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sábado, julio 14, 2007

Indicios del naufragio de José Luis Falconí

Este miércoles 18 de julio, a las 8:00 pm, en El Cinematógrafo
(Pérez Roca 196, Barranco) Mario Montalbetti, José Carlos Yrigoyen y Sergio Parra (propietario de la li­brería Metales Pesados de Santiago de Chile) presentan Indicios del naufragio (Álbum del Universo Bakterial), primer libro de creación literaria de José Luis Falconí (Lima, 1973). La editorial ha difundido algunos datos del autor (antes incluyo otro: Falconí, junto con, entre otros, Arturo Higa, hoy editor de ADUB, publicó a inicios de los noventa en la PUCP la revista de poesía Vanaguardia, nombre a su vez del grupo literario por ellos conformado): "Estudió Letras en la Universidad Católica hasta 1995 cuando emigró a los Estados Unidos. Desde el año 2000 desempeña el cargo de Curador de Arte Latinoamericano del Centro David Rockefeller de la Universidad de Harvard. En la misma casa de estudios prepara su doctorado de Literaturas Románicas. Ha contribuido –en forma escrita y visual– a diversas publicaciones en Latinoamerica, Estados Unidos y Europa. Recientemente ha editado junto con Gabriela Rangel el volumen A Principality of Its Own (2006), una publicación que presenta la historia crítica de la emergencia del arte latinoamericano en Nueva York y en el contexto norteamericano; y con José Antonio Mazzotti, el volumen The Other Latinos: Central and South Americans in the United States (Cambridge, 2007), investigación que contiene un conjunto de ensayos en torno a la immigración de sudamericanos a los Estados Unidos y su complicada relación con los grupos migratorios más tradicionales (cubanos, puertorriqueños y mexicanos). Vive en Boston".

He pedido a Falconí unas líneas a propósito de su poemario, las mismas que incluyo a continuación: "Indicios del naufragio es un libro que es, en realidad, la primera parte de un díptico que comprende otro libro de poemas titulado The Scattered Shelter, en inglés, que se publicará, espero, el próximo año aquí en USA. Ambos son independientes, pero complementarios —forman una unidad de sentido, a pesar de la diferencia lingüística. Este volumen, en particular, se fue creando a lo largo de diez años, a partir de 1996, cuando salí del Perú para estudiar mi licenciatura en los Estados Unidos. Por ello, lo considero no 'un libro de viaje', sino un libro de viajes, hechos de retazos, de fragmentos, de placas, de los muchos que emprendí —debido a mi trabajo como curador y a la fotografia— a lo largo de estos 10 años. Hay una historia, tenue aunque distinguible, en el transcurso de los poemas. Digo 'transcurso' porque eso es lo que espero: que un poema lleve a otro. Más allá de la referencia marina, espero que se sienta la travesía y su fracaso. Esa caracteristíca del poemario en su conjunto ha sido, sin duda, lo más difícil de lograr. Que cada uno de los poemas funcione de manera independiente, pero a la vez de manera orgánica en el volumen fue, en realidad, un logro en el que los editores (Arturo Higa y José Carlos Yrigoyen) me ayudaron muchísimo".
Finalmente, incluyo un poema de Falconí tomado de la antología del 2005 La alineación de los planetas. Siete poetas peruanos en Boston. Una poesía meditativa, de frases prolongadas que revelan un ímpetu reflexivo y a la vez asfixiante. Sin embargo, Falconí, según sus críticos, es un poeta discreto. Su activismo en el grupo Vanaguardia lo sitúa en los tiempos 90. Una voz guardada que aparece en el 2000 alimentando interesantemente el panorama poético peruano.

Transcurso de la noche en mar abierto
(Enumeración y balance)


I. Enumeración

A la deriva de la sal, el calor de la víctima se fue perdiendo
como polvo oscuro entre las sábanas.

Por aquel entonces, el mar era una fogata ahogada,
un pedazo de carne sujeto a los tendones o
un poco de fuego en las manos que quemaba
cada madrugada para refugiarme en cubierta mientras ella
era la sedienta sombra de las grises ráfagas de sol.

Bajo el marchito pesar de las nubes y los radares, el viaje
fue una ardua conjugación de la quietud, un difícil ejercicio
de permanencia. Nada por hacer: la misma ansiedad matinal,
los mismos trozos de ángeles, las mismas rayas del miedo
con el consiguiente descrédito de la sangre, de su

circulación previsible en nuestras manos. En noches así,
le dije, aspiraba a ser la imperceptible
dureza de la espuma, el vago tumulto del aire sobre las
ventanas azules del lago sumergido bajo el decrépito océano.
Nunca supe si llegué a convencer. Al ensayar ser su respiración,

saliva, nuca y cuero cabelludo, fui el tatuaje del plástico pegado al rostro,
el ardor natural del líquido cuyo calor arrecia, contracorriente.

II. Balance


A pesar de todo el esfuerzo, terminé encontrándome con ella.
Después de todo, hay menos puertas de las que uno cree
en mar abierto, por lo que doblar las calles es un ejercicio
de precisión que termina confundiéndose con la prestancia
de la dejadez o del ocio.

Cara a cara, lo poco que pude atar para ella fueron palabras.
Así, le entredije que, de lo que se trataba, realmente,
era de llegar a ser todo el mes de diciembre, por días,
y de ser sobrevivientes de al menos una tormenta.
Sólo así, concluí, se logra sucumbir ante la brisa en enero.
Y ya estábamos en marzo, por lo que había que apurarse.

Pero ella saboreaba su asfixia como si estuviera ya muerta,
Como si supiera de antemano que el olvido es una flecha perdida en un túnel,
o incrustada en el pecho del flechero,
y uno, aquí, sosteniendo ese plástico viejo sobre su boca,
sin poder hacer nada sino lamentarse con sigilo, pues secretamente
tenía la combinación y las metáforas a la mano
y no quería gastarlas sin tener la seguridad
de ser al menos un verdugo en alguno de sus ojos:
de ser, entre otras cosas, el certero
instrumento de su agonía, la dureza del golpe del remo,
la transparencia de la esfera de aire sobre el graznido desesperado
de su lengua,
(el sofoco de un canto entre los dientes).
O al menos el emblema de su última ceguera. Qué sé yo.

Lo importante era, ya se lo venía diciendo, llegar a ser
la consistencia oscura y viscosa de un sueño sobre los ojos
antes de convertirnos en un cuerpo inerte y no
terminar, como siempre, siendo sólo
el sucio cansancio desperdigado en el mar de los vencidos:
el aburrimiento del ángel en su caída,
el íntimo desinterés del atleta en la pista,
entre otras cosas.

Desearle la muerte a alguien, sobre todo a uno mismo, es un
ejercicio que se practica pocas veces con la perfección que amerita.

Boston, MA, marzo, 2004.


En la foto: carátula del libro.