Vampiros en la literatura peruana
Al preguntarle en una comunicación personal por su novela El viaje que nunca termina (1994), Carlos Calderón Fajardo me responde con las siguientes líneas que publico con su autorización: "De El viaje que nunca termina, se publicaron sólo 100 ejemplares, de los cuales sólo me queda uno. Cuando surgió el fenómeno de Sarah Hellen, yo frecuentaba mucho a Iván Thays y a Ricardo Sumalavia, y nos pareció excelente tema para una novela gótica. Nos propusimos escribir cada uno cincuenta carillas, a ser publicadas juntas en el siguiente orden: yo sobre el viaje de Sarah Hellen por mar de Inglaterra hasta Pisco; Sumalavia sobre el alboroto en Pisco y su amenaza de resurección 80 años después; y, finalmente, la tercera parte que iba a escribir Iván, contando sobre las aventuras de la vampira reencarnada. Pusimos fecha. Cuando llegó ese día sólo yo aparecí con mi manuscrito. Mis dos amigos declinaron por diferentes razones que creo válidas. Para que no me frustara, el siempre generoso Sumalavia publicó El viaje que nunca termina en su colección Ediciones Pedernal. El librito se agotó. He reescrito la novela, que ahora tiene 120 páginas. Y también un ensayo sociológico a manera de prólogo dentro de lo que se podría llamar una 'sociología del milagro', veinte páginas tratando de explicar por qué en el Perú una vampira hace milagros y es venerada como una santa. Algún día espero que se edite el libro. Pero, para bien o para mal, soy un autor que no interesa a las editoriales. Asi que espero que el libro resucite como Sarah Hellen dentro de 80 años". Este relato alimenta el subgénero de la literatura gótica peruana, del cual ya forman parte textos como Espero mi turno (1996) de Montserrat Álvarez, y Drácula de Bram Stoker y otros poemas (1991) de Antonio Cisneros, incorporado al año siguiente en Las inmensas preguntas celestes.