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jueves, junio 07, 2007

El pacto con el diablo: Prólogo

Por Miguel Gutiérrez

Los veintisiete textos de este libro resumen más de cuarenta años de mi trayectoria intelectual y literaria. Lo conforman ensayos, estudios y artículos, que, en la mayoría, se hallaban desperdigados en revistas, otros permanecían inéditos o habían sido publicados parcialmente, y los restantes han sido extraídos de algunos de mis libros; en cuanto a estos últimos tengo la esperanza de que reubicados dentro de esta colección adquirirán otras connotaciones. Los escritos seleccionados los he ordenado en tres partes; la primera trata de obras y autores europeos, norteamericanos y latinoamericanos del siglo XX; la segunda, sobre libros y temas peruanos; la última reúne seis textos sobre mi producción intelectual y creativa que acaso puedan tener algún interés para los lectores interesados en mis libros. Desde que empecé a escribir libros sobre literatura lo hice pensando en un público lector no especializado, en profesores de literatura de secundaria y en estudiantes de los últimos años del colegio y primeros, de universidad. Además de ofrecer material seguro y actualizado sobre las obras y autores tratados y de contribuir al debate de las ideas, mi objetivo más anhelado es que los lectores descubran que, en forma conjunta con el maravilloso placer que nos brinda, la lectura de un libro o una novela puede convertirse en una experiencia fundamental en nuestra vida hasta el punto de transformarla.
El tono de combate de mis artículos —muy acentuado en los tiempos de Narración— fue el resultado de mi adhesión al pensamiento marxista. Durante años estudié los textos clásicos del marxismo, en especial las obras de Mariátegui y Mao Tse-Tung; en José Carlos siempre he admirado su escritura dialéctica —ágil y elegante en su expresión— y la perspectiva de clase que utilizaba al analizar una obra; aparte de sus concepciones ideológico-políticas, me interesó de Mao la limpidez y sencillez de su estilo, su conocimiento de la cultura clásica china y la libertad de espíritu que mostraba al citar, si el razonamiento lo requería, poemas y novelas (de Sueño en el pabellón rojo dijo que era uno de los cuatro aportes —los otros eran la brújula, el papel y la imprenta— que la China antigua había legado a la humanidad), y a historiadores y filósofos de las épocas esclavista o feudal, como Lao Tse, Confucio y Mencio. Debo señalar, sin embargo, que este pensamiento no me impidió frecuentar a filósofos que provenían de distintas corrientes de pensamiento, ni leer con deleite obras tildadas de decadentes o reaccionarias por esos burócratas que Vallejo llamaba "doctores del marxismo". La lectura ideológica de un texto literario es absolutamente legítima, a condición de que no se descalifique en el plano estético una obra solo por las opciones políticas del autor. Me parece abominable el antisemitismo y el colaboracionismo con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial , de Celine, pero esto no anula ni degrada el valor artístico de Viaje al fondo de la noche o Muerte a crédito. Después de más de treinta años leí con cierto temor el artículo que escribí sobre Un mundo para Julius para Narración 2, pues recordaba que la perspectiva de clase que allí asumí determinó un lenguaje duro y sarcástico. Pero al releer el texto advertí (con alivio, debo reconocer) que el tono hostil empleado se refería no a la calidad de la novela, cuya jerarquía estética reconocía, sino al mundo representado de las altas clases sociales limeñas que no me inspiraba ninguna simpatía humana (solo me disgustó, por demasiado disonante, una frase de dos líneas y el título del texto, por lo que decidí eliminarlos). Esta discordia que sentía por estas clases —que por supuesto no era personal, sino social e histórica— hizo que me desentendiera del desarrollo posterior de la narrativa de Bryce, pues, como dije alguna vez, "los Julius" (por lo menos para mí) son tolerables solo hasta los diez años. Sin embargo, debo agregar con la mayor convicción que, con Un mundo para Julius, Alfredo Bryce Echenique escribió una de las más bellas novelas de la literatura peruana.
Yo alcancé a ser testigo del impacto que produjo la publicación de La ciudad y los perros en los medios literarios de entonces. A algunos de los narradores de la propia generación de Vargas Llosa el libro les causó tal sacudida que los puso al borde de la desesperación. Recuerdo que un escritor de éxito me confesó una vez "que nos encontrábamos frente a un abismo", pues el libro reducía las innovaciones técnicas que habían hecho los narradores del 50 a intentos incipientes y de alcances muy limitados. Para los que veníamos inmediatamente después, La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral nos suscitó —por lo menos esta es mi percepción— dos sentimientos encontrados; por un lado entendimos que con estas obras la narrativa peruana ingresaba definitivamente a una nueva etapa creativa: el de la modernidad novelística; y por otro (por lo menos en un primer momento) tuvo un efecto intimidante, pues la construcción y el despliegue técnico de esas novelas eran tan deslumbrantes que nos parecían cimas difíciles de alcanzar. Después de su gran viraje ideológico-político, con sus posiciones abiertamente conservadoras y procapitalistas, Vargas Llosa se convirtió en un escritor polémico, provocador, lo cual en sí mismo es legítimo y saludable en la medida que se atrevía a exponer su pensamiento en momentos en que el mundo aún giraba por el camino de las revoluciones. Esto desencadenó dos tipos de reacciones; una, justa y necesaria, de la intelectualidad de izquierda o progresista que criticó con fundamentos teóricos su pensamiento y sus posiciones políticas; y otra a cargo de intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La guerra del fin del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los de la mezquindad y la envidia. En cuanto a mí, creo que Vargas Llosa es un gran novelista y un ensayista notable, irritante muchas veces por las ideas que defiende, pero siempre deleitable por su escritura. Sin embargo, lo que sí me parecen criticables y algunas veces repudiables, moral y políticamente, son ciertas posiciones de política concreta asumidas por Vargas Llosa como, para poner un ejemplo reciente, el apoyo a Bush en su intervención a Irak y a los despiadados bombardeos en Afganistán. Dentro de este contexto de situaciones, ideas y pasiones, a lo largo de muchos años he dedicado varios artículos y ensayos sobre la obra vargasllosiana, de los cuales he escogido dos para el capítulo "Sobre Vargas Llosa" y uno más que forma parte del capítulo "Narrativa de la guerra II : la novela", y corresponde al lector juzgar la pertinencia o no de mis enfoques, pero sobre todo el espíritu con que fueron concebidos y escritos dichos trabajos (a propósito, para comodidad del lector, he puesto algunos títulos a textos que en su fuente original carecían de ellos; es el caso del ensayo que en este libro aparece con el título: "La orgía perpetua de Vargas Llosa"; es el caso de cinco textos más, como el dedicado a la narrativa de Onetti: "Santa María y el condado de Yoknapatawpha").
Visto desde la perspectiva que confieren los años, el autor de los trabajos aquí reunidos es un individuo que, persistiendo en los principios básicos que han orientado su vida —su adhesión a la causa popular y al socialismo, y su distancia frente a los poderes que gobiernan el mundo—, no ha permanecido inmune ante los acontecimientos históricos, sociales y políticos que sacudieron al Perú y al mundo en las décadas finales del siglo pasado y comienzos del siglo XXI. Este proceso, naturalmente, ha influido en mi pensamiento y en mi escritura. Así, he morigerado en algo el tono confrontacional de mis exposiciones, he cuidado en matizar más mis planteamientos, he conferido más peso a la línea del placer que toda obra válida suscita, he acentuado cierto espíritu heterodoxo que siempre estuvo en mí y he añadido una razonable dosis de escepticismo a todas mis certezas sociales humanas.

abril de 2007