Momentos distintos en la narrativa peruana sobre la violencia política
En la entrevista de Yolanda Vaccaro a Santiago Roncagliolo aparecida ayer en el diario El Comercio, una de las preguntas indaga si "se puede ya hablar de una tradición novelística peruana sobre la violencia política empezando por Lituma en los Andes" de Mario Vargas Llosa. "Podría ser, expresa el narrador, pero creo que Lituma en los Andes es muy anterior, más bien Alonso Cueto, [Víctor Andrés] Ponce, responden a un momento en el que creo que se ha clausurado en el Perú la confrontación y se ha inaugurado el momento de reflexionar, la necesidad de los peruanos de leer al respecto, de saber qué ocurrió y de hacerlo con la tranquilidad y la distancia que no era posible mientras la guerra estaba en curso. Lo que marca ese giro es la aparición de la CVR. Lituma puede ser una predecesora pero es parte de un momento distinto". Me parece apropiado enfatizar esta idea o concepción de "momentos distintos" en la literatura peruana sobre la violencia política. Mientras la guerra estaba en curso, efectivamente, no existía ni tranquilidad ni distancia para reflexionar sobre el tema. No obstante, no pocos fueron los escritores que lo abordaron cuando el conflicto estaba en auge, sobre todo a través del cuento y la poesía. Recuerdo una entrevista que hice a Alonso Cueto en octubre de 1990 para el periódico Página Libre en la cual da cuenta de varios detalles que guardan relación con esto:
En Lima es mucho más fácil ser cuentista que novelista; esto debido a las trivialidades cotidianas en la vida de una persona que vive en esta ciudad: la falta de agua, la falta de luz, el cambio constante de los precios de las cosas, etcétera. Problemas que dificultan el trabajo del novelista, ya que para poder escribir una novela es necesario tener una capacidad de concentración muy constante a lo largo de los meses o quizás de los años (eso depende del proyecto literario que tengamos en mente).
La concentración y el orden son necesarios para poder trabajar la historia con tranquilidad, para poder mantener la hilación, para poder meditarla. Escribir una novela es igual a tener una relación larga y duradera con la galería de personajes que integran el argumento de la obra, por eso se debe tener una disciplina en el tiempo y una capacidad en el orden. Uno se debe predisponer, debe prepararse para poder comenzar a escribir, ya que al hacerlo no se puede preveer el momento en el cual se va a concluir la misma, no se puede saber con certeza si la luz al final del túnel está lejos o cerca.
Debido a los problemas diarios que se debe afrontar, son tantos los escritores peruanos que viven en el extranjero, pues escribir sobre el Perú en el exterior es mucho mejor ya que se tiene la misma imagen del país pero sin los problemas cotidianos. Sin embargo, es necesario volver cada cierto tiempo para recuperar la atmósfera, para no olvidar el ambiente natural, el lenguaje coloquial propio del medio.
En el mismo orden de cosas, las dificultades cotidianas influyen a que en nuestro país haya tantos poetas, y a la vez tantos cuentistas. Ya que escribir un cuento es mucho más fácil porque, como es breve, es fácil de preveer cómo va a acabar. Un cuento bien hecho es como un círculo que se cierra en el instante mismo de leer la última línea del texto, se goza de una capacidad de síntesis mayor. Igual sucede con un poema. Una novela, en cambio, muchas veces deja una sensación extraña cuando se termina de leer, como si al parecer fuese a continuar el argumento y la vida de los personajes.
El Perú es una cantera extraordinaria para un escritor. En una sociedad como la nuestra, sociedad de conflictos, de choques, uno siempre tiene muchos temas para narrar. Es por esto que cada vez hay mayor número de escritores en nuestro país y, por otro lado, es por eso que en sociedades perfectas y armónicas no hay muchos escritores, no hay muchos novelistas. En Suiza, por ejemplo.
Pero como te decía, a la vez que hay una cantera extraordinaria de la cual se puede sacar un número inagotable de historias, muchos de esos temas capitales de los aconteceres y los hechos más importantes de nuestro país no han sido tratados por los escritores peruanos. El tema del senderismo, por ejemplo. Al parecer el problema de Sendero es tan amplio y complejo que le cuesta asir con facilidad a la clase intelectual. Hay algunos casos en los cuales se hace referencia al tema, sin embargo, nadie se ha metido en la camiseta de un senderista al momento de escribir. Nadie ha descrito el problema de Sendero de la manera en que lo hace Joseph Conrad cuando escribe la vida de un terrorista en El agente secreto.
Existe un cuento notable, sin embargo, "Vísperas", de Luis Nieto Degregori, publicado un año previo a mi entrevista a Cueto, es decir en 1989, el cual está basado en la vida y obra del escritor Hildebrando Pérez Huarancca, como asimismo afirma Ricardo González Vigil en su antología El cuento peruano 1980-1989 (PetroPerú, 1997), en la cual he leído este texto (seleccionado también en El cuento peruano en los años de violencia de Mark R. Cox, Editorial San Marcos, 2000). Pérez Huarancca es autor de un único libro, Los ilegítimos (cuentos), publicado en Lima por Ediciones Narración en 1980. Falleció unos años después siendo miembro de Sendero Luminoso. Existe una reedición del libro (Lima, 2004) a cargo de Ediciones Altazor y los heredereos del autor.
Si bien Nieto Degregori en "Vísperas" no se mete precisamente en la camiseta de un senderista, sí narra el punto de vista de Amadeo Salas, profesor de inglés -presumiblemente limeño- con años vividos en los Estados Unidos, y en el presente del texto colega en la Universidad de Ayacucho del escritor Grimaldo Rojas Huarcaya (tal el nombre que recibe en el cuento Pérez Huarancca). "Vísperas" narra precisamente la imposibilidad de Amadeo Salas por escribir un relato sobre Grimaldo Rojas. En particular, habla del testimonio del fracaso por ficcionalizar desde la camiseta de un senderista, para decirlo en los términos de Alonso Cueto. En medio de las sucesivas reflexiones de Amadeo sobre qué perfil exacto otorgar en la ficción a su personaje (empresa que finalmente aborta, aunque posteriormente opte por escribir una crónica sobre los acontecimientos que se encuentra viviendo), un hecho significativo ocurre en la ciudad de Ayacucho: el entierro de Edith Lagos. Veamos:
Mientras tanto, a la violencia desatada por los 'terrucos', como llamaban a los de Sendero los habitantes de la ciudad, la policía respondió de un modo más cruento e irracional aún. Ayacucho se llenó de sinchis cuya norma de conducta era la prepotencia y el abuso. En el campo, a estas virtudes de quienes, se suponía, estaban llamados a resguardar el orden y velar por la seguridad de la población, se sumaban el pillaje y la matanza. Seguro que ningún ejército de ocupación hubiese tenido una actitud tan insolente y humillante como la que se gastaron los sinchis con sus compatriotas. En tales circunstancias, los actos de Sendero adquirían una justificación. A Amadeo no le asombró por eso que en el entierro de Edith Lagos, una joven senderista, estuviera presente toda la ciudad. Era la reacción de una población indefensa que en ese momento, entre dos males, escogía el menor.
Amadeo contempló ese multitudinario cortejo fúnebre desde el balcón del Departamento con la sensación de que en ese féretro envuelto en una bandera roja se iba para siempre el Grimaldo de su cuento. En esa guerra que se desarrollaba ante sus ojos, él no estaba dispuesto a tomar partido: desde el balcón, todos -sinchis, senderistas, vecinos de la ciudad- se veían iguales, todos carecían de rostro. Los escasos cuatro o cinco metros que lo separaban del suelo, es cierto, no lo ponían a salvo, pero eso era algo que carecía de importancia. Era realista. Recordaba perfectamente la advertencia que Brecht hizo a los indiferentes. Sin embargo, igual le parecía inútil y tonto descender de su torre y tomar partido. Haber vivido tanto tiempo sin aspiraciones lo había vuelto escéptico y había inhibido su instinto de conservación.
Esta temprana (en el periodo de la guerra) indiferencia del personaje, guarda relación con otra de las preguntas de la entrevista de El Comercio a Roncagliolo: "¿Cree que en Lima recién se toma verdadera conciencia de lo que sucedía con el terrible atentado en la calle Tarata?" , a lo que el escritor responde: "Sí. Solamente entonces tomó conciencia pero aún mucho después se mantenían muchos ojos cerrados. Es muy significativo que esta guerra ocurrió especialmente en la sierra y sus víctimas no eran intelectuales, historiadores, académicos, gente de la clase media urbana, sino campesinos que no tenían nombre, que no existían. Los que murieron ya habían muerto civilmente, ya habían muerto para el Estado, mucho antes de ser físicamente ejecutados. Eso es algo que nos debería hacer replantear mucho de cómo nosotros entendemos nuestro propio país". Con relación a Lima (como espacio de poder real y discursivo), estas declaraciones de Roncagliolo me recuerdan un texto (ya citado aquí con anterioridad) del joven crítico y periodista Enrique Cortez, donde entre otros aspectos sostiene que Lima “sólo asumió esa violencia como un problema cuando un hecho real, que se hace símbolo de esa indiferencia (el atentado de la calle Tarata de Miraflores en 1992), estremeció las seguridades que construyó el sistema republicano, bajo la forma del centralismo”. La novela de Mario Vargas Llosa, Lituma en los Andes (ganadora del Premio Planeta), significativamente aparecería a solo un año de este hecho, es decir en 1993, situándose en los límites de un momento distinto de la narrativa peruana sobre la violencia política.
En la foto: Edith Lagos.
En Lima es mucho más fácil ser cuentista que novelista; esto debido a las trivialidades cotidianas en la vida de una persona que vive en esta ciudad: la falta de agua, la falta de luz, el cambio constante de los precios de las cosas, etcétera. Problemas que dificultan el trabajo del novelista, ya que para poder escribir una novela es necesario tener una capacidad de concentración muy constante a lo largo de los meses o quizás de los años (eso depende del proyecto literario que tengamos en mente).
La concentración y el orden son necesarios para poder trabajar la historia con tranquilidad, para poder mantener la hilación, para poder meditarla. Escribir una novela es igual a tener una relación larga y duradera con la galería de personajes que integran el argumento de la obra, por eso se debe tener una disciplina en el tiempo y una capacidad en el orden. Uno se debe predisponer, debe prepararse para poder comenzar a escribir, ya que al hacerlo no se puede preveer el momento en el cual se va a concluir la misma, no se puede saber con certeza si la luz al final del túnel está lejos o cerca.
Debido a los problemas diarios que se debe afrontar, son tantos los escritores peruanos que viven en el extranjero, pues escribir sobre el Perú en el exterior es mucho mejor ya que se tiene la misma imagen del país pero sin los problemas cotidianos. Sin embargo, es necesario volver cada cierto tiempo para recuperar la atmósfera, para no olvidar el ambiente natural, el lenguaje coloquial propio del medio.
En el mismo orden de cosas, las dificultades cotidianas influyen a que en nuestro país haya tantos poetas, y a la vez tantos cuentistas. Ya que escribir un cuento es mucho más fácil porque, como es breve, es fácil de preveer cómo va a acabar. Un cuento bien hecho es como un círculo que se cierra en el instante mismo de leer la última línea del texto, se goza de una capacidad de síntesis mayor. Igual sucede con un poema. Una novela, en cambio, muchas veces deja una sensación extraña cuando se termina de leer, como si al parecer fuese a continuar el argumento y la vida de los personajes.
El Perú es una cantera extraordinaria para un escritor. En una sociedad como la nuestra, sociedad de conflictos, de choques, uno siempre tiene muchos temas para narrar. Es por esto que cada vez hay mayor número de escritores en nuestro país y, por otro lado, es por eso que en sociedades perfectas y armónicas no hay muchos escritores, no hay muchos novelistas. En Suiza, por ejemplo.
Pero como te decía, a la vez que hay una cantera extraordinaria de la cual se puede sacar un número inagotable de historias, muchos de esos temas capitales de los aconteceres y los hechos más importantes de nuestro país no han sido tratados por los escritores peruanos. El tema del senderismo, por ejemplo. Al parecer el problema de Sendero es tan amplio y complejo que le cuesta asir con facilidad a la clase intelectual. Hay algunos casos en los cuales se hace referencia al tema, sin embargo, nadie se ha metido en la camiseta de un senderista al momento de escribir. Nadie ha descrito el problema de Sendero de la manera en que lo hace Joseph Conrad cuando escribe la vida de un terrorista en El agente secreto.
Existe un cuento notable, sin embargo, "Vísperas", de Luis Nieto Degregori, publicado un año previo a mi entrevista a Cueto, es decir en 1989, el cual está basado en la vida y obra del escritor Hildebrando Pérez Huarancca, como asimismo afirma Ricardo González Vigil en su antología El cuento peruano 1980-1989 (PetroPerú, 1997), en la cual he leído este texto (seleccionado también en El cuento peruano en los años de violencia de Mark R. Cox, Editorial San Marcos, 2000). Pérez Huarancca es autor de un único libro, Los ilegítimos (cuentos), publicado en Lima por Ediciones Narración en 1980. Falleció unos años después siendo miembro de Sendero Luminoso. Existe una reedición del libro (Lima, 2004) a cargo de Ediciones Altazor y los heredereos del autor.
Si bien Nieto Degregori en "Vísperas" no se mete precisamente en la camiseta de un senderista, sí narra el punto de vista de Amadeo Salas, profesor de inglés -presumiblemente limeño- con años vividos en los Estados Unidos, y en el presente del texto colega en la Universidad de Ayacucho del escritor Grimaldo Rojas Huarcaya (tal el nombre que recibe en el cuento Pérez Huarancca). "Vísperas" narra precisamente la imposibilidad de Amadeo Salas por escribir un relato sobre Grimaldo Rojas. En particular, habla del testimonio del fracaso por ficcionalizar desde la camiseta de un senderista, para decirlo en los términos de Alonso Cueto. En medio de las sucesivas reflexiones de Amadeo sobre qué perfil exacto otorgar en la ficción a su personaje (empresa que finalmente aborta, aunque posteriormente opte por escribir una crónica sobre los acontecimientos que se encuentra viviendo), un hecho significativo ocurre en la ciudad de Ayacucho: el entierro de Edith Lagos. Veamos:
Mientras tanto, a la violencia desatada por los 'terrucos', como llamaban a los de Sendero los habitantes de la ciudad, la policía respondió de un modo más cruento e irracional aún. Ayacucho se llenó de sinchis cuya norma de conducta era la prepotencia y el abuso. En el campo, a estas virtudes de quienes, se suponía, estaban llamados a resguardar el orden y velar por la seguridad de la población, se sumaban el pillaje y la matanza. Seguro que ningún ejército de ocupación hubiese tenido una actitud tan insolente y humillante como la que se gastaron los sinchis con sus compatriotas. En tales circunstancias, los actos de Sendero adquirían una justificación. A Amadeo no le asombró por eso que en el entierro de Edith Lagos, una joven senderista, estuviera presente toda la ciudad. Era la reacción de una población indefensa que en ese momento, entre dos males, escogía el menor.
Amadeo contempló ese multitudinario cortejo fúnebre desde el balcón del Departamento con la sensación de que en ese féretro envuelto en una bandera roja se iba para siempre el Grimaldo de su cuento. En esa guerra que se desarrollaba ante sus ojos, él no estaba dispuesto a tomar partido: desde el balcón, todos -sinchis, senderistas, vecinos de la ciudad- se veían iguales, todos carecían de rostro. Los escasos cuatro o cinco metros que lo separaban del suelo, es cierto, no lo ponían a salvo, pero eso era algo que carecía de importancia. Era realista. Recordaba perfectamente la advertencia que Brecht hizo a los indiferentes. Sin embargo, igual le parecía inútil y tonto descender de su torre y tomar partido. Haber vivido tanto tiempo sin aspiraciones lo había vuelto escéptico y había inhibido su instinto de conservación.
Esta temprana (en el periodo de la guerra) indiferencia del personaje, guarda relación con otra de las preguntas de la entrevista de El Comercio a Roncagliolo: "¿Cree que en Lima recién se toma verdadera conciencia de lo que sucedía con el terrible atentado en la calle Tarata?" , a lo que el escritor responde: "Sí. Solamente entonces tomó conciencia pero aún mucho después se mantenían muchos ojos cerrados. Es muy significativo que esta guerra ocurrió especialmente en la sierra y sus víctimas no eran intelectuales, historiadores, académicos, gente de la clase media urbana, sino campesinos que no tenían nombre, que no existían. Los que murieron ya habían muerto civilmente, ya habían muerto para el Estado, mucho antes de ser físicamente ejecutados. Eso es algo que nos debería hacer replantear mucho de cómo nosotros entendemos nuestro propio país". Con relación a Lima (como espacio de poder real y discursivo), estas declaraciones de Roncagliolo me recuerdan un texto (ya citado aquí con anterioridad) del joven crítico y periodista Enrique Cortez, donde entre otros aspectos sostiene que Lima “sólo asumió esa violencia como un problema cuando un hecho real, que se hace símbolo de esa indiferencia (el atentado de la calle Tarata de Miraflores en 1992), estremeció las seguridades que construyó el sistema republicano, bajo la forma del centralismo”. La novela de Mario Vargas Llosa, Lituma en los Andes (ganadora del Premio Planeta), significativamente aparecería a solo un año de este hecho, es decir en 1993, situándose en los límites de un momento distinto de la narrativa peruana sobre la violencia política.
En la foto: Edith Lagos.