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domingo, febrero 04, 2007

Literatura de la violencia interna

La revista de literatura Casa de citas publicó en su tercer número de julio del 2006 un cuestionario de cuatro preguntas en torno al tema "Literatura de la violencia interna" (introducción y notas de Luz Vargas de la Vega, págs. 50-53). "Desde la literatura, tanto en narrativa como en poesía, el tema de la guerra interna desencadenada en nuestro país en las décadas de los 80 y 90 se viene abordando desde pocos años después del inicio del conflicto hasta el presente", se lee al inicio de la introducción. Los consultados son Rocío Silva Santisteban, Luis Nieto Degregori y Gonzalo Portocarrero. Las preguntas son las siguientes:
1 ¿Considera que la literatura debería asumir una posición frente a las últimas décadas de violencia que afectaron al país?
2 ¿Cree usted que la narrativa que se está produciendo sobre la guerra interna es parte de un compromiso serio o es una exigencia de mercado?
3 ¿Cuál considera que es la diferencia entre la narrativa acerca de la violencia producida en las décadas de los ochenta y noventa, y la actual?
4 ¿La literatura forma parte del discurso de reconciliación planteado por otros sectores como la
Comisión de la Verdad?
Incluyo algunas de las respuestas ofrecidas por las tres personas consultadas (escritores y sociólogo respectivamente). A la primera pregunta, dice Silva Santisteban: "La literatura es un campo, los que deben tomar posición frente a los hechos de violencia interna son los autores, los críticos, los estudiantes y personas que trabajan en el campo de lo literario. Otra cosa es que, de esta posición personal, surjan producciones literarias, poemas, novelas, y por supuesto, análisis de textos, que de alguna manera dejan constancia de la posición ética de cada cual. Por otro lado, no se debe olvidar que muchos escritores, como ciudadanos pero también como productores culturales, se mantuvieron en una posición dolorosamente indiferente durante mucho tiempo; en cambio otros, como Lucho Nieto por ejemplo, entraron a escribir sobre el asunto en caliente. Creo que después de estos años y de las propuestas de la CVR estamos en un buen momento para procesar, incluso, la propia indiferencia". La pregunta indaga respecto a la literatura. Silva Santisteban menciona un caso dentro de la narrativa (Nieto Degregori). ¿Y en la poesía?
A la segunda pregunta, responde Nieto Degregori: "No creo que en el Perú el mercado del libro, por su propia inexistencia, sea un factor que condicione la producción de los escritores. Mucho más gravitante en todo caso resulta la aceptación o el rechazo que pueda tener, de parte de nuestro stablishment literario, el tratamiento de una u otra temática. En los años de la violencia, tengo la impresión, ese stablishment recibía con desagrado o tenía un franco rechazo a la narrativa acerca de la guerra interna y el argumento, poco serio, que más se manejaba era que no existía la suficiente distancia para tratar el tema. Volviendo al punto del mercado, un asunto que sí resultaría interesante examinar es si en España, donde está el mercado más importante del libro en español tanto a nivel editorial como de lectores, el tema de la violencia tiene aceptación, esto a raíz de los importantes premios recibidos por Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo".

El propio Nieto Degregori responde lo siguiente a la tercera pregunta: "Difícil y un tanto aventurado responder a esta pregunta sin hacer un estudio de los cuerpos literarios de los períodos planteados. Tampoco estoy seguro que esa entrada resulte productiva. Más interesante me parece, por ejemplo y dado el carácter multicultural de la sociedad peruana, examinar cómo se aborda el tema de la violencia desde la vertiente criolla de nuestra narrativa y desde la vertiente andina, la visión de país que se propone desde estas vertientes. ¿El proyecto de país que nos ofrece el libro Rosa Cuchillo [de Oscar Colchado Lucio], 'una nación de ayllus campesinos y obreros', podría tener alguna acogida entre personas como el abogado Adrián Ormache de La hora azul [de Alonso Cueto], a pesar de los esfuerzos que este hace para lavar las culpas del padre, oficial de la Marina culpable de asesinatos, desapariciones y torturas de indios ayacuchanos? Mi pregunta apunta a hacer notar que no existe un Perú sino varios, con hondas fracturas que los separan. Estudiar cómo se reflejan estas fracturas en la narrativa de la violencia puede resultar iluminador".
Y, respecto a la cuarta pregunta, responde Portocarrero: "La literatura y el cine pueden llegar a un público más amplio revelando, con mayor empatía y menores resistencias, la entraña de la vida. No obstante, no puede sustituir un discurso como el de la CVR, que es más analítico y que fuerza a pensar". A esta misma pregunta, dice Silva Santisteban: "El primer paso para la reconciliación es asumir que sobre nuestros hombros cae la culpa de haber sido una sociedad temerosa e indiferente; una sociedad que, en un arrebato de desesperación, clamó por un autoritarismo que nos terminó de arruinar en términos éticos. La literatura deber ser el espacio para estar con los ojos atentos y los labios dispuestos a gritar, a clamar, a poner sobre el tapete los temas más incómodos; y mostrar las costras como nadie las quiere ver... la literatura es la manera de conectarnos a través de los afectos y la razón, por lo tanto, apela a zonas verdaderamente reservadas del ser humano. Por eso mismo, la literatura también permite curar las heridas". Mientras que Nieto Degregori sostiene esto de aquí: "Sobre la época de la violencia se ha generado diversos discursos, los más importantes quizás, el producido desde las ciencias sociales por los así llamados senderólogos y el manejado desde el Estado en tiempos de Fujimori, que básicamente vendía la imagen de un jefe de gobierno y unas fuerzas armadas victoriosas sobre el terrorismo y que llegó a ser casi hegemónico. El Informe de la Comisión de la Verdad, tengo la impresión, se inscribe más dentro de la primera vertiente y, gracias al relativo respaldo oficial que ha recibido y a su aceptación por la mayor parte de la intelectualidad nacional, está ayudando a socavar la hegemonía del discurso fujimorista sobre la violencia. La literatura genera también un discurso sobre la violencia, pero que en su momento tuvo poca importancia. Esto al parecer está cambiando en los últimos años por dos razones: porque se está rescatando y discutiendo seriamente recién la narrativa de la violencia de los ochenta y noventa y porque se está produciendo más literatura sobre el tema. A esto se debe estar sumando el hecho de que la literatura tiene la ventaja sobre las ciencias sociales de que trabaja un discurso que apela a la emotividad y no a la racionalidad".
Con relación al tema, en el mismo número de Casa de citas se incluye una extensa entrevista de Francisco Toledo S. al novelista Miguel Gutiérrez (págs. 22-28), dos de cuyas preguntas dicen así: "¿Cómo ve usted la representación de la guerra interna en la literatura peruana? ¿Debemos esperar una gran novela o, más bien, un mosaico con distintos ángulos y visiones que demuestre que, en realidad, la gran novela de esos años se empezó a escribir casi desde el inicio de las acciones terroristas?". A lo que el autor de La violencia del tiempo responde: "Un acontecimiento como la guerra interna del país no es solamente revolucionario sino traumático, por la dureza de la guerra. Pienso que va a dar temas a varias generaciones. Probablemente, escriba una gran novela un chiquillo que todavía no ha nacido. Por ejemplo, se creía que la Guerra civil española ya había terminado de producir y, de repente, Javier Cercas escribe una novela formidable, Soldados de Salamina. Si tú tomas unos diez textos, va a ver los diferentes momentos de la guerra. En primer lugar, están aquellos que escriben, sobre todo, los hechos militares, violentos, con muchos cuchillos, balazos y mucha sangre; a Dante Castro le gusta eso. También, cómo repercute la guerra en la vida cotidiana, en las gentes. Hay un cuento muy bueno de Pilar Dughi, 'El cazador', que desarrolla, digamos, la última etapa de la guerra, cuando Sendero ha sido ya fundamentalmente vencido. Hay una novela, también muy buena, de José de Piérola (Un beso de invierno). Está escrita como una novela de aventuras. En ella, un grupo de amigos se va a hacer camping por Huarochirí. Fuera de Lima hay zonas muy inhóspitas, muy solitarias; aparentemente están muy cerca de Lima, pero son terribles. En el grupo hay dos chicas, me parece, y, al día siguiente, una amanece muerta. Llevan el cadáver al puesto policial que queda muy lejos, se quedan dos en el campamento y, a la hora de tomar el café, encuentran una bala. Se dan cuenta de que hay un francotirador que los tiene como el gato y el ratón, y que no aparece. Este hombre alienado, que es un soldado, odia terriblemente a los terroristas y comete atrocidades. Esa novela es muy cinematográfica, me gustó muchísimo. Esa es una etapa en la que ya terminó la guerra. Eso también es narrativa de la guerra.
Avancemos un poco, hasta Alonso Cueto y La hora azul, y Julián Pérez y su novela Retablo. Las dos tratan, finalmente, de la reconciliación nacional. En eso se parecen, porque son novelas completamente distintas. El protagonista de la novela de Pérez vuelve después de algunos años a Huamanga; va reconstruyendo la historia de la familia y, sobre todo, la de su hermano, que ha muerto en combate con el ejército dentro de las filas de Sendero. El narrador tiene una visión crítica frente a los sucesos. Esa novela también trata sobre la guerra, pero en una etapa posterior. Lo mismo sucede con la novela de Cueto: hay una reconciliación. El personaje principal es un abogado que pertenece a las clases medias altas y que gana nueve mil dólares mensuales. Resulta que el protagonista es hijo de un comandante de la Marina que ha estado en Huanta y que ha sido uno de los grandes torturadores. Está separado de la madre, ya que este tiene un origen más plebeyo y aquella uno más aristocrático. Cuando muere la madre, el hijo encuentra una carta y se da cuenta de que su madre había estado siendo extorsionada por la supuesta tía de una muchacha que había sido violada por los militares en Huanta. La cuestión es que este abogado se dispone a solucionar el misterio. Entonces, investiga si existía esta mujer o no; si es verdad que fue secuestrada y violada por su padre o no. El padre, en su agonía, le dijo que la busque porque, de alguna forma, se enamoró de esta muchacha. Ahí está, pues: el verdugo con la víctima. Muy parecido a Portero de medianoche, esa película con Dirk Bogarde. El abogado llega a encontrar a la chica, una muchacha muy linda que tiene un hijo, y el narrador cree que este niño es su hermano. La cuestión es que la reivindicación se produce cuando el hijo del torturador se enamora de la chica. Finalmente, y felizmente para la novela, la muchacha muere de un infarto cardiaco. Entonces, el protagonista se hace cargo del chico, que es una víctima de la guerra: la reconciliación nacional. Y no solamente eso sino que, además, el niño le agradece. Es como si le dijera: 'gracias, papá'. Vemos cómo las diferentes etapas de la guerra se van reflejando en la literatura. Y todavía hay muchas cosas por decir. Cuando el escritor ya no quiera condenar ni hacer apología, sino contar una historia, de repente, podrá salir una gran novela" (26-27).

En la foto: Luis Nieto Degregori.