Pablo Guevara, poeta y cineasta
Por Rodolfo Hinostroza*
Lo conocí en San Marcos, en 1964, cuando yo andaba pateando latas a mi regreso de Cuba, y él era funcionario del plan de Cooperación Popular que había puesto en marcha el primer gobierno de Belaúnde. Yo acababa de publicar mi poema "Del infante difunto" en una revista mimeografiada, Piélago, que sacaba el poeta Hildebrando Pérez, y a mis 22 años era un total desconocido.
I
Eso no le impidió a Pablo apreciar el poema, y como consecuencia invitarme a formar parte del grupo de jóvenes escritores que partían con los estudiantes a las provincias "para tomar contacto con la realidad nacional", pues éste era su propio proyecto docente para involucrarnos a los nacientes poetas del '60 en los planes del gobierno. Y ésta iba a ser una de sus características que conservaría toda la vida, el estar muy cerca de los jóvenes, porque así como nos auspició desde un principio, fue el primero en descubrir a los poetas de Hora Zero, y luego a los de los 90, y así hasta llegar a las últimas promociones, porque tenía una curiosidad infinita, y una generosidad de la que ni él mismo se daba cuenta.
Ahora que lo pienso bien, es bastante excesivo decir que lo conocí, porque apenas lo vi una vez en la universidad, todavía sorprendido de que me hubiese invitado con una docena de jóvenes escritores, y otros tantos ya maduros. Pablo era un hombre pequeño, ágil, nervioso, con bigotes poblados, ojos un tanto saltones, que hablaba atropelladamente. Nos explicó que ésta era una oportunidad única para conocer nuestro país, pues si ibamos a escribir sobre él mejor era conocerlo, sin ningún compromiso de nuestra parte desde luego, porque éste era un plan a largo plazo para formar conciencia nacional, y sus frutos se verían tal vez mucho más tarde, cuando ya fuéramos escritores cuajados. Terminada la nerviosa arenga, unos funcionarios pasaron a explicarnos que íbamos a acompañar a los jovenes estudiantes al programa "El Pueblo lo hizo" que consistía en ayudar a las comunidades a realizar obras de infraestructura, "necesidades sentidas" como las llamaban los sociólogos, pero nosotros no estábamos sujetos a la disciplina del trabajo, y éramos libres para viajar por la región que hubiéramos elegido, porque el plan iba a funcionar en todo el Perú, costa sierra y selva. "¿Dónde es que quieren ir?", nos preguntaron, y yo repuse de inmediato "¡Al Cuzco!", ciudad mítica que yo no conocía, y a este destino tambien adhirieron el poeta Carlos Henderson, y el joven crítico de la universidad católica Mario Sotomayor. El resto de los muchachos eligió otros destinos, y por ahi apareció José Miguel Oviedo, a la sazón feroz y virulento crítico de El Comercio, que se preparaba tambien para el famoso viaje, pero lo hacía como el Niño Goyito a juzgar por las ineptas preguntas que hacía a los organizadores.
Al poco tiempo partimos, yo a Tinta, en la provincia de Canchis, desde donde quería seguir la ruta de Túpac Amaru: Tungasuca-Sangarará-Surimana-Lampa, y no fue sino dos meses después que volví a ver a Pablo, en el café Roma del centro del Cuzco, porque él estaba filmando el histórico evento con una vieja Bolex Reflex, a cuerda, en colaboración con otro pata de su edad más o menos, que resultó ser Lucho Garrido Lecca, quien había estudiado cine en la Alemania Oriental comunista con el maestro Joris Ivens, y por esta razón y sus simpatías abiertamente rojimias el ingenio criollo lo habia bautizado como "Garridoff". Yo no conocía estos talentos laterales del poeta Guevara, pero me fui enterando de que era un entusiasta del cine, creo que autodidacta como casi todos los de aquella época, colaborador de la insistente revista Hablemos de Cine, con Juan Bullita y Federico de Cárdenas. Alli descubrí que Pablo y Lucho formaban una dupla simpatiquísima, me senté con ellos a su variopinta mesa donde había cooperantes suecos y franceses, y a su vez ellos descubrieron que yo conocía un poco de técnica cinematográfica, pues habia seguido un curso de 6 meses de Producción y Dirección de Cine y TV en La Habana, dictado por Humberto Bravo, que era una eminencia de la CMQ cubana. Hablábamos pues el mismo idioma, y no tardaron en contratarme para conformar el equipo de cine que estaban implementando por cuenta del Ministerio de Fomento, Direccion de Caminos, dirigida a la sazón por el ingeniero Alberto La Rosa, tipo muy abierto a la cultura como lo fueron algunos funcionarios belaundistas. Iban a traer una cámara Arriflex 16, muy profesional, de Alemania, una Nagra para el sonido, booms, dollys, tablas de montaje: el ya no ya de la modernidad fílmica, mismo Cineccita...
Como nos caímos tan bien que ya casi formaba parte de su equipo, me invitaron a viajar con ellos a Machu Picchu en la Land Rover del Ministerio, para filmar, naturalmente. Venían acompañados del jóven fotógrafo Jesús Ruiz Durand, cargado de camaras japonesas de último modelo, irónico, silencioso, seco, casi oriental. La gran ventaja de la época, como vine a darme cuenta décadas más tarde, es que por entonces casi no había turistas en Machu Picchu, y en vista de que llegamos tarde, el guardian nos permitió dormir alli mismo, en una de esas cabanas techadas de la entrada, supongo que porque veníamos enviados por el Ministerio. A la mañana siguiente, cuando se levantó el telon de niebla que la oculta, la ciudadela se nos mostró en todo su impresionante esplendor. Pablo y Lucho la filmaron mientras la recorríamos asombrados. No había un alma y a mediodía merendamos unos sandwichs pensativos. Por la tarde comenzó a llover, pero Ruiz Durand y yo queríamos subir a Huayna Picchu, y trepamos por un sendero de cabras bajo el inclemente aguacero, aferrándonos a unos alambres pelados que fungían de pasarelas, tropezando en las piedras, resbalando en el lodo, pero al fin llegamos y nos ganamos una vista fabulosa de las ruinas. Ya había escampado y Jesús sacó decenas y centenares de fotos en blanco y negro y a color que después se irian a vagar por el mundo. Descendimos.
II
De regreso a Lima, y cuando yo ya no creia en esa legendaria Arriflex que demoró meses en llegar de Alemania, por fin llegó el equipo fílmico, y pudimos constituír el grupo de cine del Ministerio de Fomento, (Direccion de Caminos) que eramos Pablo, Lucho, yo, y Hernando Nuñez , un jóven poeta de la Católica aficionado al cine hijo del famoso critico Estuardo Nunez, que murió trágicamente algunos años más tarde, y uno que otro ocasional técnico que entraba y que salía. Pablo y Lucho se turnaban con la Arriflex y la Nagra, yo me ocupaba básicamente del guión y del montaje de las películas que fuimos pergueñando a lo largo de los 3 o 4 años que duró nuestro grupo en el primer gobierno belaundista, y Hernando, que no sabía gran cosa de la técnica del cine, la iba aprendiendo a pasos acelerados. Pablo tenía un trato llano con todo el mundo, y era muy poco afecto a ceremonias, de modo que facilmente sintonizó con nosotros los mas jóvenes, hablaba nuestro lenguaje, seguramente porque tenía hijos pequeños, y su carácter ligero –era un mercuriano Géminis- lo predisponía a ello.
Pablo siempre fue el intelectual del asunto, el poeta, el soñador que adoraba esas cintas eminentemente poéticas como El Atalante de Jean Vigo, o Les Enfants du Paradis, de Jean Renoir, y admiraba sobre todas las cosas el neorrealismo italiano con el Rossellini de Paisa, Roma, ciudad abierta, Stromboli, al De Sica de Ladrones de bicicletas, Umberto D., y pensaba que en el subdesarrollado Perú podíamos, con talento, hacer cosas semejantes. No era necesario manejar grandes presupuestos, ni hacer films que abarcasen costa-sierra-selva, como los de Robles Godoy, pues el neorrealismo se basaba en escenarios naturales, luz de día, actores no profesionales, improvisación inteligente, pero eso sí con un sólido guión muy bien estructurado, una buena historia que contar, en suma. Aprendí mucho de él, pese a que había pasado muchísimas horas en la Cinemateca de Cuba, con los clásicos del cine ruso y americano, principalmente, pero era escaso mi conocimiento del cine europeo occidental al que Pablo me iniciaba. Podía hablar durante horas de cine, y te contaba las escenas casi cuadro por cuadro, como para que ya no tuvieras necesidad de verla. Con Lucho había hecho un film documental en 16 mm Pueblos olvidados que era todo un hito en la historia del cine peruano, y ahora estaba abocado a documentar el Perú cinematográficamente con la poderosa Arriflex. De poesía casi nunca hablábamos: me había regalado su libro Los Habitantes, salido de la imprenta de Javier Sologuren, y yo le había retribuído con mi Consejero del Lobo que recién pude publicar el '65 gracias al jugoso sueldo que me pagaba el Ministerio por unas películas que nadie veía, y lo peor, que eran sistematicamente prohibidas apenas las habáamos terminado de exhibir ante ministros y viceministros del régimen belaundista.
En efecto, por aquello que se llama "las contradicciones del régimen", cada vez que exhibíamos nuestras nuevas películas sobre la realidad nacional ante el oficialismo, los ministros la aplaudian y nos felicitaban por aquél "documento social" por aquél "trozo de vida", por aquella "denuncia social" que revelaba nuestra triste realidad, pero al día siguiente prohibían su exhibición pública, porque tambien podía ser un medio de propaganda extremista en aquellos tiempos en que las guerrillas del ELN y del MIR asediaban la sierra peruana. Pero lo curioso es que no nos botaban de la chamba, ni tampoco desactivaban nuestro equipo de cine, sino que nos daban un nuevo presupuesto para volver a empezar con nuestras cintas, que ellos sabian pertinentemente de "denuncia social". Así nos pasamos 3 años, haciendo películas sin pena ni gloria, hasta que con nuestro documental Doce caminos, que relataba la vida y obras de los obreros viales, ganamos un concurso de cine inter-estatal en Estocolmo, porque a alguien se le ocurrio presentar nuestra película, y, como en el poema de Blanca Varela, no pasó absolutamente nada... Pero viajamos por todo el sur del Perú y hasta por la Amazonía con nuestra maldita Arriflex que pesaba una tonelada y había que cambiarle de tambor cada media hora.
III
Entretanto descubrí que Pablo tenia también otras aficiones, pues era un entusiasta coleccionista de la revista Planeta, de los franceses Powels y Bergier, que estaba en toda moda por entonces, y nos pasábamos horas hablando de Fulcanelli, Canselet y otros alquimistas célebres, descubriendo una realidad paralela que nos fascinaba, con su punta de erotismo más, que era un soplo de aire fresco en esa Lima hipócrita y pacata de los años '60, donde cualquier cosa podía ser considerada transgresiva. Nos visitábamos: Pablo por entonces vivía como lo hizo hasta el fin de sus días, con su esposa, la bella y suave danesa Hanne, el amor de su vida, que tenía la cocina limpia como un laboratorio y la casa entera como un anís, cosa que ni de lejos podíamos emular Nadine, mi pareja de entonces, y menos yo, que practicaba un desorden temerario, siempre al filo del caos. Pero lo mas frecuente era que nos reuniéramos en casa de Lucho Garrido-Lecca, jirón República de Portugal, Breña, quien era muy sociable y le encantaba recibir gente. Gente mas bien de izquierda, como todos nosotros, algunos mismo militantes de Vanguardia Revolucionaria, como Ricardo Letts, Alvaro Llona, y creo que hasta Edmundo Murrugarra, que andaban preparando su insurrección armada.
A propósito de insurrección, me pasó una cosa muy graciosa con Ricardo Letts: una mañana de domingo, a eso de las 9, cuando yo estaba desayunando en la terraza del "Haiti" de Miraflores, leyendo mi periódico, me pareció ver a álguien muy parecido a Ricardo Letts, con un sombrerito de lona, lentes oscuros, alpargatas y una actitud muy sospechosa, pasar delante de mí, dirigiéndose hacia el parque Kennedy. Se escondió detrás de un árbol, y esperó a que pasara un hombre en actitud tan sospechosa como la de él, para luego seguirlo por un pasaje lateral donde los dos desaparecieron, pero al cabo de un momento Ricardo volvió a aparecer por el cine "El Pacífico" y pasó otra vez delante de mi, rasante, como si yo no existiera. Entonces le pasé la voz: "Eh, Ricardo, que estás haciendo! Pareces disfrazado, ven, acompañame!" le dije invitándolo a sentarse, y él reaccionó sobresaltado. "Me has reconocido!", exclamó abrumado. "Qué, tan facil es?". "Pues se te reconoce a la legua con ese sombrerito de playa y esos lentes de PIP!", repuse. "Qué te pasa, estás escabulléndote de álguien?". "No, es que los domingos hacemos ejercicios", me contestó sentándose a mi mesa, y me explicó que los militantes de VR se entrenaban para la inevitable persecucion policiaca que se desataría una vez que empezara la insurrección armada, y por eso se perseguían uno a otro por las calles de Lima, disfrazados de espías, como un juego de niños… Con razón que la revolución nunca se hizo…
Yo me fui a Europa en Abril del 68, y ya no asistí al golpe militar de Velasco contra Belaúnde, y el subsiguiente desmantelamiento de nuestro equipo de cine, que dependía del Estado belaundista. Ahí murió el proyecto pergueñado por Pablo y Lucho, aunque Pablo siguió haciendo cine por otros medios, y nunca abandonó esa afición. Debe haber muchos de miles de metros de películas rodadas por él en los archivos fílmicos, provenientes de películas que nunca se exhibieron, ni tampoco se concretaron por falta de fondos, por desesperanza, por desidia, por Dios sabe qué. Pablo continuo, enseñando cine, desarrollando proyectos inviables, soñando con un verdadero cine nacional. Felizmente que nunca abandono la poesía, y en ella sí tuvo grandes logros que fueron ampliamente reconocidos. A su estupendo libro Hotel del Cuzco que comenzó a escribir durante nuestros viajes al sur, se sumó luego La Colision con sus 5 tomos, Premio Copé de Poesía 1999, y una colosal Opera maritima, pues a sus 75 anos de edad tenia los arrestos del mas joven poeta del Peru. La muerte lo sorprendió mientras escribia Hospital, casi agónico, en el nosocomio Almenara.
La última vez que lo vi fue en la FIL de Guadalajara del año 2005, en que el Perú era invitado especial y traía una gran delegación. Era la primera vez que Pablo estaba en México, y con justa razón queria conocer el Museo Antropologico de la capítal azteca, que es uno de los mejores del mundo, y andaba solicitando que le posterguen su pasaje de regreso para quedarse al menos un día más en México, pero la implacable burocracia le puso todo tipo de trabas, y el poeta no pudo visitar ese museo que él hubiera adorado. En otra vida será pues, en otro mundo…
* Publicado en Libros & Artes Nº 18 y 19. Lima: abril 2007, pp. 5-6.
En la foto: Pablo Guevara.
Lo conocí en San Marcos, en 1964, cuando yo andaba pateando latas a mi regreso de Cuba, y él era funcionario del plan de Cooperación Popular que había puesto en marcha el primer gobierno de Belaúnde. Yo acababa de publicar mi poema "Del infante difunto" en una revista mimeografiada, Piélago, que sacaba el poeta Hildebrando Pérez, y a mis 22 años era un total desconocido.
I
Eso no le impidió a Pablo apreciar el poema, y como consecuencia invitarme a formar parte del grupo de jóvenes escritores que partían con los estudiantes a las provincias "para tomar contacto con la realidad nacional", pues éste era su propio proyecto docente para involucrarnos a los nacientes poetas del '60 en los planes del gobierno. Y ésta iba a ser una de sus características que conservaría toda la vida, el estar muy cerca de los jóvenes, porque así como nos auspició desde un principio, fue el primero en descubrir a los poetas de Hora Zero, y luego a los de los 90, y así hasta llegar a las últimas promociones, porque tenía una curiosidad infinita, y una generosidad de la que ni él mismo se daba cuenta.
Ahora que lo pienso bien, es bastante excesivo decir que lo conocí, porque apenas lo vi una vez en la universidad, todavía sorprendido de que me hubiese invitado con una docena de jóvenes escritores, y otros tantos ya maduros. Pablo era un hombre pequeño, ágil, nervioso, con bigotes poblados, ojos un tanto saltones, que hablaba atropelladamente. Nos explicó que ésta era una oportunidad única para conocer nuestro país, pues si ibamos a escribir sobre él mejor era conocerlo, sin ningún compromiso de nuestra parte desde luego, porque éste era un plan a largo plazo para formar conciencia nacional, y sus frutos se verían tal vez mucho más tarde, cuando ya fuéramos escritores cuajados. Terminada la nerviosa arenga, unos funcionarios pasaron a explicarnos que íbamos a acompañar a los jovenes estudiantes al programa "El Pueblo lo hizo" que consistía en ayudar a las comunidades a realizar obras de infraestructura, "necesidades sentidas" como las llamaban los sociólogos, pero nosotros no estábamos sujetos a la disciplina del trabajo, y éramos libres para viajar por la región que hubiéramos elegido, porque el plan iba a funcionar en todo el Perú, costa sierra y selva. "¿Dónde es que quieren ir?", nos preguntaron, y yo repuse de inmediato "¡Al Cuzco!", ciudad mítica que yo no conocía, y a este destino tambien adhirieron el poeta Carlos Henderson, y el joven crítico de la universidad católica Mario Sotomayor. El resto de los muchachos eligió otros destinos, y por ahi apareció José Miguel Oviedo, a la sazón feroz y virulento crítico de El Comercio, que se preparaba tambien para el famoso viaje, pero lo hacía como el Niño Goyito a juzgar por las ineptas preguntas que hacía a los organizadores.
Al poco tiempo partimos, yo a Tinta, en la provincia de Canchis, desde donde quería seguir la ruta de Túpac Amaru: Tungasuca-Sangarará-Surimana-Lampa, y no fue sino dos meses después que volví a ver a Pablo, en el café Roma del centro del Cuzco, porque él estaba filmando el histórico evento con una vieja Bolex Reflex, a cuerda, en colaboración con otro pata de su edad más o menos, que resultó ser Lucho Garrido Lecca, quien había estudiado cine en la Alemania Oriental comunista con el maestro Joris Ivens, y por esta razón y sus simpatías abiertamente rojimias el ingenio criollo lo habia bautizado como "Garridoff". Yo no conocía estos talentos laterales del poeta Guevara, pero me fui enterando de que era un entusiasta del cine, creo que autodidacta como casi todos los de aquella época, colaborador de la insistente revista Hablemos de Cine, con Juan Bullita y Federico de Cárdenas. Alli descubrí que Pablo y Lucho formaban una dupla simpatiquísima, me senté con ellos a su variopinta mesa donde había cooperantes suecos y franceses, y a su vez ellos descubrieron que yo conocía un poco de técnica cinematográfica, pues habia seguido un curso de 6 meses de Producción y Dirección de Cine y TV en La Habana, dictado por Humberto Bravo, que era una eminencia de la CMQ cubana. Hablábamos pues el mismo idioma, y no tardaron en contratarme para conformar el equipo de cine que estaban implementando por cuenta del Ministerio de Fomento, Direccion de Caminos, dirigida a la sazón por el ingeniero Alberto La Rosa, tipo muy abierto a la cultura como lo fueron algunos funcionarios belaundistas. Iban a traer una cámara Arriflex 16, muy profesional, de Alemania, una Nagra para el sonido, booms, dollys, tablas de montaje: el ya no ya de la modernidad fílmica, mismo Cineccita...
Como nos caímos tan bien que ya casi formaba parte de su equipo, me invitaron a viajar con ellos a Machu Picchu en la Land Rover del Ministerio, para filmar, naturalmente. Venían acompañados del jóven fotógrafo Jesús Ruiz Durand, cargado de camaras japonesas de último modelo, irónico, silencioso, seco, casi oriental. La gran ventaja de la época, como vine a darme cuenta décadas más tarde, es que por entonces casi no había turistas en Machu Picchu, y en vista de que llegamos tarde, el guardian nos permitió dormir alli mismo, en una de esas cabanas techadas de la entrada, supongo que porque veníamos enviados por el Ministerio. A la mañana siguiente, cuando se levantó el telon de niebla que la oculta, la ciudadela se nos mostró en todo su impresionante esplendor. Pablo y Lucho la filmaron mientras la recorríamos asombrados. No había un alma y a mediodía merendamos unos sandwichs pensativos. Por la tarde comenzó a llover, pero Ruiz Durand y yo queríamos subir a Huayna Picchu, y trepamos por un sendero de cabras bajo el inclemente aguacero, aferrándonos a unos alambres pelados que fungían de pasarelas, tropezando en las piedras, resbalando en el lodo, pero al fin llegamos y nos ganamos una vista fabulosa de las ruinas. Ya había escampado y Jesús sacó decenas y centenares de fotos en blanco y negro y a color que después se irian a vagar por el mundo. Descendimos.
II
De regreso a Lima, y cuando yo ya no creia en esa legendaria Arriflex que demoró meses en llegar de Alemania, por fin llegó el equipo fílmico, y pudimos constituír el grupo de cine del Ministerio de Fomento, (Direccion de Caminos) que eramos Pablo, Lucho, yo, y Hernando Nuñez , un jóven poeta de la Católica aficionado al cine hijo del famoso critico Estuardo Nunez, que murió trágicamente algunos años más tarde, y uno que otro ocasional técnico que entraba y que salía. Pablo y Lucho se turnaban con la Arriflex y la Nagra, yo me ocupaba básicamente del guión y del montaje de las películas que fuimos pergueñando a lo largo de los 3 o 4 años que duró nuestro grupo en el primer gobierno belaundista, y Hernando, que no sabía gran cosa de la técnica del cine, la iba aprendiendo a pasos acelerados. Pablo tenía un trato llano con todo el mundo, y era muy poco afecto a ceremonias, de modo que facilmente sintonizó con nosotros los mas jóvenes, hablaba nuestro lenguaje, seguramente porque tenía hijos pequeños, y su carácter ligero –era un mercuriano Géminis- lo predisponía a ello.
Pablo siempre fue el intelectual del asunto, el poeta, el soñador que adoraba esas cintas eminentemente poéticas como El Atalante de Jean Vigo, o Les Enfants du Paradis, de Jean Renoir, y admiraba sobre todas las cosas el neorrealismo italiano con el Rossellini de Paisa, Roma, ciudad abierta, Stromboli, al De Sica de Ladrones de bicicletas, Umberto D., y pensaba que en el subdesarrollado Perú podíamos, con talento, hacer cosas semejantes. No era necesario manejar grandes presupuestos, ni hacer films que abarcasen costa-sierra-selva, como los de Robles Godoy, pues el neorrealismo se basaba en escenarios naturales, luz de día, actores no profesionales, improvisación inteligente, pero eso sí con un sólido guión muy bien estructurado, una buena historia que contar, en suma. Aprendí mucho de él, pese a que había pasado muchísimas horas en la Cinemateca de Cuba, con los clásicos del cine ruso y americano, principalmente, pero era escaso mi conocimiento del cine europeo occidental al que Pablo me iniciaba. Podía hablar durante horas de cine, y te contaba las escenas casi cuadro por cuadro, como para que ya no tuvieras necesidad de verla. Con Lucho había hecho un film documental en 16 mm Pueblos olvidados que era todo un hito en la historia del cine peruano, y ahora estaba abocado a documentar el Perú cinematográficamente con la poderosa Arriflex. De poesía casi nunca hablábamos: me había regalado su libro Los Habitantes, salido de la imprenta de Javier Sologuren, y yo le había retribuído con mi Consejero del Lobo que recién pude publicar el '65 gracias al jugoso sueldo que me pagaba el Ministerio por unas películas que nadie veía, y lo peor, que eran sistematicamente prohibidas apenas las habáamos terminado de exhibir ante ministros y viceministros del régimen belaundista.
En efecto, por aquello que se llama "las contradicciones del régimen", cada vez que exhibíamos nuestras nuevas películas sobre la realidad nacional ante el oficialismo, los ministros la aplaudian y nos felicitaban por aquél "documento social" por aquél "trozo de vida", por aquella "denuncia social" que revelaba nuestra triste realidad, pero al día siguiente prohibían su exhibición pública, porque tambien podía ser un medio de propaganda extremista en aquellos tiempos en que las guerrillas del ELN y del MIR asediaban la sierra peruana. Pero lo curioso es que no nos botaban de la chamba, ni tampoco desactivaban nuestro equipo de cine, sino que nos daban un nuevo presupuesto para volver a empezar con nuestras cintas, que ellos sabian pertinentemente de "denuncia social". Así nos pasamos 3 años, haciendo películas sin pena ni gloria, hasta que con nuestro documental Doce caminos, que relataba la vida y obras de los obreros viales, ganamos un concurso de cine inter-estatal en Estocolmo, porque a alguien se le ocurrio presentar nuestra película, y, como en el poema de Blanca Varela, no pasó absolutamente nada... Pero viajamos por todo el sur del Perú y hasta por la Amazonía con nuestra maldita Arriflex que pesaba una tonelada y había que cambiarle de tambor cada media hora.
III
Entretanto descubrí que Pablo tenia también otras aficiones, pues era un entusiasta coleccionista de la revista Planeta, de los franceses Powels y Bergier, que estaba en toda moda por entonces, y nos pasábamos horas hablando de Fulcanelli, Canselet y otros alquimistas célebres, descubriendo una realidad paralela que nos fascinaba, con su punta de erotismo más, que era un soplo de aire fresco en esa Lima hipócrita y pacata de los años '60, donde cualquier cosa podía ser considerada transgresiva. Nos visitábamos: Pablo por entonces vivía como lo hizo hasta el fin de sus días, con su esposa, la bella y suave danesa Hanne, el amor de su vida, que tenía la cocina limpia como un laboratorio y la casa entera como un anís, cosa que ni de lejos podíamos emular Nadine, mi pareja de entonces, y menos yo, que practicaba un desorden temerario, siempre al filo del caos. Pero lo mas frecuente era que nos reuniéramos en casa de Lucho Garrido-Lecca, jirón República de Portugal, Breña, quien era muy sociable y le encantaba recibir gente. Gente mas bien de izquierda, como todos nosotros, algunos mismo militantes de Vanguardia Revolucionaria, como Ricardo Letts, Alvaro Llona, y creo que hasta Edmundo Murrugarra, que andaban preparando su insurrección armada.
A propósito de insurrección, me pasó una cosa muy graciosa con Ricardo Letts: una mañana de domingo, a eso de las 9, cuando yo estaba desayunando en la terraza del "Haiti" de Miraflores, leyendo mi periódico, me pareció ver a álguien muy parecido a Ricardo Letts, con un sombrerito de lona, lentes oscuros, alpargatas y una actitud muy sospechosa, pasar delante de mí, dirigiéndose hacia el parque Kennedy. Se escondió detrás de un árbol, y esperó a que pasara un hombre en actitud tan sospechosa como la de él, para luego seguirlo por un pasaje lateral donde los dos desaparecieron, pero al cabo de un momento Ricardo volvió a aparecer por el cine "El Pacífico" y pasó otra vez delante de mi, rasante, como si yo no existiera. Entonces le pasé la voz: "Eh, Ricardo, que estás haciendo! Pareces disfrazado, ven, acompañame!" le dije invitándolo a sentarse, y él reaccionó sobresaltado. "Me has reconocido!", exclamó abrumado. "Qué, tan facil es?". "Pues se te reconoce a la legua con ese sombrerito de playa y esos lentes de PIP!", repuse. "Qué te pasa, estás escabulléndote de álguien?". "No, es que los domingos hacemos ejercicios", me contestó sentándose a mi mesa, y me explicó que los militantes de VR se entrenaban para la inevitable persecucion policiaca que se desataría una vez que empezara la insurrección armada, y por eso se perseguían uno a otro por las calles de Lima, disfrazados de espías, como un juego de niños… Con razón que la revolución nunca se hizo…
Yo me fui a Europa en Abril del 68, y ya no asistí al golpe militar de Velasco contra Belaúnde, y el subsiguiente desmantelamiento de nuestro equipo de cine, que dependía del Estado belaundista. Ahí murió el proyecto pergueñado por Pablo y Lucho, aunque Pablo siguió haciendo cine por otros medios, y nunca abandonó esa afición. Debe haber muchos de miles de metros de películas rodadas por él en los archivos fílmicos, provenientes de películas que nunca se exhibieron, ni tampoco se concretaron por falta de fondos, por desesperanza, por desidia, por Dios sabe qué. Pablo continuo, enseñando cine, desarrollando proyectos inviables, soñando con un verdadero cine nacional. Felizmente que nunca abandono la poesía, y en ella sí tuvo grandes logros que fueron ampliamente reconocidos. A su estupendo libro Hotel del Cuzco que comenzó a escribir durante nuestros viajes al sur, se sumó luego La Colision con sus 5 tomos, Premio Copé de Poesía 1999, y una colosal Opera maritima, pues a sus 75 anos de edad tenia los arrestos del mas joven poeta del Peru. La muerte lo sorprendió mientras escribia Hospital, casi agónico, en el nosocomio Almenara.
La última vez que lo vi fue en la FIL de Guadalajara del año 2005, en que el Perú era invitado especial y traía una gran delegación. Era la primera vez que Pablo estaba en México, y con justa razón queria conocer el Museo Antropologico de la capítal azteca, que es uno de los mejores del mundo, y andaba solicitando que le posterguen su pasaje de regreso para quedarse al menos un día más en México, pero la implacable burocracia le puso todo tipo de trabas, y el poeta no pudo visitar ese museo que él hubiera adorado. En otra vida será pues, en otro mundo…
* Publicado en Libros & Artes Nº 18 y 19. Lima: abril 2007, pp. 5-6.
En la foto: Pablo Guevara.