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jueves, febrero 21, 2008

José B. Adolph (Stuttgart, 1933 - Lima, 2008)

En un e-mail de una sola línea, enviado hace dos horas, Carlos Calderón Fajardo me transmite la triste noticia del fallecimiento de José B. Adolph. Enseguida me entero por RPP que el deceso se dio "esta madrugada a causa de un derrame cerebral". El pasado 05 de enero, por el e-mail, Adolph me había confiado su estado de salud: "Pasé tiempos complicados y aún tengo problemas para escribir. Más detalles, busca myastenia gravis". Hoy no llegó su acostumbrado correo colectivo con su quincenal columna "El señor de los colmillos" en Caretas (varias de las cuales republiqué en esta Zona de noticias), amén de otros envíos que regularmente solía mandar (como el divertidísimo vídeo de "Una hipotética primera película porno").
"Es practicamente el único escritor peruano con quien dialogo de tanto en tanto, porque mi vida es muy apartada. Este escritor tiene una obra variada y muy importante, que creo que no ha sido suficientemente reconocida. Para poner sólo dos títulos: Mañana las ratas y De mujeres y heridas. Me gustaría en algún momento dedicarle un ensayo. En realidad es un escritor marginal que sin embargo tiene su público lector", me comentó Miguel Gutiérrez en una entrevista que le hice en diciembre del 2006. Cultor del cuento fantástico y de ciencia ficción (como en su libro del 2003 Los fines del mundo), recientemente el Segundo Congreso Internacional de Narrativa Peruana celebrado en Huanchaco tributó a Adolph un homenaje con relación a este género literario.
Pueden leer enseguida el último artículo que en vida publicara este autor. "Y ahora me toca a mí terminar con el resto es silencio", escribe en su línea final. Enigmáticas palabras que hoy sabemos encerraban una verdad. Enfatizando con las cursivas la célebre frase de Shakespeare, era quizá la manera que comunicaba a sus lectores y amigos el último adiós. Descanse en paz, maestro Adolph. Aquí su artículo.

Tantas veces Hamlet

Por José B. Adolph

Hoy me gustaría revisitar con ustedes a John Updike. No el reconocido ciclo de "Conejo" Angstrom o el de Beech, sino Lo que queda por vivir, título mucho mejor que el original, The Afterlife and other stories, y una novela, Gertrude and Claudius (!), que pasa revista a las versiones del Hamlet previas a la conocida de William Shakespeare.
Los cuentos parecen discrepar de la definición de Cortázar (las novelas ganan por puntos, los cuentos por KO). O, en todo caso, el KO se produce después de terminar de leerlos. Cortázar pensaría en lo que se conoce como "finales O. Henry", súbitos, inesperados, sorpresivos y sorprendentes.
The Afterlife desasosiega, inquieta, te deja solo contigo mismo en el espejo. Pero uno ya sabe que vendrá la muerte. Allí está, acechando oculta debajo del horizonte.
En Gertrude… Updike recoge versiones anteriores, algunas reconocidas falsificaciones como el "Ur-Hamlet" (protoHamlet), pero evidentemente conocidas por Shakespeare (todas son de unos años antes).
Lo fascinante no es tanto cómo van cambiando los nombres de los personajes sino sus personalidades. El que es bueno en una versión se convierte en malo en la siguiente y viceversa. De víctima de un padrastro brutal y prepotente, Hamlet pasa a ser un edípico frustrado frente a una madre que fue víctima de un padre ese sí brutal y prepotente y enamorada del hermano de su esposo, un amante desinteresado y paciente. Etcétera.
Shakespeare, como sabemos, recogió una versión antimaterna y antipaterna y un Hamlet justiciero y vengador, algo excéntrico (en "consulta" con el fantasma del padre). De Ambleth a Claudio.
Pero Hamlet, después de Shakespare, nunca murió. En estos mismos días el nombre Hamlet aparece en la cartelera limeña. Sólo cito otros dos: el clásico shakesperiano de Laurence Olivier (1949) y el novedoso El resto es silencio con Hardy Krüger. Y muchos más.
Y ahora me toca a mí terminar con el resto es silencio.


En la foto: carátula de Es sólo un viejo tren, último libro de Adolph publicado por Editorial San Marcos el 2007. El libro posee "un humor tan inteligente como delicioso, a la par que una prosa brillante con el ingenio encendido", escribió Ricardo González Vigil.