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jueves, diciembre 14, 2006

Consideraciones sobre la narrativa peruana

De 1980 a nuestros días

Por Ricardo González Vigil*

Ha pasado un cuarto de siglo desde 1980, un año de acontecimientos políticos de enorme significación en el Perú: la vuelta a la democracia y el inicio de la "guerra popular" (una escalada terrorista a cargo del Partido Comunista "Sendero Luminoso", más el accionar del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru – MRTA) y la sanguinaria represión anti-subversiva con mucho de "guerra sucia". Junto con ello, la irrupción de una nueva hornada de narradores, así como de concursos nacionales de cuento que han estimulado eficazmente la aparición de nuevos escritores (destaca el Premio Copé, convocado por primera vez en 1979 y con un fallo dado a conocer en marzo de 1980; y "El cuento de las 1000 palabras" de la revista Caretas).


En mis antologías El cuento peruano 1980-1989 (Lima, Petroperú, 1997) y El cuento peruano 1990-2000 (Lima, Petroperú, 2001) y en mi breve panorama Literatura, el tomo XIV de Enciclopedia Temática del Perú (Lima, Ed. El Comercio, 2004), he abordado rasgos sobresalientes del marco histórico (el narcotráfico, la corrupción, la hiperinflación del primer gobierno de Alan García, etc.) y señalado la emergencia de tres generaciones, con el defecto de que en nuestro medio se confunde generación con década: las del 80, 90 y 2000. Igualmente la abundancia (en comparación con los años previos) de títulos valiosos a partir del "retorno" novelístico de Miguel Gutiérrez con Hombres de caminos (1988); según la exageración de Cesáreo Martínez "boom de la novela peruana vargasllosiana" (en el suplemento cultural de El Peruano, Lima, 6 de marzo de 1995).

Ha pasado un cuarto de siglo desde 1980, un año de acontecimientos políticos de enorme significación en el Perú: la vuelta a la democracia y el inicio de la "guerra popular" (una escalada terrorista a cargo del Partido Comunista "Sendero Luminoso", más el accionar del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru – MRTA) y la sanguinaria represión anti-subversiva con mucho de "guerra sucia". Junto con ello, la irrupción de una nueva hornada de narradores, así como de concursos nacionales de cuento que han estimulado eficazmente la aparición de nuevos escritores (destaca el Premio Copé, convocado por primera vez en 1979 y con un fallo dado a conocer en marzo de 1980; y "El cuento de las 1000 palabras" de la revista Caretas). Aquí propongo algunas consideraciones generales, sin limitarlas a una u otra generación.


NARRATIVA ORAL

Contando con los importantes antecedentes de Adolfo Vienrich, Jorge Lira, José María Arguedas, Francisco Izquierdo Ríos, Efraín Morote Best, Manuel Robles Alarcón, Stefano Varese, José Luis Jordan Laguna y André d’Ans, por citar algunos nombres cuyo magisterio ha sido significativo, ha cobrado mayor rigor y sistematicidad la difusión y el estudio de los relatos concernientes a la etnoliteratura y la tradición oral, sobre todo de las lenguas andinas y amazónicas, aunque también la oralidad popular en lengua española (la afroperuana y la de los chamanes del norte, especialmente). Descuella la labor del Centro "Bartolomé de Las Casas" del Cusco, el Centro de Estudios Teológico de la Amazonía (CETA) de Iquitos, el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica con sede en Lima, el Instituto Lingüístico de Verano (Yarinacocha, Pucallpa) y la revista Antropológica de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Como enfoques esclarecedores sobresalen los de Enrique Ballón Aguirre, Alejandro Ortiz Rascanieri, Martín Lienhard, Edmundo Bendezú Aibar, Juan Carlos Godenzzi y Gonzalo Espino. Ballón Aguirre fustiga la costumbre de hablar de una sola literatura peruana (la escrita y en español), cuando la verdad es que el Perú posee varias literaturas en su condición de país multilingüe, pluricultural y multinacional; óptica sumamente certera.


Mención aparte reclama la formidable traducción (superior a la publicada por Arguedas en 1966) que ha hecho Gerald Taylor, bajo el título Ritos y tradiciones de Huarochirí (1987), de un texto capital de la cultura peruana, lo más parecido a un Popol Vuh del pensamiento mítico andino (apreciación formulada por Arguedas) que haya llegado a nosotros: el manuscrito de Huarochirí.

Recordemos aquí las virtudes narrativas de La ranas embajadoras de la lluvia y otros relatos/ Cuatro aproximaciones a la isla Taquile (1996), de Cronwell Jara y Cecilia Granadino; Cuentos del Tío Lino (1980), de Andrés Zevalos; El Tío Lino y sus relatos modélicos orales (1987), de Mario Florian; y El universo sagrado (Versión literaria de mitos y leyendas de la tradición oral shipibo-coniba) (1991), de Luis Urteaga Cabrera. Entre las novelas que acogen la tradición oral han sido fulgurantes Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía (1981, de César Calvo); El hablador (1987), de Mario Vargas Llosa; Camino a las Huaringas (1993, corregida en 2006) y En el reino de los guayacundos (2003), de Dimas Arrieta; y varios libros de Oscar Colchado. Además, la tradición oral ocupa un papel a considerar en varias novelas magistrales: País de Jauja (1993), de Edgardo Rivera Martínez, Ximena de dos caminos (1994), de Laura Riesco, La destrucción del reino (1992), de Miguel Gutiérrez, Crónica de músicos y diablos (1991) y Biblia del guarango (2001), de Gregorio Martínez, La paraca viene del sur (1990), de José Hidalgo, y Fábula del animal que no tiene paradero (2003), de Juan Morillo Ganoza; también en los cuentos de Cronwell Jara, Róger Rumrrill y Arnaldo Panaifo.


NARRATIVA ANDINA

Aunque el crítico Tomás G. Escajadillo, en su informado estudio La narrativa indigenista peruana (1994), sigue llamando neo-indigenista a la narrativa sobre la realidad andina posterior a los años 60, cada vez cobra más cuerpo la posición que desecha la etiqueta "neo-indigenista" para utilizar el membrete "narrativa andina". Al respecto Zein Zorrilla pone énfasis en la transformación acaecida en el ámbito andino y la agudización del proceso migratorio del campo a la ciudad, de la sierra a la costa (en menor medida, a la selva), luego de la reforma agraria implementada por el gobierno del Gral. Velasco Alvarado y, peor aún, de los convulsionados años de la subversión y la “guerra sucia” (centrados en 1980-1992). En consecuencia, resulta más adecuado hablar de autores formados dentro del mundo andino, conscientes de la realidad multicultural del Perú, y ya no de voces restringidamente "indigenistas" o "neoindigenistas".

Especialmente pertinente es el planteamiento del valioso narrador cusqueño Luis Nieto Degregori. De modo afín a como lo hizo Churata en los años 20 del siglo pasado, cuestiona la validez de la distinción establecida por José Carlos Mariátegui (punto de partida de las teorías sobre el indigenismo del citado Escajadillo y también del crítico Antonio Cornejo Polar) entre "literatura indígena" (producida y consumida por los propios indios, en lenguas indígenas, vía tradición oral) y "literatura indigenista" (producida y consumida por personas que no son indias, es decir, mestizos y blancos; en lengua española y mediante la escritura y el mercado editorial) porque ya no hay "indios" al modo precolombino, sino "nuevos indios" (expresión acuñada a fines de los años 20 por José Uriel García) con rasgos biológica y /o culturalmente mestizos. Recordemos que, para Churata y Arguedas, no es decisivo el factor racial (biológico), sino el cultural (histórico-social); por eso Churata se proclamaba un indio del siglo XX, capaz de asimilar la cultura contemporánea (en su caso, con clara predilección por lo más radicalmente innovador: el vanguardismo) del mundo entero sin renunciar a sus raíces culturales (Arguedas diría transculturando desde esas raíces lo que puede aprenderse del mundo entero). Estando en descrédito en las organizaciones andinas y, en general, indígenas de América el vocablo "indio" (nacido del error europeo de creer haber llegado a la India y no a otro continente) y buscando evitar la confusión con la terminología mariateguiana, Nieto Degregori se define como un andino del presente, conocedor de la cultura universal, pero arraigado en su herencia cultural como básica para su cosmovisión y sensibilidad (lo cual, recalquemos, está en la ruta de lo que pensaba César Vallejo, orgulloso de su "sensibilidad indígena" y de su "Sierra de mi Perú, Perú del mundo / y Perú al pie del orbe").

Lo que resulta desacertado es postular una oposición entre los escritores "andinos" y los "criollos", estos desarraigados de nuestro pasado autóctono, identificados con la "cultura occidental"; y en una marginación inversa a la que impone la "globalización" ahora dominante, sostener que los peruanos propiamente dichos son los "andinos" y no los "criollos", en vez de admitir nuestra multiplicidad literaria, lingüística y cultural. El término "criollo" tuvo validez en el virreynato y, en parte, en el siglo XIX (se motejaba a España "Madre Patria"), a pesar de algunos rezagos contemporáneos (antes del "nacionalista" Gral. Velasco se denominaba "Día de la Raza" al 12 de octubre, porque con la llegada de Cristóbal Colón vinieron los españoles, una óptica impuesta por los criollos, es decir, los hijos de los españoles nacidos en América, a los que Viscardo y Guzmán invocó como "españoles americanos"). Si no cabe hablar de "indios", tampoco ya estamos ante "criollos". La oposición, a nuestro juicio, es entre autores con raíces nacionales (andinas, amazónicas, afroperuanas y, por cierto, las que con originalidad han desarrollado en el Perú, en feliz interacción con las otras raíces, los descendientes de europeos y asiáticos) y aquellos que siguen, acríticamente, sin capacidad transculturadora, las pautas que difunde la "globalización".

Grandes representantes "andinos", a partir de 1980, son Edgardo Rivera Martínez (sus dos novelas y varios de sus cuentos, porque también tiene narraciones de una Lima espectral), Laura Riesco, Juan Morillo Ganoza, Jorge Díaz Herrera, Marcos Yauri , Carlos Villanes Cairo, Hildebrando Pérez Huarancca; Julián Pérez, Luis Nieto Degregori, Enrique Rosas Paravicino, Samuel Cárdich y Zein Zorrilla. Y sigue siéndolo el fecundo C.E. Zavaleta, con sus cuentos y su novela mayor Pálido, pero sereno (1997).


CONSUMO Y GLOBALIZACIÓN

El lado positivo de la "aldea global” es la internacionalización de la información y, aunque con mucha desigualdad, los avances tecnológicos. El lado negativo, espantosamente negativo, es que hay un país que "globaliza" a los demás: Estados Unidos de Norteamérica (con la complicidad de Inglaterra y varios países de Europa Occidental). Las pautas norteamericanas se imponen so capa de unir el mundo: una empobrecedora "uniformización" que socava la riqueza de la "diversidad cultural" y la real soberanía (que no solo debe ser jurídica, sino económica, política y cultural) de cada país. Y es que no se imponen por que sean necesariamente mejores, con mayor dosis de verdad, bondad o belleza. Se imponen por la dependencia (en primer lugar económica), al servicio de las utilidades de las empresas transnacionales (manejadas desde Estados Unidos y sus amigos europeos y asiáticos), motores cosmopolitas de la "sociedad de consumo".


En literatura se traduce en: A) Dar la mayor publicidad (incluyendo el espacio cultural de los medios masivos de comunicación) a los best-sellers y no a las obras de auténtica calidad literaria (muy pocas de estas logran ser, a la vez, best-sellers), llegando al extremo que a las editoriales no les interesa los libros de cuentos (se venden poco), sino las novelas, las cuales no deben ser tampoco extensas, sino de un tamaño "conveniente" (en lo relativo a la literatura para niños y jóvenes, se fija inclusive un número de páginas a las colecciones). B) Propiciar que se escriba con frases breves y en lenguaje sencillo, para una lectura rápida y superficial como un "entretenimiento" (lo cual no es, por cierto, el deleite hondo y reflexivo-imaginativo que produce el placer estético, el gozo ante el ingenio de la trama y la magia envolvente del lenguaje). Pobreza verbal conjugada con esquematismo psíquico de los personajes, maniqueísmo moral y moldes convencionales para cada género (sentimental, aventuras, policial, ciencia ficción, etc.). C) Tejer argumentos llenos de acción, de preferencia con suspenso y efectos sorpresivos, de modo tal que (unido al punto b) sea fácil adaptarlos a los medios masivos (TV y cine) con los cuales se puede obtener más ganancias que con los libros. D) Sostener que la literatura crea un mundo de ficción completamente autónomo de la realidad, con sus propias reglas de juego, y que uno lee para divertirse (de modo pasajero, no con la intensidad y permanencia del placer estético que es un deleite intelectual y crítico) y no para conocer la naturaleza humana y proponerse cambiar al mundo: un adorno de lujo para personas con un barniz cultural que las lleva a "entretenimientos" más sofisticados que el de los que no leen y se contentan con consumir cultura chatarra (TV, cine, revistas frívolas, etc.), deporte, cuando no drogas.

Hasta los años 70 grandes narradores peruanos (Ribeyro, Zavaleta, Reynoso, Vargas Llosa, Bryce Echenique y Miguel Gutiérrez, por mencionar los que han seguido en actividad y han enriquecido el último cuarto de siglo) en sus complejos mundos creadores han asimilado lecciones importantes de autores norteamericanos (Faulkner, Hemingway, etc.) que, en el caso de Poe, ya influían desde los días del modernismo (en Clemente Palma, por ejemplo); pero lo han hecho con sello personal, conforme a su propia necesidad expresiva, mediante una prosa elaborada, rica en matices verbales y técnicas narrativas, de modo tal que sus libros pierden buena parte de su magia artística al ser trasladados al registro audiovisual de la TV o el cine (aunque se trate de una cinta digna como La ciudad y los perros de Francisco Lombardi). Sin duda, la literatura norteamericana es una gran cantera de la que puede aprenderse mucho, y con provecho; pero no reducida a esquemas globalizadores, tan ligados a corrientes tendentes a la simplificación de los recursos verbales y de las experiencias humanas, como son el minimalismo y el realismo sucio; o de géneros codificados en estereotipos, como el policial. Así como el Quijote dinamitó las convenciones caballerescas, pastoriles, etc.; el gran escritor debe mantener una distancia crítica ante los factores pensados para el consumo fácil.

No debe sorprendernos, entonces, que el escritor peruano surgido en 1980-2006 de mayor éxito internacional sea Jaime Bayly. Él y la mayoría de los narradores que disfrutan de las "argollas" o "grillas" del "marketing" (enlaces editoriales, vínculos con los espacios culturales de los medios masivos, premios al servicio de las ventas, traducciones, adaptaciones al cine o la televisión) tienen, sin duda, oficio, pero no resisten la comparación con la riqueza verbal y la forja de un universo creador propio que encarnan los grandes escritores previos a 1980 que mencionamos en el párrafo precedente (los que no solo asimilaban lecciones norteamericanas, sino de diversos clásicos europeos y de los otros continentes), y que han a portado un buen número de las obras imprescindibles publicadas en el período que estamos comentando; verbigracia La guerra del fin del mundo (1981), ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), Elogio de la madrastra (1988), La fiesta del Chivo (2000) y Travesuras de la niña mala (2006), de Vargas Llosa; La violencia del tiempo (1991) y El mundo sin Xótchil (2001), de Miguel Gutiérrez, La vida exagerada de Martín Romaña (1981) y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz (1985), de Alfredo Bryce Echenique.

No obstante, hay buenos ejemplos de autores que, endeudados con las codificaciones literarias norteamericanas, alcanzan un nivel artístico apreciable: Fernando Ampuero, Pilar Dughi, Guillermo Niño de Guzmán, Oscar Malca, Oswaldo Chanove, Juan Carlos Mústiga, Jorge Eduardo Benavides, Peter Elmore, José de Piérola. Dos casos excepcionales, los más interesantes, de autores insertos en la urdimbre de la "globalización" son los de Fernando Iwasaki, un gran escritor con destreza verbal de primer orden, tramas tan ingeniosas como ricas en connotaciones (con un impresionante bagaje de referencias culturales, ya sea clásicas, ya sea de la sociedad de consumo), propenso a las mezclas inter-genéricas (mencionemos sus cuentos de Un milagro informal, 2003, y Helarte de amar, 2006, y las novelas Libro de mal amor, 2001, y Neguijón, 2005); y de Daniel Alarcón, quien da la vuelta a lo norteamericano ya que escribe en inglés "peruanizado", con una mirada crítica a la globalización aquí en el Perú y allá en los Estados Unidos, en un mundo al borde del Apocalipsis (amenazas terroristas, cataclismos ecológicos, qué sé yo).

En el rubro de la "no ficción" sobresalen Guillermo Thorndike, Jorge Salazar, Luis Jochamowitz y Jorge Eslava.



LO FANTÁSTICO Y LO METALITARIO

En su importante antología La narración en el Perú (2da. Ed., 1960) Alberto Escobar constató un hecho incontrastable: la estética realista ha sido la dominante, cuantitativa y cualitativamente, en la narrativa peruana, ostentando menor relieve la literatura fantástica (cultivada desde los días modernistas, a fines del siglo XIX y comienzos del XX). Frente a ello, conviene reparar en el interés creciente, a partir de la Generación del 50, por sendas creadoras apartadas u opuestas al designio realista, tanto la fantástica (que dinamita el concepto de "realidad" dominante) como la metaliteraria (que concede el protagonismo al lenguaje y a la exploración de la naturaleza misma de la literatura, una literatura que habla que habla de la literatura, por eso meta-literatura, a la que no le interesa brindar una trama tradicional con personajes definidos, intriga, desenlace, etc.). En los años 50-70 cabe recordar los textos fantásticos y/o metaliterarios (con claro magisterio de Kafka, Borges, Arreola y Cortazar, más cierta dosis de "nouveau roman" francés) de José Durand, el Luis Loayza de los años 50, Manuel Mejía Valera, Luis León Herrera, Felipe Buendía, Julio Ortega, José B. Adolph y el marginal Gastón Fernández. Mención especial concedamos a Harry Beleván, no solo porque sus narraciones de 1975-1977 resultan radicalmente fantásticas, y, más aún, metaliterarias (con rasgos que adelantan a los jóvenes narradores de los años 90 y lo que va del 2000); sino porque emprendió la vindicación de la narrativa no realista (sin negar el valor de la estética realista, defendió la libertad de optar por otras rutas ficcionales) en su Teoría de lo fantástico (1976) y probó que, aunque secundaria frente a la vertiente realista, el legado de la narrativa fantástica peruana es más considerable de lo que admitían nuestras antologías e historias literarias. Lo hizo en su excelente Antología del cuento fantástico (1977), dejando todo maduro para el despliegue que están teniendo lo fantástico y los metaliterario en la narrativa peruana última.

Valga el párrafo precedente para puntualizar: 1. que varios de los mejores volúmenes fantásticos o metaliterarios publicados en 1980-2006 pertenecen a voces de décadas previas; citemos Desvariante (1987), de José Durand, Crónica de un dios menor (2002), de Luis Rey de Castro, Un hombre flaco bajo la lluvia (2005), de Armando Robles Godoy, Babel, el paraíso (1993) y Poderes secretos (1995), de Miguel Gutiérrez. En busca de Aladino (1993) y El goce de la piel (2005), de Oswaldo Reynoso, y Cuentos de Extremo Occidente (2003) de Rodolfo Hinostroza, así como los "relatos aparentes" de Gastón Fernández; y 2. que no hay que atribuir a Mario Bellatín (heredero del "nouveau roman", Beckett, la exploración metaliteraria argentina y mexicana) y a Iván Thays el rol fundador de una narrativa no realista. Lo que sí es nuevo en ambos es la postura descalificadora del realismo, como si los escritores realistas no entendieran bien los fueros de la ficción y, peor aún, ostentaran méritos sociológicos o antropológicos más que literarios propiamente dichos (tremenda necedad, si pensamos en la grandeza literaria de las obras realistas de Ciro Alegría, Arguedas, Ribeyro y Vargas Llosa), lo cual se asemeja a la perniciosa división entre "poesía pura" y "poesía social" de los años 20-50, un esquematismo francamente obsoleto, miope a las posibilidades del realismo (espléndidamente desarrolladas hasta apropiarse de lo maravilloso y lo fantástico en las novelas más totalizantes del periodo que estamos examinando: La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa, La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez, y País de Jauja de Rivera Martínez) y al trasfondo "vivencial" (con sus construcciones culturales internalizadas en la experiencia histórico-social) de lo fantástico y metaliterario.


Hay cosecha fantástica y metaliteraria digna de relieve: Nilo Espinoza Haro, Carlos Calderón Fajardo, Augusto Tamayo Vargas San Román, Mario Bellatín, Carlos Herrera, algunos textos de Fernando Iwasaki; además de Enrique Prochazka, Luis Freire Sarriá, José Güich, Rodrigo Núñez, más una impresionante hornada de voces de los años 2000 como Luis Hernán Castañeda, Santiago del Prado, Juan Manuel Chávez, Carlos Gallardo, Leonardo Aguirre, Johann Page, Edwin Chávez y Diego Trelles.


EL RELATO HISTÓRICO

No olvidémosle relieve que ha adquirido el relato histórico, con la saga dedicada a Saña por José Antonio Bravo, y la documentación histórica de numerosos libros de "no ficción" de Guillermo Thorndike, en particular su tetralogía sobre la guerra con Chile (1977-1979) y su monumental biografía novelada de Miguel Grau (los tres primeros tomos, 2006); también tenemos la versación histórica de Los papeles de Damasco (2006), de Jorge Salazar. Una de las obras más admirables del periodo es un texto que une el ensayo jurídico (de Filosofía del Derecho) con la investigación histórica y la composición de una novela histórica: En el país de las colinas de arena (2 vols; 1994), de Fernando de Trazegnies. De otro lado, en la formidable novela La violencia del tiempo, de Gutiérrez, un componente importante es el relato histórico, el cual se vuelve central en su ensayo novela Poderes secretos.

Buceando en el imaginario mítico-mágico, Fernando Iwasaki ha reconstruido con ingenio y humor la etapa virreynal en Inquisiciones peruanas y Neguijón; Cronwell Jara, las peripecias de la población afroperuana, en Babá Osaím, cimarrón, ora por la santa muerta (1990); y Luis Nieto Degregori y Enrique Rosas Paravicino, el pasado cusqueño. La contribución más memorable se la debemos a Luis Enrique Tord, quien ha plasmado una especia narrativa propia. A la que hemos bautizado como "indagaciones": toda una modalidad original (tono y estilo peculiares) desplegada en los cuentos de Oro de Pachacamac (1985), Espejo de constelaciones (1991) y Fuego secreto (2006) dedicada ha dilucidar el imaginario simbólico (mítico, esotérico y místico) como vía de acceso a verdades "esenciales" o "ideales" de nuestro mestizaje. También le debemos a Tord una imponente novela histórica de vibraciones épicas: Sol de los soles (1998). Por su parte inspirándose en una narración de Tord (que ella leyó como si fuera un artículo historiográfico), Fietta Jarque labró la memorable novela Yo me perdono (1998).


DESDE DENTRO

Terminemos estas consideraciones poniendo de relieve que, así como con Churata, Alegría y Arguedas la cosmovisión andina consiguió ser expresada "desde dentro" en obras de gran valor literario, en el lapso 1980-2006 asistimos a la maduración de la expresión "desde dentro" (asumiendo el componente mítico mágico de la cosmovisión popular, para lo cual ha sido importante el legado de los autores de lo "real maravilloso", en particular el magisterio de Arguedas, Rulfo y García Márquez) de:

-El mundo amazónico: César Calvo, Vargas Llosa, Rumrrill y Panaifo (las obras mencionadas en la consideración 1);

- El ámbito afroperuano: la visión "desde dentro" de lo afroperuano llegó en 1975 con Monólogo desde las tinieblas, de Antonio Gálvez Ronceros, y Tierra de caléndula, de Gregorio Martínez. Proeza consolidada por la edición ampliada (1999) de libro de Gálvez Ronceros y los que hemos mencionado de Martínez en la consideración 1. Los han secundado algunos cuentos de Cronwell Jara y Dante Castro.

- El chamanismo del norte peruano, con su sincretismo entre el pensamiento mítico prehispánico y las creencias cristianas. Ya fue un paso firme ¡Habla, sampedro: llama a los brujos! (1979), de Eduardo González Viaña, pero la óptica "desde dentro" recién ha madurado con las novelas de Dimas Arrieta citadas en la consideración 1;

- La colonia china afincada en el Perú, merced al caso singular de Siu Kam Wen (El tramo final, 1985, y La primera espada del Imperio, 1988). De otro lado Fernando de Trazegnies entretejió experiencias de diversos chinos que padecieron servidumbre en el Perú del siglo XIX, componiendo la novela Tribulaciones de un chino (parte de En el país de las colinas de arena);

- Las "barriadas", "pueblos jóvenes" o "asentamientos humanos". En parte preludiada por Enrique Congrains (años 50), Arguedas (su poema lírico-narrativo a Túpac Amaru y pasajes de El zorro de arriba y el zorro de abajo) y el Ribeyro de "Al pie del acantilado", la visión "desde dentro" maduró con Montacerdos (1981) y Patíbulo para un caballo (1989), de Cronwell Jara.1


1 Otro punto a considerar: el dinamismo de la narrativa para niños y jóvenes. Los autores peruanos más exitosos, con premios internacionales y traducciones a varios idiomas, radican en Madrid: Carlos Villanes Cairo e Isabel Córdova. En el Perú, mencionemos a Rosa Cerna, Hernán Garrido Lecca, Jorge Eslava y Santiago Roncagliolo.


* Publicado en Libros & Artes. Revista de cultura de la Biblioteca Nacional del Perú, Número 16-17. Lima: noviembre de 2006, pp. 6-9. [Agradecimiento a David Abanto]


En la foto: Alonso Cueto, nombre ausente del panorama trazado por González Vigil.