Noches de Ollé
Cultural: La casa-escritorio y la contemplación silenciosa de Carmen Ollé
Por Maribel de Paz*
A primera vista, el escritorio de Carmen Ollé podría ser el de cualquiera. A segunda, también. Un breve vistazo por la habitación que lo contiene, sin embargo, marca la diferencia. Sobre la pared, un retrato de Emily Brontë junto a una insospechada Mona Lisa, y sobre los estantes, todo Borges, Nabokov y Cortázar advierten la presencia de la autora de Noches de adrenalina. Una serie de imágenes de reminiscencias orientales presagian, además, el ritual que marca el inicio de cada jornada literaria de Ollé.
Envuelta por el humo de un Hamilton y el aroma a café, Ollé inicia sus días con un momento de contemplación que la ayuda a conectarse con su entorno y con ella misma. Nuevamente, la escena podría ser la de cualquiera que calienta sus mañanas entre tabaco y cafeína. Es el proceso creativo lo que la distingue. Ollé, que para escribir no necesita encapsularse, busca la inspiración en lugares tan insospechados como los estantes de los supermercados, donde se sumerge en la búsqueda de enlatados exóticos. La inspiración, por qué no, puede llegar en lata o en tetra pak.
Y si Julio Cortázar encumbró a Glenda Jackson hasta escabrosas alturas de admiración (Queremos tanto a Glenda), Ollé bautizó a su perra en su honor. Y es Glenda, la perra, la que marca el ritmo de Ollé. Sentada frente a la pantalla verduzca de su computador, Ollé espera a que Glenda le exija un paseo para sacar a ventilar alguna frase que no termina de cuajar.
El lenguaje, que a veces se le pone duro, la lleva a navegar incansablemente por Internet, revisar los inicios de capítulo de cuanto libro tenga a la mano o conversar con los vecinos en busca de algún diálogo curioso que llevar al papel. En Retrato de mujer sin familia ante una copa, su última obra publicada este año por Peisa, Ollé describe lo esquivas que se pueden poner las palabras: "Esta semana, por ejemplo, no he escrito una línea y no lo he hecho porque las cosas en el trabajo se pusieron extravagantes y mi pobre alma no soporta el enfrentamiento. Entonces tiré la esponja y me abandoné ante la pantalla de la computadora. Estuve, como se dice vulgarmente en las tiras cómicas que son mi perdición, hueveando". Claro, siempre como Glenda, la actriz, no la perra, con un toque de distinción.
* Publicado en Caretas 2006.
En la foto: Ollé y su espacio de trabajo creativo.
Por Maribel de Paz*
A primera vista, el escritorio de Carmen Ollé podría ser el de cualquiera. A segunda, también. Un breve vistazo por la habitación que lo contiene, sin embargo, marca la diferencia. Sobre la pared, un retrato de Emily Brontë junto a una insospechada Mona Lisa, y sobre los estantes, todo Borges, Nabokov y Cortázar advierten la presencia de la autora de Noches de adrenalina. Una serie de imágenes de reminiscencias orientales presagian, además, el ritual que marca el inicio de cada jornada literaria de Ollé.
Envuelta por el humo de un Hamilton y el aroma a café, Ollé inicia sus días con un momento de contemplación que la ayuda a conectarse con su entorno y con ella misma. Nuevamente, la escena podría ser la de cualquiera que calienta sus mañanas entre tabaco y cafeína. Es el proceso creativo lo que la distingue. Ollé, que para escribir no necesita encapsularse, busca la inspiración en lugares tan insospechados como los estantes de los supermercados, donde se sumerge en la búsqueda de enlatados exóticos. La inspiración, por qué no, puede llegar en lata o en tetra pak.
Y si Julio Cortázar encumbró a Glenda Jackson hasta escabrosas alturas de admiración (Queremos tanto a Glenda), Ollé bautizó a su perra en su honor. Y es Glenda, la perra, la que marca el ritmo de Ollé. Sentada frente a la pantalla verduzca de su computador, Ollé espera a que Glenda le exija un paseo para sacar a ventilar alguna frase que no termina de cuajar.
El lenguaje, que a veces se le pone duro, la lleva a navegar incansablemente por Internet, revisar los inicios de capítulo de cuanto libro tenga a la mano o conversar con los vecinos en busca de algún diálogo curioso que llevar al papel. En Retrato de mujer sin familia ante una copa, su última obra publicada este año por Peisa, Ollé describe lo esquivas que se pueden poner las palabras: "Esta semana, por ejemplo, no he escrito una línea y no lo he hecho porque las cosas en el trabajo se pusieron extravagantes y mi pobre alma no soporta el enfrentamiento. Entonces tiré la esponja y me abandoné ante la pantalla de la computadora. Estuve, como se dice vulgarmente en las tiras cómicas que son mi perdición, hueveando". Claro, siempre como Glenda, la actriz, no la perra, con un toque de distinción.
* Publicado en Caretas 2006.
En la foto: Ollé y su espacio de trabajo creativo.