zonadenoticias

domingo, setiembre 09, 2007

Al vuelo

El diario Perú 21 da cuenta hoy de declaraciones ofrecidas por Mario Vargas Llosa en el Festival de Literatura de Berlín.
El suplemento cultural Babelia del diario El País publica un artículo de Winston Manrique Sabogal sobre el Bogotá 39, el cual "reunió a algunos de los más destacados narradores latinoamericanos menores de 39 años. Y confirmó la nueva raza de sus autores: hijos del mestizaje cultural y cosmopolitas de herencia y vocación global. Forman un panorama de voces polifónicas y sin complejos donde conviven el cuento y la novela con aires renovadores".
En El Dominical de El Comercio Rossella Di Paolo publica una reseña sobre Crisis respiratoria de Susana Noltenius, libro que "pone el dedo en la llaga sobre la íntima soledad y vacío de las relaciones humanas, pero en especial, sobre esas vidas sofisticadamente bobas de las capas medias altas y altas de nuestra sociedad. Como Bryce Echenique, Susanne Noltenius empieza a mostrarse en estos limpios relatos como una observadora incisiva e inteligente de un mundo que muchas veces hace de la indiferencia, el hedonismo compulsivo y la helada cortesía sus banderas más visibles".
Ayer, en la página de opinión de El Comercio Francisco Miró Quesada Cantuarias escribió sobre la novela El susurro de la mujer ballena de Alonso Cueto. "Quizá [el hecho de no utilizar adjetivos] sea la clave de su éxito. Nunca he leído una novela de este tipo. Quizá haya otras, pero aunque soy adicto a la lectura de novelas, nunca he encontrado una igual", afirma. Otra reseña a esta novela es la que publica hoy en la sección cultural de Correo José Güich Rodríguez. En ella "todo está en su sitio: una historia de interés, un estilo que apuesta por el tono directo y dinámico, así como un atractivo 'enigma'. Nada de conceptos muy densos que sobrecarguen el paisaje: la historia de Verónica Ross, bella limeña, destacada editora periodística, y de Rebeca del Pozo, mujer de negocios y de una obesidad descomunal, gira en torno de un amor-odio que se remonta a fines de la década de 1970 e inicios de 1980. Tal obsesión por lo aséptico, en términos editoriales, es lo que atenta contra la novela. El conflicto entre Verónica y Rebeca no trasciende la anécdota del resentimiento entre condiscípulas, principalmente porque el autor orienta esta fuerte polaridad hacia los terrenos del melodrama. Esto, en principio, no es cuestionable como recurso, pero en El susurro de la mujer ballena, la irrupción de esas marcas es excesiva, por instantes estereotipada, y le resta contundencia al terrible trauma sicológico que Rebeca afronta durante toda su vida, producto de las crueles burlas de sus compañeros. Asimismo, la preocupación por una oralidad característica del sector A ha propiciado ciertos tics, como la reiterativa expresión 'oye' en la mayoría de los diálogos. A esos desbalances de estilo, habría que sumar alguna impostación cuando los personajes intentan ser más reflexivos; por ejemplo, el discurso final de Rebeca resulta demasiado retórico para alguien que ha sufrido lo indecible, y que ciertamente no guarda equilibrio con las conversaciones más 'limeñas' y, por ende, más espontáneas y ágiles. Por último, el desenlace del 'misterio' que separó a las grandes amigas no calza del todo con la expectativa que el autor hasta esos instantes ha sabido sostener con evidente oficio, pese a las interferencias ya mencionadas", argumenta el crítico.
Lo que Güich denomina como "atractivo 'enigma'" y "misterio" está asociado con una no manifestada (en el plano textual) relación homoerótica entre Rebeca y Verónica; relación permanentemente señalizada a través de múltiples referencias. La escena final de la novela recupera para ambas una apertura metaforizada a través de la imaginería católica: "Si alguien abriera la puerta en ese momento vería a una madona acunando a su hija" (259). Finalmente, ambas salen del closet. Se trata de una salida ubicada dentro del marco de lo máximo de conciencia posible (en términos goldmannianos) del tradicional sector conservador limeño. Esto se enlaza con lo que Güich llama la "obsesión por lo aséptico" que a su vez se conjuga con "la percepción y los gustos de un particular segmento de consumidores".

En la foto: Alonso Cueto.