Tarkus: Birth of Peruvian Heavy Metal
Por Carlos Torres Rotondo, desde Madrid
Para mi amigo Carlos Carrillo, el único maldito
Cierto candente sábado a fines de abril de 1971 estalló el Heavy Metal en el Perú. El estadio de Chiclayo estaba abarrotado con más de 2000 personas que esperaban escuchar un concierto de Telegraph Avenue, el grupo peruano que el año anterior había editado su primer vinilo, un éxito de ventas que superó cualquier record en el rock nacional hasta ese entonces. Al caer la noche, luego de que tocaran algunos grupos sin mayor brillo, el presentador anunció al público la llegada de la banda estelar. La entrada de los músicos desconcertó a los espectadores que habían comprado el disco y que frecuentaban sus conciertos en Lima. Álex Nathanson continuaba en la primera voz pero ya no tocaba el bajo como solía hacer en Telegraph. Incluso su atuendo era diferente: vestía un poncho rojo y su pelo largo estaba peinado con raya al medio como el resto de sus compañeros, hecho que no se veía ni siquiera en Lima, ya que todos los hippies nacionales se peinaban con raya al costado. Detalle freakie: Álex cantaba sosteniendo un lamparín de kerosene, cual personaje de las 1001 noches en versión chola. Y del resto de la banda ni hablar. El más fanático podía reconocer a Walo Carrillo, también de Telegraph, sentado tras la batería aporreando los tambores, pero ahí acababan los parecidos. Los otros músicos eran unos completos desconocidos incluso para el público más informado de la capital. Se trataba de los argentinos Guillermo Van Lacke en el bajo y de Darío Gianella en la guitarra. Cuando empezaron a tocar, Chiclayo dejó la tierra y viajó a Marte. La música era un hardrock pesado y oscuro -blues blanco distorsionado e hiperamplificado, en otras palabras- que por la expresividad del vocalista y lo poético de las letras eran casi operísticos. Aunque la banda era una mezcla de Black Sabbath con Led Zeppelin, su sonido prefiguraba el de la british new wave of heavy metal de los 80. Además, había bastante teatro: el público se quedaba con la boca abierta cuando Nathanson caminando como un jorobado y con su lamparín de kerosene en la mano entonaba con su falsete de hembrita ese cuento digno de Salgari llamado "El Pirata"; porque los temas eran propios y en castellano, y las letras tan metafóricas y alucinantes que muchos lamentaban no tener un ácido bajo la lengua en aquellos momentos. Y Darío Gianella, con apenas 17 años, se revolcaba en el piso antes que Angus Young de AC/DC pero sin uniforme; ese fanático de Jimmy Page no lo necesitaba. Con su look era suficiente. Obviamente no eran Telegraph Avenue, pero usurpaban su nombre. Eran, damas y caballeros, Tarkus, el primer grupo metal peruano, junto a los más profesionales pero menos oscuros Pax, la mítica banda liderada por Pico Ego Aguirre, que será objeto de otro episodio de este puzzle de la contracultura clásica en el Perú.
La historia de Tarkus y el por qué del debut con nombre ajeno y usurpado se remonta apenas a pocos meses atrás. En el verano de 1970 Telegraph Avenue vivía su mayor momento de esplendor. Su primer LP logró una difusión inusitada hasta ese entonces, comparable solamente a la que habían tenido los Shain's pocos años atrás. Tenían programados conciertos todas las semanas en el Galaxy –club ubicado en lo que luego sería la Farmacia Deza, en la calle Conquistadores- y Walo, que también cumplía las labores de manager, contestaba llamadas de todo el país. Pero, como dijo Héctor Lavoe –sabio sabroso-, en esa gran frase sobre la impermanencia budista: "todo tiene su final, nada dura para siempre". Chachi Luján había empezado a frecuentar el mítico barrio de Mariátegui, en Jesús María, colándose en el garage de la familia Torres para primero ver los ensayos de Doctor Wheat, y luego juntarse y acompañarlos con la guitarra. Eso no fue muy bien visto por sus compañeros de Telegraph Avenue. En aquellos años de primeros ideales adolescentes donde aún se creía el mundo iba a cambiar al instante, el músico, al igual que el futbolista, debía ser fiel a su banda como a su camiseta. Sin embargo, las nuevas ideas que trajo Chachi fueron bastante fructíferas, aunque generaron resentimiento entre sus compañeros. Doctor Wheat era más técnico que Telegraph, dado que su base rítmica estaba integrada por el Oso Torres -padre de este narrador- en el bajo eléctrico de seis cuerdas y por el Osito Barreda en la batería con doble bombo. La ilusión de Chachi por la técnica de sus nuevos compinches generó aún más recelos en la banda, hasta que un infausto accidente generó el cisma inevitable.
Acompañado por la cantante Melissa Griffith, Walo se dirigió en su Volkswagen al Bowling de Miraflores, donde unos patas conocidos como Los Franceses vendían tronchos armados a diez soles cada uno, como solía hacerse en la época, lo que demuestra que los hippies de los setenta no fumaban tanto como los actuales consumidores de marihuana, que la compran suelta y en paquetes de diversos tamaños. Mientras Melissa se iba al chino de Porta por tabaco, Walo bajó y buscó a alguno de Los franceses. Los encontró, pero un minuto después la policía los encontró a ellos negociando una colombiana con una mayor concentración de THC que la piurana común y silvestre.
Cuando Melissa regresó, vio a Walo y al francés entrando al patrullero empujados por un tombo con pinta de asado. Al instante, desesperada, llamó a su papá, un general del ejército que en ese entonces era ministro de Velasco. No lo pudo convencer de que la ayude: hijita, estoy harto de que pares con esos pelucones, que se arreglen solos, carajo. Inmediatamente después Melissa telefoneó a Chachi, porque Telegraph iba a tener ensayo esa misma tarde. Apenas Chachi llegó al ensayo, dijo que con Walo iba a suceder lo mismo que con Jerry Lam Cam, un antiguo músico de la banda –ex Belkings, además- que por las mismas canábicas razones había permanecido bajo la sombra durante varios meses, haciendo mucho daño al grupo en todas sus presentaciones pactadas. Si Walo estaba en cana era porque lo habían agarrado con las manos en la masa, por lo que entonces nada se podría hacer, lo único que quedaba era buscar a otro baterista. Con la desaprobación de Álex Nathanson, llamaron al Osito Barreda en ese mismo instante. El Osito aceptó, y con esa decisión no solo desarmó Doctor Wheat, sino contribuyó a la primera separación de Telegraph. Cosas de músicos sobre las que este narrador debería correr un tupido velo si fuera un tipo decente. El hecho es que a Walo no le sucedió lo que a Jerry Lam, ya que salió de la cárcel a los 4 días gracias a la vara del General Griffiths, que empezó a odiarlo a él y a todos los hippies más que nunca. Cuando Walo fue a ensayar con Telegraph, el resto de los músicos lo vieron como un fantasma. Bo Ichikawa apoyó a Chachi, encandilado por la técnica del Osito. El voto de Nathanson no fue suficiente y Walo Carrillo fue separado de la banda que él mismo había fundado.
Woody Allen dice que la vida no imita al arte, sino a la mala televisión, y en este caso es cierto. Solo a un pésimo guionista se le ocurriría una coincidencia tan inverosímil como ésta, pero el hecho es que se dio, y gracias a eso nació Tarkus. Meses atrás Walo se había empezado a escribir con Guillermo Van Lacke, un hippie argentino con ambiciones musicales y fanático de Spinetta que prometía ir a visitarlo tantas veces que Walo dejó de hacerle caso por florero, como en una exagerada versión del cuento de Pedro y el lobo. Luego de ser expulsado de la banda, Walo Carrillo regresó a su departamento en Pueblo Libre. Su padre le entregó una carta que acababa de llegar ese mismo día. Era de Van Lacke, y decía que estaba a punto de tomar el autobús Buenos Aires-Lima, y que lo acompañaba Darío Gianella, un chiquillo de 16 años a quien describía, con la típica capacidad para la hipérbole que poseen los argentinos, como un prodigio de la guitarra. Llegaron tres días después, llevando dos viejas maletas del tiempo de sus abuelos y una guitarra eléctrica. Vestían sandalias de cuero, jeans importados y polos psicodélicos pegados al cuerpo. Se peinaban con raya al medio y tenían chaquiras colgadas al cuello. Estos tipos realmente tienen imagen, pensó Walo.
Tuvo que hacer un acuerdo con su padre, un psiquiatra llamado Abel Carrillo que conocía el LSD 25 desde los tiempos fundacionales de Albert Hoffmann y que no le tenía miedo a la propaganda de Timothy Leary. Don Abel permitió la estancia de Van Lacke y Gianella en su departamento de Pueblo Libre. Es más, les consiguió una cama camarote. Walo empezó a dormir en el piso sobre un colchón. Con el paso del tiempo y con la amistad creciente decorarían el cuarto con cortinas árabes, colchones y velas de colores a la manera árabe. Cuando abrieron sus maletas, los argentinos sacaron los dos primeros discos de Black Sabbath y de Led Zeppelin. ¿Tenés tocadiscos? –le preguntaron a Walo, que se quedó alucinado al escuchar el material, convencido de que ésa era la música del futuro. La propuesta de formar una banda fue inmediata. Hicieron un primer jam session esa misma noche con guitarras acústicas y cajón. Tenían buena química. Al día siguiente los tres fueron a un estudio. Tarkus, la primera banda latinoamericana internacional de heavy metal, había nacido de la manera más espontánea posible.
Pese a la posterior adición de un vocalista, siempre manejaron la parte instrumental como un trío, a la manera de The Who, Cream, Cactus, Led Zeppelin o Black Sabbath. Desde el primer ensayo, Carrillo, Van Lacke y Gianella supieron que tenían química, esa extraña forma de telepatía que comparten los músicos inspirados. Gianella cantaba y, aunque no lo reconocía, no tenía muy buena voz. Las letras eran suyas, pero no se divertía cantando y tocando al mismo tiempo. Entonces Walo tuvo la idea de llamar a Álex Nathanson, el único de Telegraph Avenue que lo había apoyado. Nathanson aceptó al instante, provocando la separación de su banda. No sería un final definitivo: volverían a unirse tiempo después, en compañía de Germán Cabieses, poco después de separado Tarkus, un intermezzo lujoso. Álex Asumió un estilo vocal muy distinto al que había usado anteriormente. Adquirió un falsete muy parecido al de Robert Plant, pero aún más andrógino. El grupo estaba completo. El golpe de suerte definitivo se dio cuando el ingeniero Carlos Manuel Guerrero, el dueño de MAG se enteró de la separación de Telegraph. Llamó a Walo y éste le dijo que tenía un proyecto bastante avanzado con Álex y dos argentinos, y que no era algo puramente musical, sino que incluían una puesta en escena. El empresario se ilusionó con un grupo internacional, y le dijo a Walo que él era el que más le había hecho ganar plata gracias al primer disco de Telegraph y que los apoyaría en cualquier proyecto que hiciera. Le dio un lugar para ensayar y horas en el estudio, sin ni siquiera haber escuchado a la banda.
Durante dos meses vivieron la mágica y arriesgada rutina de la creación artística. Guillermo Van Lacke recién aprendía a tocar bajo, así que se levantaba de la cama camarote a las seis de la mañana e inmediatamente comenzaba con los ejercicios de digitación, memorizaba las canciones, les hacía arreglos, con las ganas superaba rápidamente sus limitaciones. A las 8 de la mañana Guillermo, Darío y Walo bajaban a tomar desayuno. Luego descendían al garage del edificio, montaban en el Volkswagen de Walo y se dirigían a la Avenida 2 de Mayo, donde MAG tenía su fábrica de discos y su estudio. Entraban por un corredor lleno de cajas y plásticos. Los obreros se los quedaban mirando y ellos no se detenían hasta llegar al depósito del fondo. Ahí enchufaban sus instrumentos y se ponían a componer y ensayar hasta las dos o tres de la tarde. Si tenían suerte, les cedían el estudio, y acompañados de Carlos Guerrero, de We All Together, en los controles de la cabina, grababan las canciones que habían ensayado en la mañana. Álex cantaba con un papel en la mano, leyendo las letras de las canciones -aún no se las había aprendido-, normalmente escritas por Darío, inspiradas en los descubrimientos de sus cada vez más frecuentes viajes en ácido.
Algunas tardes no tenían tanta suerte. El encargado del estudio: disculpen, hoy tienen hora Los Morochucos. O: mala suerte, muchachos, está grabando Oscar Avilés. Entonces se separaban y cada uno se iba por su lado a la deriva, en largos paseos por una ciudad que cambiaba cada vez más rápido. Walo y Van Lacke empezaron a parar juntos, salían en parejas con sus respectivas enamoradas. Nathanson se iba por su lado con la collera del barrio de Mariátegui, legendaria collera de patas en la que por su natural espíritu y espontaneidad sobresalían locos egregios como el Oso Torres, Coco "Diablo" Besciani, el esquinero Valladares, los hermanos Allison -introductores del boogaloo en Lima y tremendos malogrados-, la mancha del Alamo y otros profesionales del ritmo. Darío era muy callado y normalmente se encerraba en el cuarto, ponía sus discos, fumaba marihuana, o a veces tomaba ácidos y no salía hasta la noche, ya con algunas nuevas letras para canciones. Fue él quien le puso el nombre al grupo, sin ninguna inspiración en el disco homónimo de Emerson, Lake and Palmer. Tarkus es un espíritu que se encuentra en lo más profundo de nuestra alma y que nos protege cuando nos hallamos perdidos en algún viaje. Pese al encierro de Darío, la relación entre los cuatro iba cada vez mejor, hasta que se presentó la oportunidad de debutar.
La comisión de la promoción 71 del colegio Roosevelt organizó una fiesta en el colegio para recaudar fondos. Ignorando la pelea de los Telegraph, llamaron al mánager, es decir a Carrillo, para que tocaran. Sin titubear, éste dijo que ahí estarían. Llevó a Tarkus sin decir nada, y frente a un público compuesto en un 80% por gringos, los dejaron con la boca abierta. ¡En el Perú un grupo a lo Black Sabbath que toca temas propios y en castellano!
Entonces llegó el concierto en Chiclayo, y luego fueron a Trujillo, donde se presentaron nuevamente bajo nombre falso, y también dejaron huella. Tuvieron que regresar al instante al estudio. Acabaron de grabar los 8 temas que conforman su primer LP y empezaron de frente con más canciones, que podrían haber constituido un segundo disco, pero que o se perdieron o permanecen en poder de Carlos Guerrero junior, el ingeniero de sonido.
La grabación del disco se realizó entre el 3 de abril y el 16 de mayo de 1971. Los músicos tuvieron total libertad. Tanto así que el dueño de MAG solo escuchó el disco cuando ya se estaban prensando las primeras copias. Ocurrió una tarde, mientras Tarkus se encontraba en el estudio grabando las sesiones para el segundo álbum. A la mitad de una canción sintieron cierto desorden en la cabina de sonido. Dejaron de tocar y fueron a ver qué pasaba. Escucharon la voz estruendosa del ingeniero Carlos Manuel Guerrero: qué mierda es esta bulla. El director de MAG tenía el rostro completamente rojo, presa de un colerón apocalíptico. Y cuando entró Walo llegaron los insultos: oye tú, Carrillo, esto no suena como Telegraph Avenue, esto no lo va a escuchar ni san puta. Yo no invierto por ustedes si hacen este tipo de música.
Sin embargo, estaban atados por un contrato, por lo que el disco pudo salir a la venta, con una carátula completamente negra -como el Back in Black, de AC/DC o el disco homónimo de Metallica-, aunque sin ningún tipo de publicidad, difusión y en un número muy reducido de copias. Era demasiado, demasiado pronto y estaban en el lugar equivocado. Los muchachos no se desanimaron. Podían hacer circular su disco de manera independiente, todo dependía de los conciertos. El boca a boca ya había creado cierta expectación en la movida rockera limeña, aunque casi nadie los había escuchado. El debut oficial estuvo por eso organizado al milímetro. Sería en el cine El Pacífico, donde no se habían organizado muchas matinales, y que era la sala más importante de la época. La ciudad fue cubierta con afiches donde aparecía un hipopótamo de piedra aplastando los edificios de Lima, anunciando la presentación de Tarkus, la banda con el sonido más fuerte del rock nacional.
El grupo ensayaba todas las mañanas. En las tardes, cada uno se iba por su lado. Así, un día, mientras Walo atravesaba la Vía Expresa en su Volkswagen, se encontró bajo un puente con un hippie americano que tiraba dedo. Lo recogió y se pusieron a conversar mientras ponía un cartucho en el equipo de su auto. El desconocido respiraba paz por todos los poros de su cuerpo. Lo invitó a un departamento de San Isidro, donde estaba hospedado con sus amigos. Todos eran norteamericanos, tenían el refrigerador lleno de vegetales y el espíritu lleno de paz, al menos eso le pareció a Walo. Eran miembros de la famosa secta conocida como los Hijos de Dios. Al día siguiente se los presentó a los demás miembros de Tarkus. Darío empezó a frecuentarlos y continuó con su natural timidez frente a los demás músicos de la banda.
Tres días antes de la primera presentación oficial del grupo en el cine el Pacífico, el grupo tuvo su ensayo general. Antes de que comenzaran a tocar, Darío les dijo que tenía algo muy serio que decirles. Había encontrado a Jesucristo y debía retirarse de la banda y de ese estilo de vida. Se quitaba con los Hijos de Dios a Estados Unidos. No tocaría en el debut porque iba contra sus creencias. Ya no creía en esa música inspirada por la droga, no podía ir contra sus principios. La noticia les cayó a todos como un balde de agua fría, pero Darío permaneció inflexible. Y para colmo, Álex también se vio influido por esa onda espiritual. No había nada qué hacer. Estaban en un callejón sin salida… No lo sé, esto le va a llegar al pincho a todos los metaleros, pero toda esta historia me hace confirmar la intuición del gran Lester Bangs: Black Sabbath es el gran grupo católico de la historia del rock… No sé qué pensar, el maniqueísmo tendrá algo que ver…
Es un lugar común decir que el Perú es el país del casi, el campeón mundial del fútbol sin arco. En los casos de Tarkus, del frustrado concierto de los Mad`s en el festival de la isla de Wight, y en general, de toda la historia de la escena del rock peruano de los 60 y 70, eso se cumple a cabalidad. Una de las peores cosas que le puede suceder a una persona es dejar de existir y continuar viviendo, y eso le pasó a los rockeros de esa época, que brillaron unos años y luego pasaron al más absoluto olvido.
Obviamente, el día de su ensayo general Tarkus se separó. Nunca llegaron a debutar oficialmente. El primer LP fue un fracaso comercial. En realidad, comercialmente jamás existió. Y ese disco es quizás uno de los más valiosos objetos que quedaron de aquel tiempo en los 60 y 70 cuando la música incendió los barrios de Jesús María, Lince, Pueblo Libre y Magdalena y luego desapareció sin dejar memoria: ¡Black Sabbath, Spinetta, accidente, Darío cantando en el último surco de la obra, una aventura original del rock en el Perú, Pueblo Libre!... Eso es el único disco de Tarkus, esa obra que, como enseña esta historia, apenas representa un intermezzo entre los dos LPs de Telegraph Avenue.
Tarkus fue olvidado durante largos años. En 1983 se inició un nuevo ciclo en el rock peruano. Los chiquillos metaleros que empezaban a tocar y a escuchar bandas como los seminales Óxido creían ser los primeros. Pero hubo alguna gente que investigó. Una mañana de 1990, Walo recibió en su casa a unos metaleros que vestían con parches de Tarkus. Eran los Kranium, y venían a hacerle una entrevista y a declararle su admiración. Pocos años después se enteró de que Incarock había reeditado en Estados Unidos el disco del grupo. En Internet la banda era considerada de culto. En el 2002 Walo Carrillo – sin ninguna relación familiar con el ingenioso escritor de sex & gore a quien dedico esta narración, que por verdadera quizás no sea verosímil- me recibió en su casa y me contó esta historia real, que he intentando escribir centrándome únicamente en los hechos confirmados por otras fuentes. Fuentes a las que conocía de cerca. Y durante años no me había dado cuenta de su importancia.
Sin saberlo, años atrás, me había encontrado con Álex Nathanson. Cuando salí de la casa de Walo, después de que me contara su historia, pude atar cabos. Mi padre era el bajista de Doctor Wheat y su amistad con Álex permanecía incólume. Durante el tiempo en que lo frecuenté ignoraba que era uno de los fundadores del metal nacional.
Un verano que pasamos en Ancón, mi padre me propuso hacer un proyecto musical donde yo escribiría las letras. Al final hice solamente una, llamada "Primavera Negra", como claro e ingenuo homenaje y plagio creativo al espíritu del libro de Henry Miller. Mi padre llamó a Álex como vocalista y guitarrista. Ensayamos una sola vez en el auto de mi viejo, Álex con guitarra eléctrica y un mini amplificador. El bajo no estaba conectado. Poco después, Nathanson viajó a San Francisco a trabajar en algo ajeno a la música y no lo volví a ver nunca más, pese a que tengo su teléfono y a que volví a conversar con Germán Cabieses y Walo Carrillo desde España en vistas a una posible reedición de Telegraph Avenue en Europa. Aunque no la comparto y me parece súper quemada, respeto la espiritualidad que toda una tribu setentera asumió luego del incendio general, por eso me siento contento por Álex Nathanson luego de la conversación iluminadora que sostuve con Walo. Yo sólo creía que su única producción musical era un cassette con cánticos evangelistas que descubrí en casa de mi padre, en cuya carátula aparecía resplandeciente en compañía de su familia, sonriendo a la cámara con inocencia, como si el espíritu llamado Tarkus, a su manera, los hubiera ayudado en su largo viaje.
En la foto: Black Sabbath.
Para mi amigo Carlos Carrillo, el único maldito
Cierto candente sábado a fines de abril de 1971 estalló el Heavy Metal en el Perú. El estadio de Chiclayo estaba abarrotado con más de 2000 personas que esperaban escuchar un concierto de Telegraph Avenue, el grupo peruano que el año anterior había editado su primer vinilo, un éxito de ventas que superó cualquier record en el rock nacional hasta ese entonces. Al caer la noche, luego de que tocaran algunos grupos sin mayor brillo, el presentador anunció al público la llegada de la banda estelar. La entrada de los músicos desconcertó a los espectadores que habían comprado el disco y que frecuentaban sus conciertos en Lima. Álex Nathanson continuaba en la primera voz pero ya no tocaba el bajo como solía hacer en Telegraph. Incluso su atuendo era diferente: vestía un poncho rojo y su pelo largo estaba peinado con raya al medio como el resto de sus compañeros, hecho que no se veía ni siquiera en Lima, ya que todos los hippies nacionales se peinaban con raya al costado. Detalle freakie: Álex cantaba sosteniendo un lamparín de kerosene, cual personaje de las 1001 noches en versión chola. Y del resto de la banda ni hablar. El más fanático podía reconocer a Walo Carrillo, también de Telegraph, sentado tras la batería aporreando los tambores, pero ahí acababan los parecidos. Los otros músicos eran unos completos desconocidos incluso para el público más informado de la capital. Se trataba de los argentinos Guillermo Van Lacke en el bajo y de Darío Gianella en la guitarra. Cuando empezaron a tocar, Chiclayo dejó la tierra y viajó a Marte. La música era un hardrock pesado y oscuro -blues blanco distorsionado e hiperamplificado, en otras palabras- que por la expresividad del vocalista y lo poético de las letras eran casi operísticos. Aunque la banda era una mezcla de Black Sabbath con Led Zeppelin, su sonido prefiguraba el de la british new wave of heavy metal de los 80. Además, había bastante teatro: el público se quedaba con la boca abierta cuando Nathanson caminando como un jorobado y con su lamparín de kerosene en la mano entonaba con su falsete de hembrita ese cuento digno de Salgari llamado "El Pirata"; porque los temas eran propios y en castellano, y las letras tan metafóricas y alucinantes que muchos lamentaban no tener un ácido bajo la lengua en aquellos momentos. Y Darío Gianella, con apenas 17 años, se revolcaba en el piso antes que Angus Young de AC/DC pero sin uniforme; ese fanático de Jimmy Page no lo necesitaba. Con su look era suficiente. Obviamente no eran Telegraph Avenue, pero usurpaban su nombre. Eran, damas y caballeros, Tarkus, el primer grupo metal peruano, junto a los más profesionales pero menos oscuros Pax, la mítica banda liderada por Pico Ego Aguirre, que será objeto de otro episodio de este puzzle de la contracultura clásica en el Perú.
La historia de Tarkus y el por qué del debut con nombre ajeno y usurpado se remonta apenas a pocos meses atrás. En el verano de 1970 Telegraph Avenue vivía su mayor momento de esplendor. Su primer LP logró una difusión inusitada hasta ese entonces, comparable solamente a la que habían tenido los Shain's pocos años atrás. Tenían programados conciertos todas las semanas en el Galaxy –club ubicado en lo que luego sería la Farmacia Deza, en la calle Conquistadores- y Walo, que también cumplía las labores de manager, contestaba llamadas de todo el país. Pero, como dijo Héctor Lavoe –sabio sabroso-, en esa gran frase sobre la impermanencia budista: "todo tiene su final, nada dura para siempre". Chachi Luján había empezado a frecuentar el mítico barrio de Mariátegui, en Jesús María, colándose en el garage de la familia Torres para primero ver los ensayos de Doctor Wheat, y luego juntarse y acompañarlos con la guitarra. Eso no fue muy bien visto por sus compañeros de Telegraph Avenue. En aquellos años de primeros ideales adolescentes donde aún se creía el mundo iba a cambiar al instante, el músico, al igual que el futbolista, debía ser fiel a su banda como a su camiseta. Sin embargo, las nuevas ideas que trajo Chachi fueron bastante fructíferas, aunque generaron resentimiento entre sus compañeros. Doctor Wheat era más técnico que Telegraph, dado que su base rítmica estaba integrada por el Oso Torres -padre de este narrador- en el bajo eléctrico de seis cuerdas y por el Osito Barreda en la batería con doble bombo. La ilusión de Chachi por la técnica de sus nuevos compinches generó aún más recelos en la banda, hasta que un infausto accidente generó el cisma inevitable.
Acompañado por la cantante Melissa Griffith, Walo se dirigió en su Volkswagen al Bowling de Miraflores, donde unos patas conocidos como Los Franceses vendían tronchos armados a diez soles cada uno, como solía hacerse en la época, lo que demuestra que los hippies de los setenta no fumaban tanto como los actuales consumidores de marihuana, que la compran suelta y en paquetes de diversos tamaños. Mientras Melissa se iba al chino de Porta por tabaco, Walo bajó y buscó a alguno de Los franceses. Los encontró, pero un minuto después la policía los encontró a ellos negociando una colombiana con una mayor concentración de THC que la piurana común y silvestre.
Cuando Melissa regresó, vio a Walo y al francés entrando al patrullero empujados por un tombo con pinta de asado. Al instante, desesperada, llamó a su papá, un general del ejército que en ese entonces era ministro de Velasco. No lo pudo convencer de que la ayude: hijita, estoy harto de que pares con esos pelucones, que se arreglen solos, carajo. Inmediatamente después Melissa telefoneó a Chachi, porque Telegraph iba a tener ensayo esa misma tarde. Apenas Chachi llegó al ensayo, dijo que con Walo iba a suceder lo mismo que con Jerry Lam Cam, un antiguo músico de la banda –ex Belkings, además- que por las mismas canábicas razones había permanecido bajo la sombra durante varios meses, haciendo mucho daño al grupo en todas sus presentaciones pactadas. Si Walo estaba en cana era porque lo habían agarrado con las manos en la masa, por lo que entonces nada se podría hacer, lo único que quedaba era buscar a otro baterista. Con la desaprobación de Álex Nathanson, llamaron al Osito Barreda en ese mismo instante. El Osito aceptó, y con esa decisión no solo desarmó Doctor Wheat, sino contribuyó a la primera separación de Telegraph. Cosas de músicos sobre las que este narrador debería correr un tupido velo si fuera un tipo decente. El hecho es que a Walo no le sucedió lo que a Jerry Lam, ya que salió de la cárcel a los 4 días gracias a la vara del General Griffiths, que empezó a odiarlo a él y a todos los hippies más que nunca. Cuando Walo fue a ensayar con Telegraph, el resto de los músicos lo vieron como un fantasma. Bo Ichikawa apoyó a Chachi, encandilado por la técnica del Osito. El voto de Nathanson no fue suficiente y Walo Carrillo fue separado de la banda que él mismo había fundado.
Woody Allen dice que la vida no imita al arte, sino a la mala televisión, y en este caso es cierto. Solo a un pésimo guionista se le ocurriría una coincidencia tan inverosímil como ésta, pero el hecho es que se dio, y gracias a eso nació Tarkus. Meses atrás Walo se había empezado a escribir con Guillermo Van Lacke, un hippie argentino con ambiciones musicales y fanático de Spinetta que prometía ir a visitarlo tantas veces que Walo dejó de hacerle caso por florero, como en una exagerada versión del cuento de Pedro y el lobo. Luego de ser expulsado de la banda, Walo Carrillo regresó a su departamento en Pueblo Libre. Su padre le entregó una carta que acababa de llegar ese mismo día. Era de Van Lacke, y decía que estaba a punto de tomar el autobús Buenos Aires-Lima, y que lo acompañaba Darío Gianella, un chiquillo de 16 años a quien describía, con la típica capacidad para la hipérbole que poseen los argentinos, como un prodigio de la guitarra. Llegaron tres días después, llevando dos viejas maletas del tiempo de sus abuelos y una guitarra eléctrica. Vestían sandalias de cuero, jeans importados y polos psicodélicos pegados al cuerpo. Se peinaban con raya al medio y tenían chaquiras colgadas al cuello. Estos tipos realmente tienen imagen, pensó Walo.
Tuvo que hacer un acuerdo con su padre, un psiquiatra llamado Abel Carrillo que conocía el LSD 25 desde los tiempos fundacionales de Albert Hoffmann y que no le tenía miedo a la propaganda de Timothy Leary. Don Abel permitió la estancia de Van Lacke y Gianella en su departamento de Pueblo Libre. Es más, les consiguió una cama camarote. Walo empezó a dormir en el piso sobre un colchón. Con el paso del tiempo y con la amistad creciente decorarían el cuarto con cortinas árabes, colchones y velas de colores a la manera árabe. Cuando abrieron sus maletas, los argentinos sacaron los dos primeros discos de Black Sabbath y de Led Zeppelin. ¿Tenés tocadiscos? –le preguntaron a Walo, que se quedó alucinado al escuchar el material, convencido de que ésa era la música del futuro. La propuesta de formar una banda fue inmediata. Hicieron un primer jam session esa misma noche con guitarras acústicas y cajón. Tenían buena química. Al día siguiente los tres fueron a un estudio. Tarkus, la primera banda latinoamericana internacional de heavy metal, había nacido de la manera más espontánea posible.
Pese a la posterior adición de un vocalista, siempre manejaron la parte instrumental como un trío, a la manera de The Who, Cream, Cactus, Led Zeppelin o Black Sabbath. Desde el primer ensayo, Carrillo, Van Lacke y Gianella supieron que tenían química, esa extraña forma de telepatía que comparten los músicos inspirados. Gianella cantaba y, aunque no lo reconocía, no tenía muy buena voz. Las letras eran suyas, pero no se divertía cantando y tocando al mismo tiempo. Entonces Walo tuvo la idea de llamar a Álex Nathanson, el único de Telegraph Avenue que lo había apoyado. Nathanson aceptó al instante, provocando la separación de su banda. No sería un final definitivo: volverían a unirse tiempo después, en compañía de Germán Cabieses, poco después de separado Tarkus, un intermezzo lujoso. Álex Asumió un estilo vocal muy distinto al que había usado anteriormente. Adquirió un falsete muy parecido al de Robert Plant, pero aún más andrógino. El grupo estaba completo. El golpe de suerte definitivo se dio cuando el ingeniero Carlos Manuel Guerrero, el dueño de MAG se enteró de la separación de Telegraph. Llamó a Walo y éste le dijo que tenía un proyecto bastante avanzado con Álex y dos argentinos, y que no era algo puramente musical, sino que incluían una puesta en escena. El empresario se ilusionó con un grupo internacional, y le dijo a Walo que él era el que más le había hecho ganar plata gracias al primer disco de Telegraph y que los apoyaría en cualquier proyecto que hiciera. Le dio un lugar para ensayar y horas en el estudio, sin ni siquiera haber escuchado a la banda.
Durante dos meses vivieron la mágica y arriesgada rutina de la creación artística. Guillermo Van Lacke recién aprendía a tocar bajo, así que se levantaba de la cama camarote a las seis de la mañana e inmediatamente comenzaba con los ejercicios de digitación, memorizaba las canciones, les hacía arreglos, con las ganas superaba rápidamente sus limitaciones. A las 8 de la mañana Guillermo, Darío y Walo bajaban a tomar desayuno. Luego descendían al garage del edificio, montaban en el Volkswagen de Walo y se dirigían a la Avenida 2 de Mayo, donde MAG tenía su fábrica de discos y su estudio. Entraban por un corredor lleno de cajas y plásticos. Los obreros se los quedaban mirando y ellos no se detenían hasta llegar al depósito del fondo. Ahí enchufaban sus instrumentos y se ponían a componer y ensayar hasta las dos o tres de la tarde. Si tenían suerte, les cedían el estudio, y acompañados de Carlos Guerrero, de We All Together, en los controles de la cabina, grababan las canciones que habían ensayado en la mañana. Álex cantaba con un papel en la mano, leyendo las letras de las canciones -aún no se las había aprendido-, normalmente escritas por Darío, inspiradas en los descubrimientos de sus cada vez más frecuentes viajes en ácido.
Algunas tardes no tenían tanta suerte. El encargado del estudio: disculpen, hoy tienen hora Los Morochucos. O: mala suerte, muchachos, está grabando Oscar Avilés. Entonces se separaban y cada uno se iba por su lado a la deriva, en largos paseos por una ciudad que cambiaba cada vez más rápido. Walo y Van Lacke empezaron a parar juntos, salían en parejas con sus respectivas enamoradas. Nathanson se iba por su lado con la collera del barrio de Mariátegui, legendaria collera de patas en la que por su natural espíritu y espontaneidad sobresalían locos egregios como el Oso Torres, Coco "Diablo" Besciani, el esquinero Valladares, los hermanos Allison -introductores del boogaloo en Lima y tremendos malogrados-, la mancha del Alamo y otros profesionales del ritmo. Darío era muy callado y normalmente se encerraba en el cuarto, ponía sus discos, fumaba marihuana, o a veces tomaba ácidos y no salía hasta la noche, ya con algunas nuevas letras para canciones. Fue él quien le puso el nombre al grupo, sin ninguna inspiración en el disco homónimo de Emerson, Lake and Palmer. Tarkus es un espíritu que se encuentra en lo más profundo de nuestra alma y que nos protege cuando nos hallamos perdidos en algún viaje. Pese al encierro de Darío, la relación entre los cuatro iba cada vez mejor, hasta que se presentó la oportunidad de debutar.
La comisión de la promoción 71 del colegio Roosevelt organizó una fiesta en el colegio para recaudar fondos. Ignorando la pelea de los Telegraph, llamaron al mánager, es decir a Carrillo, para que tocaran. Sin titubear, éste dijo que ahí estarían. Llevó a Tarkus sin decir nada, y frente a un público compuesto en un 80% por gringos, los dejaron con la boca abierta. ¡En el Perú un grupo a lo Black Sabbath que toca temas propios y en castellano!
Entonces llegó el concierto en Chiclayo, y luego fueron a Trujillo, donde se presentaron nuevamente bajo nombre falso, y también dejaron huella. Tuvieron que regresar al instante al estudio. Acabaron de grabar los 8 temas que conforman su primer LP y empezaron de frente con más canciones, que podrían haber constituido un segundo disco, pero que o se perdieron o permanecen en poder de Carlos Guerrero junior, el ingeniero de sonido.
La grabación del disco se realizó entre el 3 de abril y el 16 de mayo de 1971. Los músicos tuvieron total libertad. Tanto así que el dueño de MAG solo escuchó el disco cuando ya se estaban prensando las primeras copias. Ocurrió una tarde, mientras Tarkus se encontraba en el estudio grabando las sesiones para el segundo álbum. A la mitad de una canción sintieron cierto desorden en la cabina de sonido. Dejaron de tocar y fueron a ver qué pasaba. Escucharon la voz estruendosa del ingeniero Carlos Manuel Guerrero: qué mierda es esta bulla. El director de MAG tenía el rostro completamente rojo, presa de un colerón apocalíptico. Y cuando entró Walo llegaron los insultos: oye tú, Carrillo, esto no suena como Telegraph Avenue, esto no lo va a escuchar ni san puta. Yo no invierto por ustedes si hacen este tipo de música.
Sin embargo, estaban atados por un contrato, por lo que el disco pudo salir a la venta, con una carátula completamente negra -como el Back in Black, de AC/DC o el disco homónimo de Metallica-, aunque sin ningún tipo de publicidad, difusión y en un número muy reducido de copias. Era demasiado, demasiado pronto y estaban en el lugar equivocado. Los muchachos no se desanimaron. Podían hacer circular su disco de manera independiente, todo dependía de los conciertos. El boca a boca ya había creado cierta expectación en la movida rockera limeña, aunque casi nadie los había escuchado. El debut oficial estuvo por eso organizado al milímetro. Sería en el cine El Pacífico, donde no se habían organizado muchas matinales, y que era la sala más importante de la época. La ciudad fue cubierta con afiches donde aparecía un hipopótamo de piedra aplastando los edificios de Lima, anunciando la presentación de Tarkus, la banda con el sonido más fuerte del rock nacional.
El grupo ensayaba todas las mañanas. En las tardes, cada uno se iba por su lado. Así, un día, mientras Walo atravesaba la Vía Expresa en su Volkswagen, se encontró bajo un puente con un hippie americano que tiraba dedo. Lo recogió y se pusieron a conversar mientras ponía un cartucho en el equipo de su auto. El desconocido respiraba paz por todos los poros de su cuerpo. Lo invitó a un departamento de San Isidro, donde estaba hospedado con sus amigos. Todos eran norteamericanos, tenían el refrigerador lleno de vegetales y el espíritu lleno de paz, al menos eso le pareció a Walo. Eran miembros de la famosa secta conocida como los Hijos de Dios. Al día siguiente se los presentó a los demás miembros de Tarkus. Darío empezó a frecuentarlos y continuó con su natural timidez frente a los demás músicos de la banda.
Tres días antes de la primera presentación oficial del grupo en el cine el Pacífico, el grupo tuvo su ensayo general. Antes de que comenzaran a tocar, Darío les dijo que tenía algo muy serio que decirles. Había encontrado a Jesucristo y debía retirarse de la banda y de ese estilo de vida. Se quitaba con los Hijos de Dios a Estados Unidos. No tocaría en el debut porque iba contra sus creencias. Ya no creía en esa música inspirada por la droga, no podía ir contra sus principios. La noticia les cayó a todos como un balde de agua fría, pero Darío permaneció inflexible. Y para colmo, Álex también se vio influido por esa onda espiritual. No había nada qué hacer. Estaban en un callejón sin salida… No lo sé, esto le va a llegar al pincho a todos los metaleros, pero toda esta historia me hace confirmar la intuición del gran Lester Bangs: Black Sabbath es el gran grupo católico de la historia del rock… No sé qué pensar, el maniqueísmo tendrá algo que ver…
Es un lugar común decir que el Perú es el país del casi, el campeón mundial del fútbol sin arco. En los casos de Tarkus, del frustrado concierto de los Mad`s en el festival de la isla de Wight, y en general, de toda la historia de la escena del rock peruano de los 60 y 70, eso se cumple a cabalidad. Una de las peores cosas que le puede suceder a una persona es dejar de existir y continuar viviendo, y eso le pasó a los rockeros de esa época, que brillaron unos años y luego pasaron al más absoluto olvido.
Obviamente, el día de su ensayo general Tarkus se separó. Nunca llegaron a debutar oficialmente. El primer LP fue un fracaso comercial. En realidad, comercialmente jamás existió. Y ese disco es quizás uno de los más valiosos objetos que quedaron de aquel tiempo en los 60 y 70 cuando la música incendió los barrios de Jesús María, Lince, Pueblo Libre y Magdalena y luego desapareció sin dejar memoria: ¡Black Sabbath, Spinetta, accidente, Darío cantando en el último surco de la obra, una aventura original del rock en el Perú, Pueblo Libre!... Eso es el único disco de Tarkus, esa obra que, como enseña esta historia, apenas representa un intermezzo entre los dos LPs de Telegraph Avenue.
Tarkus fue olvidado durante largos años. En 1983 se inició un nuevo ciclo en el rock peruano. Los chiquillos metaleros que empezaban a tocar y a escuchar bandas como los seminales Óxido creían ser los primeros. Pero hubo alguna gente que investigó. Una mañana de 1990, Walo recibió en su casa a unos metaleros que vestían con parches de Tarkus. Eran los Kranium, y venían a hacerle una entrevista y a declararle su admiración. Pocos años después se enteró de que Incarock había reeditado en Estados Unidos el disco del grupo. En Internet la banda era considerada de culto. En el 2002 Walo Carrillo – sin ninguna relación familiar con el ingenioso escritor de sex & gore a quien dedico esta narración, que por verdadera quizás no sea verosímil- me recibió en su casa y me contó esta historia real, que he intentando escribir centrándome únicamente en los hechos confirmados por otras fuentes. Fuentes a las que conocía de cerca. Y durante años no me había dado cuenta de su importancia.
Sin saberlo, años atrás, me había encontrado con Álex Nathanson. Cuando salí de la casa de Walo, después de que me contara su historia, pude atar cabos. Mi padre era el bajista de Doctor Wheat y su amistad con Álex permanecía incólume. Durante el tiempo en que lo frecuenté ignoraba que era uno de los fundadores del metal nacional.
Un verano que pasamos en Ancón, mi padre me propuso hacer un proyecto musical donde yo escribiría las letras. Al final hice solamente una, llamada "Primavera Negra", como claro e ingenuo homenaje y plagio creativo al espíritu del libro de Henry Miller. Mi padre llamó a Álex como vocalista y guitarrista. Ensayamos una sola vez en el auto de mi viejo, Álex con guitarra eléctrica y un mini amplificador. El bajo no estaba conectado. Poco después, Nathanson viajó a San Francisco a trabajar en algo ajeno a la música y no lo volví a ver nunca más, pese a que tengo su teléfono y a que volví a conversar con Germán Cabieses y Walo Carrillo desde España en vistas a una posible reedición de Telegraph Avenue en Europa. Aunque no la comparto y me parece súper quemada, respeto la espiritualidad que toda una tribu setentera asumió luego del incendio general, por eso me siento contento por Álex Nathanson luego de la conversación iluminadora que sostuve con Walo. Yo sólo creía que su única producción musical era un cassette con cánticos evangelistas que descubrí en casa de mi padre, en cuya carátula aparecía resplandeciente en compañía de su familia, sonriendo a la cámara con inocencia, como si el espíritu llamado Tarkus, a su manera, los hubiera ayudado en su largo viaje.
En la foto: Black Sabbath.