Jorge Eduardo Eielson (1924-2006)
Por Sergio R. Franco*
La muerte de Jorge Eduardo Eielson cierra una obra caracterizada por la perfección formal, el rigor de sus exploraciones conceptuales y una voluntad autodeconstructiva que no es frecuente en el panorama actual de las artes. Tendrá que transcurrir todavía algún tiempo para que alcancemos una visión integral de su legado multiforme. Si el arte es una técnica para inducir el éxtasis, pocas obras habrá como la suya capaces de engendrarlo mediante tantos medios, como si en un movimiento de desperdicio sagital el artista enviara su fuerza creativa hacia toda dirección posible.
En efecto, desde su temprana juventud en esa Lima asediada por el desierto que evocará una y otra vez en su serie Paisaje infinito de la costa del Perú y en su segunda novela, Primera muerte de María (1988), el talento de Eielson se manifiesta rotundo y, a la vez, ajeno a una específica tecnología de la representación. Artista muy precoz, Eielson merece el Premio Nacional de Poesía y el Premio Nacional de Teatro en el Perú entre los 21 y los 22 años, y ya en 1948 está exponiendo su trabajo plástico por primera vez. Instalado en Europa ese mismo año, Eielson acudirá a distintas modalidades (poemas, novelas, ensayos, pinturas, esculturas, instalaciones, performances, ensamblajes) para dar forma a una sola substancia que las precede, engloba y excede: la "poesía".
No es posible resumir la trayectoria literaria de Eielson en tan breve espacio, apenas deseo evocar algunas de sus líneas de fuerza, sin creer que su obra pueda subdividirse en zonas acotadas y sin mayor ilusión por el falso orden de la cronología. Si la primera época de Eielson, en que destacan Canción y muerte de Rolando (1943) y Reinos (1945), tributa a un misticismo suntuoso de impronta rilkeana, Eielson se alejará de su retórica espléndida para interrogar el silencio, lo corporal, la modernidad y la alienación en poemas de desnudo dramatismo. Los grandes textos de este período, Habitación en Roma (1952) y su novela más lograda El cuerpo de Giulia-no (editada en 1971, es indispensable leerla en conexión a sus incomparables Quipus, quizá lo más distintivo de su producción plástica), prefiguran el paso hacia la exploración tanto de la intermedialidad desde la literatura como de la materialidad de la escritura. Aquí conviene recordar eros/iones (1958), Papel (1960) y las asombrosas esculturas subterráneas, o descripciones de objetos imposibles, cuatro de las cuales fueron inauguradas simultánemente en París, Nueva York, Roma y Eningen (Sttutgart) en 1969. La producción final de Eielson –pienso especialemente en Ptyx (1989) o los poemas que agrupa Sin título (2000)- se orienta hacia una inmanencia que es el perfecto reverso del trascendentalismo de sus primeros textos y que cristaliza en una dicción más serena, a veces de lúdico hermetismo.
En 1969, Eielson le pidió a la NASA que depositara en la Luna una de sus "esculturas", especialmente concebida para ese propósito; no obstante, esta entidad rechazó su pedido aduciendo problemas de logística. Después, el poeta declaró su deseo de que fuesen sus cenizas las que se diseminaran en nuestro satélite natural. Jorge Eduardo Eielson ha sido sepultado en el cementerio de Milán, la ciudad donde vivió tantos años y murió el pasado marzo; sin embargo, me gusta imaginar una dimensión alterna en que su cuerpo, transmutado en polvo claro, reposa tiernamente sobre la Luna, cumpliendo la performance final.
* Publicado en Revista Iberoamericana 215-216, abril-septiembre 2006, 677-678.