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miércoles, octubre 08, 2008

Lo outsider en el Perú y Latinoamérica


Por Miguel Ildefonso*

El narrador peruano, autor de La palabra del mudo, Julio Ramón Ribeyro, decía en una carta que en países como el Perú un escritor del tipo Charles Bukowski, "la actual coqueluche de los norteamericanos" como lo llamó, no podría surgir, o en todo caso solo excepcionalmente. Es decir, un escritor que escribe con sus "tripas", lo que le pasa por su mente, de manera directa y brutal, vulgar y sin censuras, sin pretensiones de hombre de letras o pensador sutil, sin convenciones literarias, cívicas o morales.
Decía también que en Francia tampoco podría surgir un Bukowski porque existe allí una tradición muy acendrada. Volviendo a lo que nos compete, el problema, si es que lo es, del caso peruano o latinoamericano es que en estas sociedades solo las élites se dedican a la literatura. En el Perú hay que ser culto, letrado de "las bellas letras", para ser escritor. El que está al margen de estas parcelas, no tiene audiencia ni cabida; por ende, "no existe". Ribeyro decía también que en nuestras sociedades el asunto de "escribir bien" se debe al querer demostrar que se puede escribir tan igual o mejor que los escritores de los países llamados del primer mundo. Esta escritura culta demuestra dependencia, en los peores casos una mera imitación, una performance para demostrar que se es "un cunda", alguien culto y hábil.
Las explicaciones de Ribeyro obedecen a problemas profundos que están arraigados en sociedades como la peruana, que tienen que ver con la falta de una cultura democrática o con la división de una sociedad formal ante una inmensa masa informal. A partir de estos primeros alcances, podemos, entonces, entrar a lo que significa lo outsider en una sociedad como la peruana. Sin entrar en definiciones teóricas, y seguramente asociándolo a lo contracultural o lo marginal o lo underground, podríamos empezar por una vía rápida, ver cuál es lo opuesto, es decir, lo que se conoce como lo oficial o el establishment.
Un escritor que empieza se encuentra con todo un mecanismo de circulación mercantil del libro formado por diversos entes. Por un lado, las editoriales transnacionales y nacionales promueven a determinados autores, con ciertas tendencias en temáticas y lenguajes, a través de ferias de libros, librerías, encuentros literarios, concursos, antologías. Aun cuando surjan editoriales "independientes", es decir, pequeñas editoriales, estas aspiran a pertenecer al mercado globalizado de las medianas y grandes industrias, pues es aquí donde empieza la selección y la movilización de la mercancía.
Esta dinámica no tendría la velocidad debida si no contara con el poder de los medios de comunicación: la prensa escrita, la televisión, la radio, la publicidad y la Internet (llámese blog, foros literarios, o la página web). El poder mediático, o la fama, compensa la ausencia de aura que tenía el escritor decimonónico. Pero ante el riesgo de caer en la trivialidad y la fugacidad del poder nacido de la tecnología, pervive aun la academia. El prestigio de lo académico, que nace de las universidades, revistas de crítica literaria, talleres, becas, seminarios, etc., existe para no olvidarse, por ejemplo, que alguna vez los poetas hablaban con los dioses, o eran sus intermediarios: los visionarios, los místicos, los salvaguardas del lenguaje y lo culto.
En el Perú, como en otros países, el centralismo determina lo que existe y no existe en literatura; este poder excluyente tiende a anular las manifestaciones de las provincias, o, en el mejor de los casos, las adoptan con la condición de no demoler sus cimientos. La brecha entre la urbe y el campo es muy grande en el Perú. Tal como lo veía Julio Ramón Ribeyro el elitismo es limeño, pero igualmente existe en las periferias de Lima, y en las capitales de las provincias respecto a sus periferias. En cada nivel existen sus propias pugnas. Esta visión centralista de nuestras sociedades post coloniales, reduccionista o elitista, es la que da un carácter más complejo a lo que puede significar lo outsider, pues sobrepasa grandemente a lo literario, pertenece a nociones como, por ejemplo, el problema de la identidad nacional, o a aquellos proyectos de la construcción de un tipo de nación, que en el Perú se desarrolló teóricamente con José Carlos Mariátegui o el indigenismo. La dicotomía surgida de este modo de pensar se hizo pública hace poco con el debate entre narradores criollos y andinos.
La conjunción de la actividad de estos elementos deviene en la construcción de un modelo de escritor, en el escritor profesional de éxito, que en el mundo mercantil viene a ser toda una marca, con agentes, socios, club de fans. Es el escritor presto que opina de todo, que comparte gustos con otros escritores profesionales de éxito, que está al día con los últimos libros y con los que aún están por salir. Es el escritor cosmopolita con la capacidad de acceder a todos los circuitos culturales y a todas las fuentes del conocimiento.
Entonces, ¿a qué llamamos outsider en Latinoamérica? ¿El escritor outsider es todo aquel que simplemente no pertenece o participa de esos poderes y ejercicios de la oficialidad? ¿O es el que parte fundamentalmente de una actitud de negación o de una postura contestataria? ¿Se nace o se hace un outsider? Un equivalente en peruano a esta pregunta sería: ¿Se nace o se hace uno andino o criollo?
Las preguntas son muchas: ¿El outsider es quien tiene ideas anarquistas o de izquierda? ¿Un conservador puede ser outsider? ¿Se es outsider en cuanto a la temática (o sea lo sórdido de su mundo o si lo que escribe está fuera de moda), o en cuanto al lenguaje que utiliza (el vulgar o el demasiado especializado), o en cuanto a su ideología (su no identificación con grupos o su posición polémica), o en cuanto a la editorial en que publica (con malas ediciones, de escaso tiraje, con sellos desconocidos)? ¿O el outsider es porque viste de tal manera, tiene el cabello de tal manera, bebe en cantidades industriales, se droga? ¿Lo outsider es una pose, es una esencia, es un destino? ¿El outsider es por culpa del propio escritor o del sistema? O lo que es lo mismo: ¿lo outsider nace de la obra o del escritor? ¿O lo outsider existe por reacción a la oficialidad?
Responder a estas cuestiones nos llevaría a largos debates, en los que se citarían muchísimos casos de escritores que romperían con toda clasificación definitiva.
El que es outsider a su pesar, quizás es porque, entre otras causas, no tiene el debido talento o porque lo tiene en demasía pero patina en algo o carece de algún otro requisito que le impide acceder al establishment. O porque el establishment no tiene aun la suficiente inteligencia para reconocerlo y adquirirlo. A Bukowski le vino el aplauso, la fama, el dinero y las mujeres bellas, cuando ya era un escritor cuajado y macerado en el alcohol. Al propio Ribeyro le empezó a llegar el debido reconocimiento internacional en los postreros años de una vida curtida por el tabaco que le causó un cáncer pulmonar.
Yo sospecho que un escritor outsider es un escritor como muchos y como pocos, un escritor tan feliz o infeliz como uno oficial, pues la literatura se elige, no se padece.
Lo outsider y su contraparte son categorías que siempre han existido. Son dos formas distintas de asumir el oficio literario. Dos posiciones políticamente distintas. Ni una ni otra asegura la inmortalidad de la obra, que es la aspiración más importante de todo escritor serio. Ninguna postura, ningún privilegio, nada asegura la inmortalidad de un libro, lo dice Vargas Llosa, el escritor más exitoso del Perú. Podrán ser situaciones históricas en el ejercicio de la literatura que juegan un rol en la formación del escritor, pero no necesariamente la determinan. La rebeldía es la condición para lograr esa trascendencia que busca todo escritor con su obra. La rebeldía te permite romper los esquemas que conforman tu realidad, y crear tu propio modelo. Por lo tanto, en esencia o en espíritu, todo escritor debería -en cuanto a lo rebelde- ser un outsider.


* Texto leído el pasado martes 23 de septiembre en La piedra en el charco.
En la foto: Miguel Ildefonso, Andrea Cote, Diego Trelles y Yolanda Castaño.