La cucaracha del exilio
Por José Antonio Mazzotti*
Este primer libro de Rubén Millones llegó a mis manos por una serie de circunstancias fortuitas. Aficionado más a la poesía que a la narrativa, decidí leerlo con calma porque el título ameritaba al menos una pregunta: ¿qué habrá querido decir con eso de "tengo la cucaracha"? La respuesta no se hizo esperar, pues se explicaba desde las primeras líneas del relato inicial. Se trata de una traducción peruanizada de la expresión francesa "j’ai le cafard", que revela "una tristeza leve, fácil de erradicar". Por eso, Millones aclara que una traducción más exacta sería "tengo la cucarachita", pues no se trata de una tristeza insondable ni de un vacío existencial capaz de socavar los cimientos de la identidad personal. Además, en correspondencia, las cucarachas europeas suelen ser pequeñas. Esta "cucarachita" es, más bien, un estado de ánimo rayano en la melancolía, casi un "esplín" o desazón que se disipa tan súbita y suavemente como llegó. Pero no se crea que la "cucarachita" vivida por un peruano en el exilio francés es tan fácil de pisotear. Allí es donde se revela mejor, precisamente, el sentido del título y del ambiente que respiran los diez relatos de esta colección. El sentimiento que algunos han llamado "migrancia", "transterramiento", "nostalgia inversa" y de otras maneras que delatan la desazón de no estar identificado más con el lugar de origen ni con el lugar de llegada, ese sentimiento de transnacionalidad (donde el acento está más en el "trans" que en la "nacionalidad") no puede ser simplemente una cucarachita. Es, como señala Millones, algo demasiado grande, más parecido a las gigantescas cucarachas peruanas, como para ser expresado fielmente con una traducción literal de la cucarachita francesa.
Este punto de partida puede servirnos para entender la disposición de los relatos del libro, su crudeza y atmósfera descarnada y hasta la naturaleza poco narrativa de algunos de ellos, cercana a la meditación poética. El joven autor debuta cargado de las experiencias propias de la supervivencia en un medio extraño y a la vez de un lenguaje directo, sin tapujos, que no duda en entremezclar lo que son visiblemente experiencias personales con ficciones ocurridas en otras partes del mundo. El humor que distancia, asimismo, es otra de las marcas de ese estado cucarachesco del espíritu migrante.
Tengo la cucaracha. Relatos, se presenta como una sucesión de diez textos aparentemente inconexos, aunque una mirada atenta encontrará algunos vasos comunicantes entre ellos. Especialmente entre el primer relato, que da título al libro, y el último, que continúa con las secuencias tercera a sexta del mundo trazado en las dos primeras partes del relato inicial. Se inaugura desde "Tengo la cucaracha" una prosa autorreflexiva, con múltiples digresiones que transcriben la experiencia fragmentada del migrante. El estilo directo, realista, casi coprolálico, deja bierta la pregunta sobre la "cucaracha" y cómo servirá de hilo narrativo en lo que sigue del libro. Así, en el segundo relato, "Sobre peruanos y lavatorios", escrito ya en tercera persona, se narra también una experiencia que bien podría ser autobiográfica. Básicamente cuenta uno de los cambios en las costumbres y formalidades de la clase media limeña que produce la experiencia en el extranjero, como orinar en el lavatorio de la cocina debido a la disposición de los baños en los edificios franceses, generalmente al final del pasillo en un edificio de apartamentos. "Ahora que nos separa un océano", el tercer texto, no es un relato propiamente dicho, sino una reflexión pura, donde casi no hay anécdota. Sirve como intermedio para detener el ritmo narrativo y otorgarle al conjunto un aire confesional. Sigue “Juan Carlos sin miedo”, quizá el mejor cuento del libro, que resume una experiencia macabra por la supervivencia en el Japón, donde hoy habitan cerca de 55,000 peruanos. El protagonista, Juan Carlos, prefigura poco a poco las dimensiones sórdidas de su nuevo trabajo en el archipiélago nipón, hasta llegar a un cuadro de horror diestramente narrado. El quinto texto, "Me sé de memoria un poemita tuyo", no es un cuento en el sentido estricto, sino un homenaje meditativo, lleno de "flashbacks", al fallecido poeta Josemari Recalde, muestra de ese estado reflexivo que la voz narrativa utiliza en el devenir de los otros relatos del libro. Y así, los siguientes tres textos son más débiles en términos narrativos, pero prefiguran lo que será la experimentación formal de los dos relatos finales, notablemente más ambiciosos. "Este gol va para ti", el noveno del conjunto, está escrito desde las voces de los distintos personajes, con ambiente en la selva peruana, desarrollando la experiencia de un lisiado viajero alemán en el Perú, su esplendor y ocaso financiero en un negocio turbio, el "ascenso" social de una prostituta que lo acompaña, y la vida de un futbolista de provincia en las ligas europeas. Como se ve, hay una dispersión en el eje narrativo que finalmente se resuelve en el deterioro de las relaciones entre los tres personajes. Por último, "Tengo la cucaracha (suite)", partes III a VI, cierra el relato iniciado en el primer texto del libro, sin solución de continuidad, en un estancamiento existencial determinado por la "cucaracha" del exilio. Termina con una suerte de poema en que se lee: "No caer en la trampa -se decía- / Encender radios, abrir ventanas / Rellenar el silencio / Evitar la nostalgia / A toda costa / Evitar la nostalgia // Y quería renacer / En un ser nuevo / Sin recuerdos / Pero llevaba con él un mal / Y era / La nostalgia de sí mismo". Es decir, la “cucaracha”, que no es, como dice el texto, la nostalgia de un país o de un grupo humano, sino la nostalgia de otra identidad que fue en aquel entonces y que no termina de ser en el presente.
Este primer libro de Rubén Millones da cuenta de una voz original, que se entronca en la producción cultural de los nuevos migrantes peruanos, y que entregará, sin duda, frutos aún más notables en los años venideros.
* Prólogo al libro Tengo la cucaracha de Rubén Millones.
Este primer libro de Rubén Millones llegó a mis manos por una serie de circunstancias fortuitas. Aficionado más a la poesía que a la narrativa, decidí leerlo con calma porque el título ameritaba al menos una pregunta: ¿qué habrá querido decir con eso de "tengo la cucaracha"? La respuesta no se hizo esperar, pues se explicaba desde las primeras líneas del relato inicial. Se trata de una traducción peruanizada de la expresión francesa "j’ai le cafard", que revela "una tristeza leve, fácil de erradicar". Por eso, Millones aclara que una traducción más exacta sería "tengo la cucarachita", pues no se trata de una tristeza insondable ni de un vacío existencial capaz de socavar los cimientos de la identidad personal. Además, en correspondencia, las cucarachas europeas suelen ser pequeñas. Esta "cucarachita" es, más bien, un estado de ánimo rayano en la melancolía, casi un "esplín" o desazón que se disipa tan súbita y suavemente como llegó. Pero no se crea que la "cucarachita" vivida por un peruano en el exilio francés es tan fácil de pisotear. Allí es donde se revela mejor, precisamente, el sentido del título y del ambiente que respiran los diez relatos de esta colección. El sentimiento que algunos han llamado "migrancia", "transterramiento", "nostalgia inversa" y de otras maneras que delatan la desazón de no estar identificado más con el lugar de origen ni con el lugar de llegada, ese sentimiento de transnacionalidad (donde el acento está más en el "trans" que en la "nacionalidad") no puede ser simplemente una cucarachita. Es, como señala Millones, algo demasiado grande, más parecido a las gigantescas cucarachas peruanas, como para ser expresado fielmente con una traducción literal de la cucarachita francesa.
Este punto de partida puede servirnos para entender la disposición de los relatos del libro, su crudeza y atmósfera descarnada y hasta la naturaleza poco narrativa de algunos de ellos, cercana a la meditación poética. El joven autor debuta cargado de las experiencias propias de la supervivencia en un medio extraño y a la vez de un lenguaje directo, sin tapujos, que no duda en entremezclar lo que son visiblemente experiencias personales con ficciones ocurridas en otras partes del mundo. El humor que distancia, asimismo, es otra de las marcas de ese estado cucarachesco del espíritu migrante.
Tengo la cucaracha. Relatos, se presenta como una sucesión de diez textos aparentemente inconexos, aunque una mirada atenta encontrará algunos vasos comunicantes entre ellos. Especialmente entre el primer relato, que da título al libro, y el último, que continúa con las secuencias tercera a sexta del mundo trazado en las dos primeras partes del relato inicial. Se inaugura desde "Tengo la cucaracha" una prosa autorreflexiva, con múltiples digresiones que transcriben la experiencia fragmentada del migrante. El estilo directo, realista, casi coprolálico, deja bierta la pregunta sobre la "cucaracha" y cómo servirá de hilo narrativo en lo que sigue del libro. Así, en el segundo relato, "Sobre peruanos y lavatorios", escrito ya en tercera persona, se narra también una experiencia que bien podría ser autobiográfica. Básicamente cuenta uno de los cambios en las costumbres y formalidades de la clase media limeña que produce la experiencia en el extranjero, como orinar en el lavatorio de la cocina debido a la disposición de los baños en los edificios franceses, generalmente al final del pasillo en un edificio de apartamentos. "Ahora que nos separa un océano", el tercer texto, no es un relato propiamente dicho, sino una reflexión pura, donde casi no hay anécdota. Sirve como intermedio para detener el ritmo narrativo y otorgarle al conjunto un aire confesional. Sigue “Juan Carlos sin miedo”, quizá el mejor cuento del libro, que resume una experiencia macabra por la supervivencia en el Japón, donde hoy habitan cerca de 55,000 peruanos. El protagonista, Juan Carlos, prefigura poco a poco las dimensiones sórdidas de su nuevo trabajo en el archipiélago nipón, hasta llegar a un cuadro de horror diestramente narrado. El quinto texto, "Me sé de memoria un poemita tuyo", no es un cuento en el sentido estricto, sino un homenaje meditativo, lleno de "flashbacks", al fallecido poeta Josemari Recalde, muestra de ese estado reflexivo que la voz narrativa utiliza en el devenir de los otros relatos del libro. Y así, los siguientes tres textos son más débiles en términos narrativos, pero prefiguran lo que será la experimentación formal de los dos relatos finales, notablemente más ambiciosos. "Este gol va para ti", el noveno del conjunto, está escrito desde las voces de los distintos personajes, con ambiente en la selva peruana, desarrollando la experiencia de un lisiado viajero alemán en el Perú, su esplendor y ocaso financiero en un negocio turbio, el "ascenso" social de una prostituta que lo acompaña, y la vida de un futbolista de provincia en las ligas europeas. Como se ve, hay una dispersión en el eje narrativo que finalmente se resuelve en el deterioro de las relaciones entre los tres personajes. Por último, "Tengo la cucaracha (suite)", partes III a VI, cierra el relato iniciado en el primer texto del libro, sin solución de continuidad, en un estancamiento existencial determinado por la "cucaracha" del exilio. Termina con una suerte de poema en que se lee: "No caer en la trampa -se decía- / Encender radios, abrir ventanas / Rellenar el silencio / Evitar la nostalgia / A toda costa / Evitar la nostalgia // Y quería renacer / En un ser nuevo / Sin recuerdos / Pero llevaba con él un mal / Y era / La nostalgia de sí mismo". Es decir, la “cucaracha”, que no es, como dice el texto, la nostalgia de un país o de un grupo humano, sino la nostalgia de otra identidad que fue en aquel entonces y que no termina de ser en el presente.
Este primer libro de Rubén Millones da cuenta de una voz original, que se entronca en la producción cultural de los nuevos migrantes peruanos, y que entregará, sin duda, frutos aún más notables en los años venideros.
* Prólogo al libro Tengo la cucaracha de Rubén Millones.