Horror y belleza en la poesía de Carlos López Degregori
José Güich Rodríguez dedica su columna de hoy en Correo a reseñar el poemario de Carlos López Degregori A quien debemos temer (Colección Underwood PUCP, 2007), el cual se divide en tres partes. Tal y como señala Güich: "La primera parte se titula 'La canción de mi nodriza'. Data de 1984 y no apareció en formato de libro. Este segmento reelabora antiguos mitos, sobre todo el del niño de misterioso origen que es dejado en custodia a un guardabosques o pastor". La segunda, prosigue, "consiste en un largo poema en prosa, próximo al cuento [...] Pero es el tercer grupo de poemas, 'Pequeño animal de alivio', el que concentra la atención, por tratarse de inéditos; además, los tres textos son anticipo de un próximo libro. Todos son prueba de que CLD ha desplazado las coordenadas de su ya extensa obra hacia los terrenos de una historia. Esto no supone una apuesta absoluta por la narratividad, sino más bien un aprovechamiento de ella para hilvanar símbolos o imágenes en una secuencia donde la aparente racionalidad con que se 'relatan situaciones' sea cuestionada por la abrupta llegada del horror poetizado". Por su parte, Enrique Sánchez Hernani hace lo propio hoy en El Dominical de El Comercio. "El poeta, hoy por hoy, y se confirma en este pequeño volúmen, debe ser uno de los autores peruanos que mejor maneja la elaboración de imágenes, empeño muy próximo a la poesía de Carlos Germán Belli, por lo desusadas e insólitas, de una rara belleza", señala. Y agrega a su vez que A quien debemos temer atestigua "un arduo ejercicio de escritura, un ejemplar combate por alcanzar las cumbres del idioma". A continuación, incluyo dos poemas de la tercera parte del poemario.
PEQUEÑO ANIMAL DE ALIVIO
Acerco mi oído al pecho para escucharte,
pequeño animal de alivio,
pequeña incoherencia de pelos colmillos corazones.
Hundo mis manos para reconocerte
y la carne se abre como agua.
Es dolorosa y valiente tu piel.
Muerdes.
Chillas en mis dedos
y yo oprimo tu boca con toda la fuerza del mundo.
Tratas de resistir
pero es inútil.
Aguardaré toda la noche si es preciso.
Insistiré hasta arrancarte
con tu rostro de yo mismo,
el cuello corto y grueso, el hocico achatado,
los ojos atravesados de turbulencias.
No sé si te llevaré prendido a mi cuello
como un trofeo feroz
o si te encerraré en mi casa
para que cumplamos juntos el tiempo de los remordimientos.
Tendré que aprender a respirar contigo,
pequeño animal de alivio,
me acostumbraré a dormir en tu lengua mullida,
a golpear
con tus cascos
todas las piedras y estrellas del cielo.
PEQUEÑO ANIMAL DE ALIVIO
Acerco mi oído al pecho para escucharte,
pequeño animal de alivio,
pequeña incoherencia de pelos colmillos corazones.
Hundo mis manos para reconocerte
y la carne se abre como agua.
Es dolorosa y valiente tu piel.
Muerdes.
Chillas en mis dedos
y yo oprimo tu boca con toda la fuerza del mundo.
Tratas de resistir
pero es inútil.
Aguardaré toda la noche si es preciso.
Insistiré hasta arrancarte
con tu rostro de yo mismo,
el cuello corto y grueso, el hocico achatado,
los ojos atravesados de turbulencias.
No sé si te llevaré prendido a mi cuello
como un trofeo feroz
o si te encerraré en mi casa
para que cumplamos juntos el tiempo de los remordimientos.
Tendré que aprender a respirar contigo,
pequeño animal de alivio,
me acostumbraré a dormir en tu lengua mullida,
a golpear
con tus cascos
todas las piedras y estrellas del cielo.
PULSOS
Apoyo la cabeza en la ventanilla
y cuento
para dormirme
los pulsos azules y rojos de las luces.
La noche viaja a 30000 pies, crece con mis párpados.
Entonces aparece.
Tiene las garras marcadas con cicatrices,
el temblor de una extraña vida en los ojos.
Se acerca,
duda un instante,
trata de reconocer mi rostro nebuloso en el cristal,
me señala como si fuéramos dos gemelos
que deben cambiar sus lugares.
Él se quedará viendo pasar mi vida por la ventanilla
en un silencio absoluto.
Me buscará todo el tiempo en las alas,
en el hielo del fuselaje.
Descubrirá que debo desprender trozos de metal para alimentarme,
que el viento y el frío son suposiciones
y que en todo viaje
hay una sinrazón,
una oscuridad
que aguarda en algún punto equivocado del trayecto
para cubrirnos
amorosamente.
Aquí se quedará con la cabeza apoyada en la ventanilla
contando los pulsos azules y rojos de las luces
hasta que los días se acaben.
Se encienden
y se apagan
como los latidos de un gran corazón de metal
volando a 30000 pies
hacia ninguna parte.
En la foto: Carlos López Degregori, en el Primer Congreso Internacional de Poesía Peruana celebrado el 2006 en Madrid.