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martes, febrero 07, 2006

Dos, cuatro antologías de poesía peruana

La página cultural del diario Expreso publicó ayer una entrevista de Tomacini Sinchi López a Harold Alva, compilador de la antología Los Diez, publicada en diciembre del 2005 por la editorial El santo oficio, y en la cual reúne a diez poetas surgidos en la década del noventa: Johnny Barbieri, Lorenzo Helguero, Miguel Ildefonso, Víctor Coral, Héctor Ñaupari, Josémari Recalde (1973 – 2000), Montserrat Álvarez, Rocío Hervias, Isabel Matta y Ana Varela. De impecable edición, sin embargo se deja notar la ausencia de un texto introductorio en el que el antologador dé cuenta de sus valoraciones y consideraciones a la hora de preparar Los Diez. De cualquier modo, la entrevista de Expreso permite conocer la visión que sobre el tema maneja Alva. (La nota no apareció en la edición web del diario, pero pueden leerla en mi blog de notas).
Otra antología que tiene que ver con poetas de la misma generación es Los relojes se han roto (Ediciones Arlequín, México, noviembre 2005), confeccionada por Enrique Bernales y Carlos Villacorta. El título nace de un verso del poemario Zona dark de
Montserrat Álvarez, quien junto con Lorenzo Helguero, Miguel Ildefonso y Josémari Recalde, repite el plato en esta antología. Los otros autores incluidos son Roxana Crisólogo, Victoria Guerrero, Xavier Echarri, Carlos Oliva (1960 – 1994), Martín Rodríguez-Gaona, José Carlos Yrigoyen y Christian Zegarra, autor que junto con los antologadores formó parte del grupo poético de la Universidad Católica Inmanencia, aparecido en la segunda mitad de los noventa. Con relación a los textos introductorios de Bernales y Villacorta, Enrique Cortez publicó una reseña en el número 99 del suplemento cultural Identidades. Hoy Abelardo Oquendo en su columna de opinión de la página cultural del diario La República escribe que "los antólogos hablan de los poetas de los 90 como de una generación, la `generación de la violencia´"; es precisamente sobre la base de la afirmación de la década del noventa como una generación de la violencia que Cortez centra su comentario: "La interpretación histórica que practican los antólogos vincula los poemas con el proceso histórico peruano: en particular, el proceso de violencia que desde Sendero Luminoso y el Estado asoló a la sociedad peruana. Sin duda aquí hay que hacer una precisión, pues la lectura de los antólogos sitúa la violencia como un momento exclusivo de la década de 1990, cuando ella es un elemento constitutivo de nuestra historia que se inicia de manera dramática en 1532. Al contrario, la conciencia de la violencia en la década de 1990 es un proceso muy limeño que, de espaldas al resto de la sociedad peruana, observó cómo durante la década de 1980 se libraba una batalla en el interior del país. Esta mirada indiferente, de la cual el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación documenta bien –y sólo excepcionalmente crítica en los poemas de la llamada generación del ochenta–, sólo asumió esa violencia como un problema cuando un hecho real, que se hace símbolo de esa indiferencia (el atentado de la calle Tarata de Miraflores en 1992), estremeció las seguridades que construyó el sistema republicano, bajo la forma del centralismo, con una violencia no tan abrupta como la de esos años, pero acaso más fatal". Sólo quiero hacer constar que Enrique Cortez es un joven periodista (y crítico) que forma parte de la generación del noventa (aparecido en escena específicamente a partir de la segunda mitad de dicha década, al igual que los antólogos de Los relojes se han roto, como ya anoté), con lo que esta discrepancia de momento se sitúa al interior de esta porción generacional. Y con relación al texto de Oquendo, en él el crítico vuelve a enfatizar la opinión de Yrigoyen (lo viene haciendo en varias otras columnas suyas dedicadas al tema de la poesía peruana actual), narrativizando y naturalizando de este modo la visión del joven poeta con la pretensión de convertir sus expresiones en sentido común. Y sobre ambas antologías en sí, dejo constancia de una injustificable ausencia: la de Luis Fernando Chueca.
Por otra parte, quiero aprovechar la mención al texto de Cortez para comentar que en el mismo se da cuenta de otras dos antologías (ambas publicadas en México con ocasión de la FIL de Guadalajara): Caudal de piedra: veinte poetas peruanos (1955-1971), edición de la UNAM a cargo de Julio Trujillo, en la que se encuentran incluidos los poetas noventeros Montserrat Álvarez, Lorenzo Helguero, Xavier Echarri, Víctor Coral, Willy Gómez y Paolo de Lima. La otra es La mitad del cuerpo sonríe: Antología de la poesía peruana contemporánea, edición del Fondo de Cultura Económica a cargo de Víctor Manuel Mendiola, en la que se encuentran incluidos los poetas noventeros Montserrat Álvarez, Luis Fernando Chueca, Lorenzo Helguero y Lizardo Cruzado (dejo en "suspenso generacional" a Maurizio Medo).

Finalmente, con respecto a La mitad del cuerpo sonríe voy a contarles el siguiente hecho. Resulta que Rossella Di Paolo, al momento de que le enviaran en junio pasado el formato de una carta para dar la aprobación de la publicación de sus poemas en dicha antología, detectó dos títulos que no eran suyos, y avisó inmediatamente a Mendiola, quien le respondió disculpándose. Cual sería la sorpresa que se llevaría Di Paolo meses después cuando, hojeando hace unos días un ejemplar recién llegado a una librería, encontró que uno de esos poemas ya había sido eliminado, pero no así el otro (lo he podido constatar consultando el ejemplar que se encuentra en El Virrey). Ese poema se titula "Al comenzar la niña se pierde finalmente" y Rossella Di Paolo, gracias a Internet, como me comenta, ha sabido recién que se trataba de un poema mío. (El otro poema también me pertenece, "Si no sé qué escribir", el cual con el erróneamente incluido y adjudicado a Di Paolo forma parte de mi poemario Mundo arcano). Di Paolo le ha escrito inmediatamente a Mendiola, quien ya le pidió las mil disculpas del caso, y Di Paolo ha tenido el detalle de escribirme también a mí para hacerme saber de este incidente (he parafraseado su email, con su venia, para contar exactamente los acontecimientos); incidente para mí absolutamente sui generis pues se me incluye en una antología sin nombrarme por un incalificable descuido de edición. Como me escribe la autora de Piel alzada, "quizá en lo de `Di Paolo´ y `Paolo de Lima´ esté la confusión, al menos eso supongo". Al menos eso supongo yo también. Di, Paolo. Y no voy a decir nada más.