Javier Heraud: 45 años después
Personajes: Ya sepultado en Lima, Heraud batalló por sus ideales. Ahora lucha contra el olvido
Por Marco Martos*
La noticia señala que los restos del poeta Javier Heraud han sido trasladados a un cementerio en Lima. Sin embargo, para muchos Javier Heraud es anacronismo, 45 años después de su muerte trágica en la selva peruana. En una época en la que lo que más escasea son los ideales, su aventura política es incomprensible para muchos, o peor, desconocida, ignorada. Quienes lo conocimos y tratamos no cesamos de recordarlo con verdadero afecto.
Javier Heraud era el poeta más prometedor en 1960, 1961, cuando sorprendió con dos pequeños libros, El río y El viaje, que le valieron premios literarios y la estimación de los conocedores: Luis Jaime Cisneros, Wáshington Delgado, José Miguel Oviedo, que escribieron sobre sus excepcionales condiciones. Obviamente nunca sabremos lo que era capaz de dar, pero lo adivinamos en el mundo de las ucronías: estaba destinado a ser del grupo de los mejores. Lo poco que escribió lo señala como un elegido de los dioses.
Heraud se marchó a La Habana para estudiar cine, y regresó creyendo que la revolución se iniciaba en el sur del Perú. Murió acribillado en el río Madre de Dios.
Nietzsche vaticinó a fines del siglo XIX el peligro de que las futuras generaciones sean formadas por una ciencia altamente tecnificada que solo persigue fines utilitarios medibles en monedas, totalmente alejada de fines humanísticos que no son otra cosa que el amor entre los seres humanos. Tragedia que vivimos ahora.
Algo de la inmensa calidad de Heraud puede percibirse en estas intuiciones relampagueantes, propias de un gran poeta: "comía las emociones del mundo, / los sentimientos de los libros / que los 'prácticos querían devorar'. / Me comía a los niños. Pues ya sabía/ que aprendían cosas inútiles / y a quienes los maestros querían devorar. / Me comía a mí mismo. Sí. A mí mismo. / Pues intuía que me querían devorar".
*Publicado en Caretas 2026.
Javier Heraud era el poeta más prometedor en 1960, 1961, cuando sorprendió con dos pequeños libros, El río y El viaje, que le valieron premios literarios y la estimación de los conocedores: Luis Jaime Cisneros, Wáshington Delgado, José Miguel Oviedo, que escribieron sobre sus excepcionales condiciones. Obviamente nunca sabremos lo que era capaz de dar, pero lo adivinamos en el mundo de las ucronías: estaba destinado a ser del grupo de los mejores. Lo poco que escribió lo señala como un elegido de los dioses.
Heraud se marchó a La Habana para estudiar cine, y regresó creyendo que la revolución se iniciaba en el sur del Perú. Murió acribillado en el río Madre de Dios.
Nietzsche vaticinó a fines del siglo XIX el peligro de que las futuras generaciones sean formadas por una ciencia altamente tecnificada que solo persigue fines utilitarios medibles en monedas, totalmente alejada de fines humanísticos que no son otra cosa que el amor entre los seres humanos. Tragedia que vivimos ahora.
Algo de la inmensa calidad de Heraud puede percibirse en estas intuiciones relampagueantes, propias de un gran poeta: "comía las emociones del mundo, / los sentimientos de los libros / que los 'prácticos querían devorar'. / Me comía a los niños. Pues ya sabía/ que aprendían cosas inútiles / y a quienes los maestros querían devorar. / Me comía a mí mismo. Sí. A mí mismo. / Pues intuía que me querían devorar".
*Publicado en Caretas 2026.
En la foto: Sus hermanas Cecilia, Victoria y Marcela, con equipo forense, luego de exhumación de Javier. [Leyenda de Caretas]