y, por lo mismo, desbordado, en el que procuré reflejar a buena parte de mi propio generación, que ya entonces se interesaba en una mayor sintonía global. Alguna crítica vio aquí una madurez temprana, otros una mera alienación. Yo creo que era una esponja. Al igual que muchos escritores que quizá no habían leído a Joyce y tenían influencia de Joyce, yo descubrí, gracias a unas oportunas reseñas en los diarios, que estaba influido por Salinger y Kerouac, a quienes no había leído. Naturalmente los leí de inmediato, y con felicidad, y me consideré heredero de esa fresca manera de narrar.
Mis influencias reconocidas por entonces eran Fellini y Antonioni. También estaban Camus, Cortázar, Borges, Fiztgerald y Hammet, entre muchos otros que me deslumbraban. Entre los autores peruanos contaban, sobre todo, Valdelomar, Ribeyro y Vargas Llosa. Cuando se suicidó José María Arguedas, a quien yo había leído poco, sentí que había muerto un familiar muy cercano. Arguedas, como individuo, fue también un ascendiente capital. De toda esta mezcolanza de personas, lecturas y películas, puedo vislumbrar ahora, por darles un ejemplo, las huellas de Antonioni y de Kubrick en mi nouvelle Irse por las ramas. Allí están indudablemente La notte, que viera en los cine clubes de Lima, y La naranja mecánica. Suscribo la sensibilidad de esos años.
Este libro, que se salvó de la poda con la que retiré de mi bibliografía otros libros de los inicios, fue disminuido, aumentado y retocado en varias oportunidades, pero creo que todas esas enmendaduras nunca traicionaron el espíritu juvenil de su concepción, estructura y estilo. Paren el mundo que aquí me bajo, por supuesto, fue también mi manera de decirle a quien quisiera oírme: "Hola muchachos, aquí estoy".

* Publicado en Paren el mundo que aquí me bajo. Lima, Estruendomudo, abril 2007, pp. 129-130.