Fetichismo (y dos mujeres)
El día de ayer, en el suplemento Domingo de La República, Marco Aurelio Denegri publica un artículo en relación al "Fetichismo" (cuya segunda parte continuará el próximo domingo). Según sostiene Denegri, "el fetichismo es la fijación exclusiva y excluyente de una preferencia sexual. Las preferencias que no se fijan exclusivamente ni excluyentemente no son fetichísticas, sensu stricto, sino lato sensu". A modo de ilustración, los editores del suplemento incluyen una fotografía de la modelo Claudia Schiffer (que aquí observan también). Al leer ayer esa página me vino a la mente un interesante trabajo de Victoria Guerrero publicado en el tercer número de la revista de literatura Intermezzo tropical (aparecido el pasado mes de agosto), de la cual es directora. Titulado "El cuerpo muerto y el fetiche en Sendero Luminoso: el caso de Edith Lagos", el texto es un acápite de una investigación más amplia, su tesis doctoral para la Universidad de Boston. Sobre la base de algunos datos de Carlos Iván Degregori, Guerrero empieza su argumentación diciendo lo siguiente: "Edith Lagos es uno de los nombres que ha logrado sobrevivir a esos miles de muertos anónimos consecuencia del conflicto armado que vivió el Perú entre 1980 y 1992. Ella fue parte importante de ese grupo de jóvenes y mujeres que participó en Sendero Luminoso desde sus inicios, y que como ellos encontró en el marxismo-leninismo, y en particular en el `Partido´, aquella `verdad´ que le diera consistencia a ese desfase entre su herencia cultural, es decir, el pensamiento tradicional andino de sus padres y la dolorosa conciencia de su discriminación dentro de una cultura urbano-criolla de la cual también formaba parte". Más adelante, continúa con esta argumentación: "Edith Lagos es una de las figuras que persiste como mito de los inicios de la lucha armada de Sendero en el Perú. La masiva participación de pobladores en su entierro revela la existencia de un vacío y la urgente necesidad de encontrar referentes. Es decir, una nueva forma de narrar de los sujetos excluidos de un proyecto nacional fundado alrededor de una cultura occidental-criolla, minoritaria, y a espaldas de la gran mayoría de los miembros de la nación. Edith Lagos aparece como contraparte de aquellos primeros muertos anónimos del conflicto cuya identificación fue anulada por el Estado, y cuyo cuerpo fue olvidado por una sociedad criolla altamente racista, hasta el punto de negar la injusticia y la violencia que se ejercía sobre la población andina, sobre todo indígena, a quienes se les consideraba –se les considera- ciudadanos de segunda clase y menores de edad". Y prosigue: "En ese sentido me interesa analizar cómo irrumpe lo femenino en contextos altamente autoritarios en los que prevalece el pensamiento masculino abstracto y se define lo femenino como corporeidad negada. [Mi] hipótesis es que el cuerpo de Edith Lagos es convertido en fetiche, en objeto al cual se vuelve para conjurar la muerte, el asesinato para ser más exactos, y lo perturbador de este hecho". Según lo expuesto por Victoria Guerrero, a Marco Aurelio Denegri le faltaría ampliar su concepto de fetichismo, ya que la razón de la fetichización de Edith Lagos no pasa necesariamente por una preferencia sexual, ni siquiera política, sino simplemente de conciencia por los derechos humanos. Algo parecido podría decirse también de María Elena Moyano, sin lugar a dudas. Sin embargo, es necesario apuntar, en relación al trabajo en sí de Guerrero, que se analiza un cadáver al interior del propio Sendero (y no uno víctima de sus acciones) con la intención de desentrañar a dicha organización. Y es que, como sostiene la propia Victoria Guerrero: "Lagos es la muerta con nombre propio, y que por tanto, desafía la situación ambigua en que se mantiene a las víctimas desaparecidas del conflicto. Mientras que desde la organización a la que pertenece se resiste al esquema de la mujer austera que muestra la cúpula senderista y se muestra como sujeto que asume su propia individualidad. Lagos se eleva como muerta individual, como cuerpo capaz de minar la férrea ideología colectivista que el Partido impone y desafiar la racionalidad masculina encarnada en el líder al persistir como mito de los inicios de Sendero en el Perú".