Corazón del cielo
Por Gustavo Gorriti*
Cartagena.- "La tierra se hizo redonda en español" dijo Belisario Betancur, y no pudo decirlo mejor. Habla en un centro de convenciones que por alguna razón se llama Getsemaní, donde se rinde homenaje a nuestra lengua mestiza y al gran Gabriel García Márquez.
Es un lunes 26 de implacable calor cartagenero, y los sacos y corbatas que las solemnidades han impuesto al buen sentido, empapan las camisas y chorrean las interioridades antes que el aire acondicionado del Getsemaní alivie en parte los sudores.
El auditorio está repleto. Hay varios ex presidentes y mucho más escritores. Junto a García Márquez están su esposa Mercedes y Carlos Fuentes. En el otro lado del escenario se sientan Betancur, Víctor García de la Concha, director de la Academia de la Lengua Española y los escritores Tomás Eloy Martínez y Antonio Muñoz Molina. Todos hablarán y, a diferencia de los discursos del rey Juan Carlos y del presidente Uribe, a cuya jerarquía política no se exige aparejar necesariamente la intelectual, el desafío de estos oradores fue expresar el vigor y la belleza de la palabra castellana.
Esta es por eso una reseña de discursos que fueron memorables. Sellaron y precedieron muchas otras actividades vinculadas con la lengua española, incluyendo una solemne sesión previa en Medellín de las academias de la lengua, que aunque importante en el contenido, sufrió algunos discursos de académicos que no hubieran desentonado en una convención de notarios. Pero nada de árido hay en Cartagena.
Betancur, hombre de letras y ex presidente colombiano, recrea el encuentro de dos mundos a través de la visión de sus palabras. "Tienen el habla más dulce del mundo", recuerda que refirió Colón el sonido de la lengua aborigen a los reyes de España. Y luego describe los usos prácticos que dieron los misioneros españoles a la primera gramática chibcha: el manual de confesores incluía prolijos cuestionarios sobre las variaciones fornicatorias que la perspicacia lingüística permitiría detectar entre los chibchas.
Si no hallaron grandes kamasutras en estas Indias, encontraron, sin embargo, la riqueza de imágenes y conceptos que entraron en las palabras castellanas. Betancur recuerda la expresión, "corazón del cielo", del Popol Vuh. "Colón es corazón del cielo", dice, "hoy es corazón del cielo".
Antes de terminar con otra expresión llevada del "habla más dulce" al castellano –"mi cariño los saluda y mi cariño se despide"–, Betancur mencionó las 10 palabras creadas y aprobadas por los niños de entre 9 y 13 años que participaron en el "congresito de la lengua española" paralelo al de los grandes, en Medellín. Ahí están la "japisteza" (cuando se siente tristeza y alegría a la vez) y la "lumpereza" (pereza que da los lunes de ir al colegio o a trabajar); el "murmulencio" (murmullo que se oye en el silencio) y el "flapigozo" (expresión de felicidad, explosión de gozo); el "fruspiro" (suspiro que se produce al bañarse con agua helada), el "lunor" (luz de la luna) y la "pinochada" (mentira en crecimiento).
Tomás Eloy Martínez, el periodista y autor de Santa Evita recordó su propia infancia en el norte de Argentina, el castellano rodeado por voces quechuas y palabras de español arcaico, olvidado en sus raíces pero no en esa frontera. "La lengua es nuestra patria común", dijo Martínez, pero recordó que por lo menos tres quintos de los quinientos millones de personas que hablan nuestra lengua viven en pobreza. Ningún otro idioma, recordó Martínez, le había dado como el español los acentos y las palabras para recoger las emociones más intensas y los sentimientos más desolados que le deparó la vida. Luego de hablar sobre el gran aporte de García Márquez, Martínez recalcó otra vez que esa lengua mestiza era nuestra "madre, mamá, mamá grande".
El escritor español Antonio Muñoz Molina, enemigo del palabreo y de "los vapores de un idioma demasiado sonoro, demasiado meloso (que) nos aletarga la conciencia", fue preciso y elocuente. "El porvenir del español no puede estar en la demografía sino en el progreso", dijo el autor de El jinete polaco y Sefarad. Si la Unión Europea basó su integración en la economía, el mundo hispanoamericano lo hizo en la literatura. La UE, dijo Muñoz Molina, empezó con el carbón y el acero, Hispanoamérica con Cien años de soledad. Pese a ello, recordó que en Latinoamérica, "los libros son algunas de las mercancías que viajan con más dificultad". "El enemigo del español", recalcó Muñoz Molina, "no es el inglés sino la pobreza".
La obra de García Márquez había sido de continua referencia en los tres discursos. Pero Carlos Fuentes habló solo sobre Gabo y sobre la creación de Cien años de soledad. Sobre el momento de iluminación en éste, al retorno de un viaje por barco entre Panamá y México, en el que el que –según vio entonces Fuentes a su amigo– el libro le dijo a su autor: "Aquí estoy, así soy; ahora escríbeme".
Fuentes es un estupendo expositor. Sus clases en Harvard, en los años ochenta, se repletaban con estudiantes fascinados. Años y tragedias le han restado algo de brío a la voz, pero la abundancia de memorias fluidas, su gran cultura y el patente cariño que se tienen con García Márquez le dio una intensidad implícita pero extraordinaria a su discurso. “En literatura no hay creación sin tradición, ni tradición sin creación que la renueve”, dijo Fuentes cuando recordó la de Cien años de soledad, madurada 17 años y escrita en otros tantos meses. Mientras lo hacía, recordó Fuentes, Gabo le escribió que "a veces quisiera seguir escribiendo el libro el resto de mi vida, para no tener más vida que ésta".
Pero lo terminó, claro, y Fuentes recordó la carta emocionada, el anuncio de una nueva era en la literatura y en el lenguaje, que él escribió a Julio Cortázar luego de haber leído el manuscrito de Cien años de soledad. Lo aplaudieron de pie, y de pie estaban cuando entró Bill Clinton. No sé si fue planeamiento o tardanza, pero el efecto fue redondo. Luego intervino Víctor García de la Concha, el director de la Real Academia, y lo hizo sorprendentemente bien.
Ahí habló Gabo. Vestido de blanco cartagenero, con apariencia de octogenario robusto y dicción por momentos trabajosa, contó otra vez los detalles del milagro literario (y de supervivencia económica) que fue escribir Cien años de soledad. Esta vez era la que contaba. El gran escritor cumplía sus ochenta, sus cuarenta y sus veinticinco. Edad, libro y Nobel. Y los escritores, monarcas y presidentes congregados en homenaje celebraron en él a un mundo que entrevió su fuerza porque conoció sus palabras.
Es un lunes 26 de implacable calor cartagenero, y los sacos y corbatas que las solemnidades han impuesto al buen sentido, empapan las camisas y chorrean las interioridades antes que el aire acondicionado del Getsemaní alivie en parte los sudores.
El auditorio está repleto. Hay varios ex presidentes y mucho más escritores. Junto a García Márquez están su esposa Mercedes y Carlos Fuentes. En el otro lado del escenario se sientan Betancur, Víctor García de la Concha, director de la Academia de la Lengua Española y los escritores Tomás Eloy Martínez y Antonio Muñoz Molina. Todos hablarán y, a diferencia de los discursos del rey Juan Carlos y del presidente Uribe, a cuya jerarquía política no se exige aparejar necesariamente la intelectual, el desafío de estos oradores fue expresar el vigor y la belleza de la palabra castellana.
Esta es por eso una reseña de discursos que fueron memorables. Sellaron y precedieron muchas otras actividades vinculadas con la lengua española, incluyendo una solemne sesión previa en Medellín de las academias de la lengua, que aunque importante en el contenido, sufrió algunos discursos de académicos que no hubieran desentonado en una convención de notarios. Pero nada de árido hay en Cartagena.
Betancur, hombre de letras y ex presidente colombiano, recrea el encuentro de dos mundos a través de la visión de sus palabras. "Tienen el habla más dulce del mundo", recuerda que refirió Colón el sonido de la lengua aborigen a los reyes de España. Y luego describe los usos prácticos que dieron los misioneros españoles a la primera gramática chibcha: el manual de confesores incluía prolijos cuestionarios sobre las variaciones fornicatorias que la perspicacia lingüística permitiría detectar entre los chibchas.
Si no hallaron grandes kamasutras en estas Indias, encontraron, sin embargo, la riqueza de imágenes y conceptos que entraron en las palabras castellanas. Betancur recuerda la expresión, "corazón del cielo", del Popol Vuh. "Colón es corazón del cielo", dice, "hoy es corazón del cielo".
Antes de terminar con otra expresión llevada del "habla más dulce" al castellano –"mi cariño los saluda y mi cariño se despide"–, Betancur mencionó las 10 palabras creadas y aprobadas por los niños de entre 9 y 13 años que participaron en el "congresito de la lengua española" paralelo al de los grandes, en Medellín. Ahí están la "japisteza" (cuando se siente tristeza y alegría a la vez) y la "lumpereza" (pereza que da los lunes de ir al colegio o a trabajar); el "murmulencio" (murmullo que se oye en el silencio) y el "flapigozo" (expresión de felicidad, explosión de gozo); el "fruspiro" (suspiro que se produce al bañarse con agua helada), el "lunor" (luz de la luna) y la "pinochada" (mentira en crecimiento).
Tomás Eloy Martínez, el periodista y autor de Santa Evita recordó su propia infancia en el norte de Argentina, el castellano rodeado por voces quechuas y palabras de español arcaico, olvidado en sus raíces pero no en esa frontera. "La lengua es nuestra patria común", dijo Martínez, pero recordó que por lo menos tres quintos de los quinientos millones de personas que hablan nuestra lengua viven en pobreza. Ningún otro idioma, recordó Martínez, le había dado como el español los acentos y las palabras para recoger las emociones más intensas y los sentimientos más desolados que le deparó la vida. Luego de hablar sobre el gran aporte de García Márquez, Martínez recalcó otra vez que esa lengua mestiza era nuestra "madre, mamá, mamá grande".
El escritor español Antonio Muñoz Molina, enemigo del palabreo y de "los vapores de un idioma demasiado sonoro, demasiado meloso (que) nos aletarga la conciencia", fue preciso y elocuente. "El porvenir del español no puede estar en la demografía sino en el progreso", dijo el autor de El jinete polaco y Sefarad. Si la Unión Europea basó su integración en la economía, el mundo hispanoamericano lo hizo en la literatura. La UE, dijo Muñoz Molina, empezó con el carbón y el acero, Hispanoamérica con Cien años de soledad. Pese a ello, recordó que en Latinoamérica, "los libros son algunas de las mercancías que viajan con más dificultad". "El enemigo del español", recalcó Muñoz Molina, "no es el inglés sino la pobreza".
La obra de García Márquez había sido de continua referencia en los tres discursos. Pero Carlos Fuentes habló solo sobre Gabo y sobre la creación de Cien años de soledad. Sobre el momento de iluminación en éste, al retorno de un viaje por barco entre Panamá y México, en el que el que –según vio entonces Fuentes a su amigo– el libro le dijo a su autor: "Aquí estoy, así soy; ahora escríbeme".
Fuentes es un estupendo expositor. Sus clases en Harvard, en los años ochenta, se repletaban con estudiantes fascinados. Años y tragedias le han restado algo de brío a la voz, pero la abundancia de memorias fluidas, su gran cultura y el patente cariño que se tienen con García Márquez le dio una intensidad implícita pero extraordinaria a su discurso. “En literatura no hay creación sin tradición, ni tradición sin creación que la renueve”, dijo Fuentes cuando recordó la de Cien años de soledad, madurada 17 años y escrita en otros tantos meses. Mientras lo hacía, recordó Fuentes, Gabo le escribió que "a veces quisiera seguir escribiendo el libro el resto de mi vida, para no tener más vida que ésta".
Pero lo terminó, claro, y Fuentes recordó la carta emocionada, el anuncio de una nueva era en la literatura y en el lenguaje, que él escribió a Julio Cortázar luego de haber leído el manuscrito de Cien años de soledad. Lo aplaudieron de pie, y de pie estaban cuando entró Bill Clinton. No sé si fue planeamiento o tardanza, pero el efecto fue redondo. Luego intervino Víctor García de la Concha, el director de la Real Academia, y lo hizo sorprendentemente bien.
Ahí habló Gabo. Vestido de blanco cartagenero, con apariencia de octogenario robusto y dicción por momentos trabajosa, contó otra vez los detalles del milagro literario (y de supervivencia económica) que fue escribir Cien años de soledad. Esta vez era la que contaba. El gran escritor cumplía sus ochenta, sus cuarenta y sus veinticinco. Edad, libro y Nobel. Y los escritores, monarcas y presidentes congregados en homenaje celebraron en él a un mundo que entrevió su fuerza porque conoció sus palabras.
* Publicado en Caretas.
En la foto: carátula de la edición especial de Cien años de soledad, editada por la Real Academia Española. Llegará a Lima el 16 de abril.
En la foto: carátula de la edición especial de Cien años de soledad, editada por la Real Academia Española. Llegará a Lima el 16 de abril.