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jueves, noviembre 01, 2007

Muerte de Javier

Por Rodolfo Hinostroza*

Cayó como una bomba. A Javier lo habían matado el 15 de mayo, con una bala dum-dum cuando ingresaba al Perú clandestinamente por el departamento de Madre de Dios, con un grupo de guerrilleros armados, y a Alaín lo habían herido de gravedad y se debatía entre la vida y la muerte en el hospital. Esto lo supimos fragmentariamente. Y se nos dio una explicación oficial, y otra oficiosa.
Gracias a Marco Alcántara y a Pedro Morote, que formaban parte de la expedición, pude más tarde reconstruir los hechos que llevaron a Javier a la muerte prematura. Resulta que la columna guerrillera había entrado a Bolivia con la protección del Partido Comunista, dirigido por un tal Monje, que sin embargo obedecía a una línea soviética que se negaba a todo aventurerismo guerrillero. La columna se había adentrado al Perú por la frontera selvática de Madre de Dios, con pertrechos e impedimenta. Como estaban sin transporte, decidieron, a instancias de Alaín, enviar a un pequeño grupo a su hacienda, en Ica, para traer una camioneta que los transportase hasta el valle de La Convención, en el Cuzco, que se hallaba bastante lejos de donde se encontraban. El grupo lo integraban Javier Heraud, Alaín Elías, Abraham Lama, Manuel "El Mono" Cabrera, y creo que Toque el comunero que más tarde iría a morir con el "Che" Guevara. Traían un par de guías conocedores de la región, con una barcaza. Lo que ellos no sabían es que el PC boliviano los había traicionado, y le había pasado el soplo al ejército peruano, que, en estado de alerta, se hallaba patrullando la zona desde hacía varios días.
Llegaron pues en la barcaza a un pueblito de frontera el 15 de mayo a las 4 de la tarde, muertos de hambre, todos vestidos de la misma manera que parecían uniformados, y se encaminaron al único restaurante del pueblo, para almorzar. Desde luego que llamaron la atención, pero a ellos no les importó, porque no pensaban demorarse y creían que en ese pueblito olvidado de la mano de Dios no pasaba nada. A mitad del almuerzo se apersonaron dos policías y les pidieron papeles. Una discusión se suscitó, y los policías les exigieron que los acompañaran al puesto. Salieron todos en fila india, precedidos por el alférez y seguidos por el sargento, que cerraba la marcha caminando sobre la pista polvorienta. Y en algún momento alguien se dio cuenta que los estaban agarrando mansamente, sin disparar un tiro, y que no era para esto que los habían entrenado en Cuba. Salió a relucir una pistola, y un balazo acabo con la vida del alférez, mientras todos partían en desbandada. Después de su muerte, todos le echaron la culpa a Javier del disparo, que así es el código guerrillero, pero nada es menos seguro que eso, porque Javier nada tenía de violento y no era capaz de matar a un hombre a sangre fría.
Huyeron cada uno por su lado, dispersándose en el pueblo, internándose en la selva bajo el fuego de los soldados que acudían de todas partes. En la confusión, Javier y Alaín corrieron hacia al río, donde habían dejado la barcaza al cuidado del guía, con el propósito de huir, y lograron subirse en ella y adentrarse en el río. Pero un balazo terminó con la vida del barquero, y la barcaza siguió avanzando, sin rumbo. Alaín trato de tomar los mandos, y a él también le dieron, y cayó malherido al fondo del bote. En eso vieron como un deslizador del ejército, cargado de soldados, aparecía raudamente por un recodo del río, y se dirigía hacia ellos. Entonces decidieron rendirse: Javier se sacó la camisa y comenzó a blandirla en señal de rendición, y cuando estaba inerme, con el amplio pecho expuesto, le dieron un balazo en el plexo con una bala dum-dum, que estalló dentro de él, y le abrió en la espalda un enorme boquete de salida. Cayó muerto al instante.
Alain se salvó de puro milagro: cuando llevaron la barcaza a la orilla con los cadáveres de Javier y el barquero, vieron a Alaín herido al fondo y trataron de rematarlo, pero un humanitario capitán lo impidió. Lo tiraron pues en una celda sin atención médica, a ver si se moría de una vez. Pero sobrevivió a sus heridas y fue conducido a un hospital gracias a la presión de los medios de prensa, que hicieron un gran escándalo en Lima.
El destino les había jugado una mala pasada a ambos muchachos, porque de ellos el guerrillero de vocación, el jefe de columna era Alaín, no el poeta Javier, que era un guerrillero de ocasión, pero los papeles se habían invertido, Javier había muerto y Alaín había sobrevivido, cuando en opinión de muchos debió ser lo contrario. Pero "contra el Destino nadie la talla" y Alaín quedó vivo para seguir inútilmente deambulando de revolución en revolución, mientras que el Perú perdía a un poeta excepcional, a los 21 años de su edad.
La prensa hizo un gran escándalo en torno a este suceso, que tuvo ribetes patéticos, pues la familia de Javier no quería creer que el guerrillero abatido en Madre de Dios fuera él, pues habían estado recibiendo las cartas de Javier "desde Checoslovaquia" y lo creían estudiando pacíficamente la carrera de cineasta. Sólo después de su muerte recibieron la última carta de Javier, fechada en Cuba, en noviembre del 62, en que les contaba la verdad. Decía así:

Nov 62. La Habana. Cuba.
Querida madre:
No sé cuándo podrás leer esta carta. Si la lees quiere decir que algo ha sucedido en la Sierra y que ya no podré saludarte y abrazarte como siempre. ¡Si supieras cuánto te amo!, ¡Si supieras que ahora que me dispongo a salir de Cuba para entrar en mi patria y abrir un frente guerrillero pienso más que nunca en ti, en mi padre, en mis hermanos tan queridos!
Voy a la guerra por la alegría, por mi patria, por el amor que te tengo, por todo en fin. No me guardes rencor si algo me pasa. Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tú me criaste honrado y justo, amante de la verdad, de la justicia.
Porque sé que mi patria cambiará, sé que tú también te hallarás dichosa y feliz, en compañía de mi padre amado y de mis hermanos. Y que mi vacío se llenará pronto con la alegría y la esperanza de la patria.
Te besa
Tu hijo
Javier

La muerte de Javier marcó a mi generación al rojo vivo, y convirtió al poeta en un símbolo. Como ya lo dije, yo discrepé desde un principio de la opción de Javier, y no creí ni por un momento que una revolución "a la cubana" fuese a triunfar en el Perú, pero respeté su elección, que fue también la de varios de mis mejores amigos. Su muerte puso punto final a la aventura comenzada con tanto juvenil entusiasmo, pues el ELN se dispersó, muchos de sus combatientes fueron apresados o muertos, y terminaron por refugiarse en Bolivia, bajo protección del presidente Paz Estenssoro por una cuestión de cálculo político.
Era la segunda derrota de las guerrillas filo-cubanas en América Latina, pues la primera había sido la del argentino Jorge Ricardo Mazetti, cuyo "Ejército Guerrillero de los Pobres" también entrenado en Cuba por las mismas épocas, fue totalmente exterminado nada más al llegar a suelo argentino, a causa de un soplo, como no, en un rancho amigo donde se habían refugiado. Eran más de 70 muchachos, y fue un terrible revés para los estrategas cubanos, aunque no aprendieron nada de la derrota y siguieron insistiendo en la misma línea guevarista. Yo estuve en un campamento que antes había sido ocupado por ellos, y leí sus inscripciones en los roperos y en los muros, con mucha fe y muchos apellidos italianos. Nunca imaginé que terminaran así.
El detalle pintoresco es que, para sobrevivir en La Paz, los muchachos refugiados del ELN pusieron una fábrica de espejos, pues uno de ellos era experto en este tema, y los bravos guerrilleros terminaron vendiendo espejitos de puerta en puerta durante los meses que pasaron refugiados en Bolivia, pero les fue muy bien y ganaron buena plata. Muchos regresaron al Perú, y algunos de ellos –Toque, Galván- permanecieron hasta 1967, y se incorporaron a la guerrilla del Che Guevara, para morir con las armas en la mano en Nancahuatzu.
El efecto colateral de la muerte de Javier fue que nos dejaron en paz a nosotros los estudiantes peruanos, y dejaron de asestarnos discursos triunfalistas para enrolarnos en la guerrilla. Ya no nos miraban como traidores a la causa, ya no leían descaradamente nuestra correspondencia, sino solapa nomás, y lo más importante es que ya no éramos peligrosos porque el pastel se había descubierto, y ya podíamos, al menos en teoría, regresar al Perú.

* Fragmento de su libro Sangre de poeta. Apuntes autobiográficos (inédito).
En la foto: la tumba de Javier Heraud en Madre de Dios.